Opinión

Ofensas sin ingenio

Nació imbécil y sufre constantes recaídas… Abierta la veda del insulto hasta el 26J, valga este ejemplo de ofensa lleno de talento para ser utilizado durante lo que nos queda de campaña. Eviten la memez, por favor, o/y la mala leche gratuita. Desde que Alfonso Guerra se retiró de las confrontaciones, no hemos vuelto a oír nada divertido, a la par que hiriente, los componentes básicos del ingenio. En otras épocas había que ser inteligente para insultar. Les aporto una deliciosa anécdota literaria de 1933 que acabará cautivándoles y dándome la razón. Trata de un rifirrafe dialéctico entre escritores de renombre, demostrándose la facultad de ambos para inventar con rapidez y facilidad, definición de ingenio según la RAE. Vamos con la anécdota a lomos de un presente histórico.

César González-Ruano y Federico García Lorca, cuya antipatía es manifiesta, a media tarde se dan de bruces en el Café Gijón de Madrid. El granadino, con mucha sorna, invita al madrileño a su casa –junto a varios amigos comunes– para que le oiga tocar el piano. Al cronista se le ponen los pelos de punta y, destempladamente, declina la invitación ipso facto, alegando que ya ha quedado con una vicetiple, lo cual le sienta al poeta como una patada en los huevos. Y aquí viene el rifirrafe:

LORCA: ¡Claro, César! Usted tendrá citada una de esas Mata-Haris que meriendan bocadillos de jamón…

RUANO: ¡Hombre, Federico! Es que usted sólo conoce marineros que meriendan nardos.

Gracián: “Son tontos los que lo parecen, y la mitad de los que no lo parecen”. Sin ingenio no hay ofensa que castigue a político alguno. Por eso Oscar Wilde escribió: “Algunos causan felicidad a donde sea que van, otros cuando se van.” Y Sir Winston Churchill, el rey de la ironía imperialista, tras conocer el asesinato de Mahatma Gandhi, no se preocupó en decir: “Lamento la muerte de Bapu, ese faquir semidesnudo me caía bien.” Tampoco Mae West se cortó un pelo al ridiculizar a un senador que odiaba a los verdes y defendió a sus queridos animalistas soltándole esta delicatessen: “Su madre debió de haberle tirado y haberse quedado con la cigüeña.” El humor tolera incluso las pedradas. Los políticos que nos aburren deberían decirse entre si, ¡cómete un tarro de maquillaje y quizás arregles tu belleza interior!

Proveeré a las estrellas de la campaña de latinajos, mamonadas, zafiedades y dingolondangos con el fin de que afilen el ingenio y así destaque su hegemonía sobre sus oponentes. La clave está en vejar al otro para que brille tu ego trip, a poder ser con gracia. Para Rajoy tengo un proverbio latino equiparable a un orgasmo: Aquila non capit muscas —el águila no caza moscas—, que dicho por un tipo llano, deja claro quién es el importante y quiénes son los enemigos pequeños. Vamos con Sánchez. Tan guapo grullo, tan fino, irradia felicidad. Yo que él, largaría en un meeting este hondo sentir zen: “Estoy alegre y contento, tengo pelos en el culo, todas las noches los cuento y no me falta ninguno”. Tal glosa, por la envidia que provoca, deprimirá al resto de los postulantes. Ya te veo en La Moncloa abrazado a un pavo real. O a ti mismo, con una pancarta que proclame: “¡Qué planche Rosa Luxemburgo!”. Para ti, Iglesias, he buscado una grosería sublime que enlaza con tu exquisita cultura. Úsala como arma de ataque y harás añicos a los que te quieren robar la Presidencia. Déjala caer sobre la mesa en el debate a cuatro. Va: “Cualquiera de vosotros tres es incapaz de tirarse un pedo y mascar chicle al mismo tiempo”. Causarás furor, odio y enlodamiento mental, que es lo que te pone. Queda el outsider, Rivera. A él le reservo el dingolondango, la expresión amable. Por lo que más quieras, tío, no te dejes ver en público con Tony Cantó y Agustín Bravo, maniquís jubilados de Cortefiel. Tú rozas la modernidad. No me jodas, sacúdete la naftalina.