Opinión

El Nobel que silencia al comunismo: María Corina

El Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado no es un gesto menor ni un guiño diplomático, sino un aldabonazo que resuena hasta los rincones más adormecidos de la conciencia internacional. Que la heroína antichavista sea reconocida por el Comité Noruego es un recordatorio de que, en un mundo que ha chocado demasiado consigo mismo —como bien señalarían los laureados de paz que precedieron esta distinción— la valentía de una sola persona puede eclipsar las mediocridades de gobiernos complacientes y de autoproclamados salvadores de la humanidad. 

Venezuela, hoy sitiada por la dictadura de Maduro, necesita más que nunca una bocanada de libertad. Como en los versos de Benedetti, La libertad no se pide, se toma. Y es que su candidatura presidencial bloqueada y su posterior labor como observadora electoral no son actos menores; son la cartografía de una resistencia que se erige frente a un régimen que cree que el poder absoluto se hereda como una corona oxidada.

Es imposible no observar, con ironía casi cervantina, cómo la política española mira de reojo este premio. PSOE y Zapatero, que en su tiempo se bañaron en laureles de conveniencia y deber con Maduro, deben sentir un leve temblor ante la evidencia de que la lucha por la democracia verdadera no puede maquillarse con discursos sobre la paz negociada en mesas donde los tiranos juegan a ser estadistas.

Podemos y la ministra de Sumar, Yolanda Díaz, entre discursos grandilocuentes y retóricas de fotografía, son recordatorios de que la palabra libertad pierde peso cuando se pronuncia desde la comodidad del escaño y no desde la persecución y el exilio. Que Machado reciba un Nobel mientras en España se dialoga con la historia pasada de manera tibia, golpea con la sutileza de un verso irónico: la moral y la coherencia, al final, pesan más que la propaganda de una izquierda comunista española en crisis total: de identidad, de pensamiento y de honra.

El Comité Noruego ha señalado que Machado cumple los tres criterios del testamento de Alfred Nobel: cohesionar a la oposición, resistir frente a la militarización de la sociedad y apostar por una transición pacífica a la democracia. Que Donald Trump, autoproclamado pacificador mundial, no haya recibido el galardón es un detalle que hace sonreír con amargura. La paz no se adjudica por titulares ni por acuerdos de prensa; se construye con coraje, como Machado ha demostrado, y no con gestos mediáticos que parecen más reality show que historia.

En este contexto, es imposible no evocar a los poetas y narradores que han iluminado la lucha del individuo frente a la adversidad. Machado es la protagonista de un relato donde la ironía, el sacrificio y la lucidez se entrelazan; podría ser un personaje de Pérez-Reverte, armado de verdad y de indignación, o un verso suelto de Gloria Fuertes, reclamando justicia con un tono que golpea y divierte a la vez. La poesía y la ironía se convierten en armas frente a la farsa, y es esa conjugación la que nos recuerda que la libertad no es un concepto abstracto, sino una exigencia viva que se respira y se defiende.

El Nobel de la Paz a María Corina Machado no sólo ilumina a Venezuela; señala al mundo que la democracia se sostiene en el compromiso, no en la complacencia, y que incluso en los escenarios donde la política se ha vuelto espectáculo —España incluida—, los nombres valientes terminan siendo los que marcan la historia. Que la heroína antichavista reciba este reconocimiento es un recordatorio de que, más allá de Zapatero, del PSOE que miró hacia otro lado, de los discursos de Podemos y de Yolanda Díaz, hay actos que trascienden los eslóganes y nos devuelven la noción esencial de lo que significa luchar por la libertad.