Opinión

Pablo Casado y Kyriakos Mitsotakis

A estas alturas sigue resonando el eco del “hasta aquí hemos llegado” del pasado jueves de Pablo Casado a Santiago Abascal durante el debate de la moción de censura. Pero no es la primera vez que el líder de la oposición pronunciaba esas palabras. Ya lo hizo un 13 de mayo cuando en debate parlamentario sobre la prórroga del estado de alarma se dirigió al presidente Sánchez y le encajó un “hasta aquí hemos llegado”. Sin embargo, aquella voladura de puentes con los socialistas no duró excesivo tiempo. El mismo, o más, de lo que va a durar con Vox. Cuando parecía en mayo que cualquier acuerdo entre los dos grandes partidos era improbable, la reciente amonestación de la ‘troika antipopulista’ europea a Sánchez a cuenta de su pisoteo a la independencia judicial le obliga a sentarse en la mesa de negociación con el líder del PP.

Abascal y Sánchez son dos personajes a quienes el PP necesita expeler con fuerza y rotundidad a los extremos para que le dejen exhalar. A tenor de los sondeos parece estar consiguiéndolo. Actualmente, Sánchez y Abascal cada día que pasa dejan huecos libres a diestro y siniestro. Y ahí está el caladero de votos del PP, algo que ya consiguió José María Aznar a partir de 1990 tras la enorme fragmentación del voto de derechas en la década anterior.

Pablo Casado tiene ahora dos escenarios posibles que encuentran gran paralelismo en Europa. Por un lado, está el caso francés en el que el partido de Los Republicanos de Sarkozy, heredero de ‘gaullistas’ y de Chirac, sigue sin levantar cabeza ante el avance imparable desde hace años de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen. El otro escenario, y que yo diría es más parecido al español, es el griego. Grecia es un país que tuvo al partido de extrema izquierda, Syriza, en el poder durante 8 meses en 2015. Período muy similar al de la interinidad de Sánchez en La Moncloa entre 2018 y 2019. Alexis Tsipras, el Pablo Iglesias griego, volvió a ganar en las elecciones de 2015 y se propinó un enorme castañazo electoral cuatro años después cuando ganó las elecciones el Pablo Casado de allí, Kyriakos Mitsotakis, líder de Nueva Democracia.

Mitsotakis supo hacerse un hueco entre la izquierda de Tsipras y los populistas de la derecha agrupados alrededor de Amanecer Dorado. Nueva Democracia tuvo que seguir una estrategia de doble filo: primero, llegar a los votantes de extrema derecha de Amanecer Dorado afrontando sus preocupaciones tradicionales: orden público, política migratoria, patriotismo, etc. Y, en segundo lugar, confrontando las políticas de izquierda de Syriza empobrecedora de la población griega, de su economía, y creadora de ciudadanos de primera y segunda categoría. Un resultado muy similar al que están alcanzando Sánchez e Iglesias con su nefasta gestión. La ‘coalición picapiedra’ griega sobrevivió unos ejercicios, pero en el último año se rompió tras sucesivas dimisiones de sus ministros.

Pablo Casado, el Mitsotakis español, tiene antes sí prácticamente los mismos retos. La confrontación con unas siglas no significa dar la espalda a sus millones de votantes, como le ocurrió al griego con Amanecer Dorado, y como le ocurre al PP con Vox. Como tampoco significa dar la espalda a los votantes de centroizquierda, decepcionados por las políticas sectarias de Sánchez e Iglesias. A todos ellos debe ser capaz de seducir el líder del PP porque al igual que una ‘troika económica’ terminó derribando a Syriza, la ‘troika antipopulista’ podría acabar con este Gobierno socialsomunista ante su deriva autoritaria.