Opinión

La Odisea de Sánchez

Escribía el lunes pasado en estas páginas que España necesita reformas estructurales que permitan incrementar, primero, y consolidar, después, el crecimiento económico potencial español. Decía, por tanto, el pasado lunes que tras la abrupta caída de 2020 y el inicio renqueante de 2021, España tenía que abordar ya, sin dilación, un conjunto de reformas que necesita para no quedarse estancada, con niveles elevados de desempleo y sin pulso económico. Flexibilizar más el mercado laboral, reformar las pensiones para garantizar su sostenibilidad o reformar la ley de función pública son algunas de las medidas que España debería acometer.

Pues bien, el presidente Sánchez presentó este jueves su informe “España 2050”. En su presentación llegó a decir que España necesita incrementar su productividad, aumentar su capacidad en I+D+i y mejorar su educación. Todos son elementos que cualquiera podríamos compartir, desde luego.

Sin embargo, tras el anuncio del propósito, deben venir los argumentos con los que alcanzar dichos objetivos. Ahí, Sánchez, comenzó su particular Odisea, pues, en su línea, no concretó nada, se limitó a repetir vaguedades, palabras vacías de contenido y a emplear el citado informe para tratar de convencernos de que sus políticas medioambientales, tributarias y demográficas son las que España necesita.

Llegó a decir que el hecho de que España pierda un millón de estudiantes de tres a veinticuatro años desde este momento hasta 2050 no es un drama, sino que hay que verlo como una oportunidad, puesto que se podrá seguir dedicando el mismo presupuesto a educación sin que se amplíe el gasto público global y, así, aproximarnos al gasto de Dinamarca.

También quiere imponer el fin de los trayectos en avión siempre que en dos horas y media se pueda hacer el trayecto en tren, en un auténtico ataque contra la libertad en la prestación de servicios y contra la elección de las personas.

De la misma manera, habla de aumentar el gasto en I+D+i, pero no dice que vaya a hacer nada para lograr crear un entorno más atractivo con el que atraer inversiones innovadoras.

Y, cómo no, aprovecha este informe para cargar contra la tributación en Madrid, en su obsesión por subirnos los impuestos a todos. El Gobierno lleva meses empleando todos sus resortes para tratar de convencernos de que pagamos pocos impuestos, cuando el esfuerzo fiscal español está entre los cinco mayores de toda la Unión Europea; no la presión fiscal, sino el esfuerzo fiscal, que es lo que determina lo que le pesa a un contribuyente el pago de impuestos.

Sánchez, por último, y en resumen, soluciona todo el problema con el anuncio de la necesidad de la llegada de 250.000 inmigrantes al año. Los inmigrantes vendrán si seguimos siendo un lugar de prosperidad y de oportunidades, pero, desde luego, no lo harán si España se convierte en un destino confiscatorio, donde su función sea trabajar para pagar más del 60% de lo que ganan en impuestos.

Adicionalmente, el crecimiento no se logra sólo por agregación de personas, sino por los incrementos de productividad, que son los que generan riqueza y prosperidad y hacen atractiva esa economía para personas de fuera, que se animan a ir a trabajar a ella. Sin embargo, tanto hablar el presidente Sánchez de la productividad y desde su Gobierno se sigue defendiendo acabar con la reforma laboral de 2012, al tiempo que su informe de 2050 introduce rigideces a las grandes empresas a la hora de ajustar sus plantillas, que hará que la productividad vaya en camino contrario.

El presidente Sánchez ha iniciado su particular Odisea, pero ahora mucho me temo que los cantos de sirena son los que él emite para tratar de hacernos ver lo bondadoso de su magistratura, para tratar de que los españoles lo reelijan hasta 2050, que aunque en el informe no lo pone, todo parece indicar que es el anhelo del presidente del Gobierno. Ya sabemos lo que tenemos que hacer: taparnos los oídos con cera o atarnos al mástil del barco para no caer en la tentación de dejarnos embaucar por la música que el presidente Sánchez nos ofrece, que no es ni siquiera pan para hoy, porque es humo y propaganda, pero que de materializarse sí que puede ser hambre para mañana.