Opinión

Organismos No Gratuitos

Hagamos la prueba. Si ahora los partidos ubicados en el centro, centro derecha o derecha, empezáramos a defender la labor del ‘Open Arms’ y el rescate de inmigrantes en alta mar bajo el paraguas moral de la libertad personal y la búsqueda de la felicidad a la que todo ser humano aspira como propósito de vida, la izquierda progre, que no progresista, la izquierda sectaria y totalitaria, que no democrática, es decir, la izquierda de hoy, enseguida alzaría a su famélica legión de bienpagados altavoces y portacoces en prensa con el argumento de que buscamos potenciar la esclavitud y la mano de obra barata, principios básicos, como todo el mundo sabe, de las malvadas políticas neoliberales.

Probemos, de verdad, y asistiremos satisfechos a un nuevo capítulo de la intolerancia a la que nos tiene acostumbrados esta izquierda caviar desde que alzó el telón de su incómoda historia. Comprobaremos, una vez más, cómo segmenta los sentimientos por utilidad política, no por empatía social. Descubriremos su verdadero rostro de Jano inmaculado: la hipocresía como forma de vida, el “haced lo que os digo pero no hagáis lo que hago” que tan bien la define y retrata. Por eso, desde atalayas mediáticas y parlamentarias, se empeñan con denuedo en reescribir la historia. Desean crear una a su medida que tape sus innumerables fracasos, obvie sus permanentes desmanes y por ende, no les certifique como lo que son: una banda coordinada de estómagos aprovechados.

Porque detrás de esta controversia moral se esconde el patrocinio de una nueva manera de entender el mundo, de querer ganar un futuro que alivie su irreparable rechazo a un pasado que no dibuja lo que su odio proclama. Vástagos de su perpetua incoherencia, los progres callan ante el drama humanitario, por ejemplo, sí, de Venezuela, porque no les importa el prójimo, ni creen en la solidaridad, ni mucho menos son humanistas. Son travestís ideológicos, perfectos agentes de la trola cuya real cara esconden en una infinita cortina de buenas intenciones. Como buenos comisarios del dogma, obedecen a aquello que mejor repercute en sus intereses políticos de secta.

El asunto ‘Open Arms’ (rebautizado Open Argg) no es un problema de inmigración puntual. Es el tema de todos los veranos. Es tan cierto que la migración siempre ha definido al mundo como que éste se dibuja a partir de los diferentes fenómenos migratorios que conforman las actuales naciones y pueblos. Pero detrás del ‘Open Arms’ (o Argg) no se esconde un ejercicio de altruismo envidiable, ni una solidaridad desinteresada, sino la constatación de lo que importa a los nuevos rectores de la progresía mundial: vestirse de humanistas mientras se travisten de mercaderes: un día con el feminismo, otro con el colectivo LGTBI y siempre con la inmigración.

El dueño, creador y portavoz de esta ONG (Organismo No Gratuito) ha rogado durante días que su barco (porque es suyo) atracase de manera urgente por necesidades humanitarias. Si ese es el verdadero argumento, es indiferente que Túnez, que está a menos de dos horas de navegación de donde se encuentra la embarcación al momento de escribirse este artículo, no tenga política de asilo. Recientes investigaciones que hablan de que la remuneración al Organismo No Gratuito es mayor si desembarca en territorio europeo, alimenta la sospecha de que detrás de la tragedia, sólo hay lo de siempre: puros y duros intereses creados.

Por ello, es preciso hacer menos espectáculos mediáticos y tener más sentido en las acciones. Cuando hablamos de salvar vidas sobran las mascaradas y falta unidad y lógica en la asunción de planteamientos comunes y globales. Es preciso trabajar con políticas en origen y de manera coordinada en la UE. Porque es un fenómeno que afecta a Europa y definirá  el futuro de nuestro continente. Nadie puede desentenderse, ni los países de los que proceden los inmigrantes ni los receptores de los mismos. Coordinación como antesala de la cooperación. Pero seamos claros: el salvamento es una necesidad humanitaria. Y siempre debería serlo. Pero otorgar protagonismo a aquellos que se aprovechan de la tragedia y se visten de inocentes salvavidas, alimenta una tapadera que en nada ayuda a resolver el problema: más bien lo eterniza. Quizá, eso es lo que la izquierda progre quiere. A fin de cuentas, siempre ha vivido muy bien tras las cortinas.