Opinión

No tan deprisa: a la epidemia ‘woke’ le queda mucha vida

“We’re so back!” es el grito repetido en redes de una derecha que se siente aplastada por décadas de tiranía woke. Sí, se supone que estamos de vuelta, porque el viento parece estar cambiando y sopla ahora contra la agobiante izquierda universal. Trump ha arrasado, contra todo pronóstico, tenemos a Meloni gobernando en Italia y en toda Europa suben como la espuma en intención de voto, desde Le Pen a Alternativa para Alemania. Sí, la bestia está herida, pero ¿saben lo que pasa cuando una fiera está herida? Exacto.

Admitámoslo: el amor a la democracia, el anhelo de cumplir la voluntad popular, no es el punto fuerte de nuestros líderes mundiales. Siete de cada diez ciudadanos de la Unión Europea, por citar quizá el ejemplo más evidente, se oponen frontalmente a que aquí pueda entrar todo el mundo, especialmente el tercero. Pero nuestras autoridades siguen adelante con su plan y solo se alarman cuando los indicios de revuelta electoral se hacen demasiado evidentes.

Mientras en Estados Unidos Trump hace cosas tan locas como poner a Elon Musk a revisarle las cuentas a la administración o nombrar a una investigada por la CIA, Tulsi Gabard, a espiar a los espías; y mientras Milei en Argentina consigue lo imposible acabando con el Ministerio de la Mujer y un sinfín de chiringuitos oficiales varios y dando la espantada en la Cumbre del Clima, mientras todo eso nos alegra las pajaritas, los mandarines siguen adelante con el plan.

Klaus Schwab, ese fundador del siniestro Foro Económico Mundial que parece el malo de una película de serie B, publicó a principios de la pandemia un libro con un revelador título: El Gran Reinicio. No cabe hablar de teoría de la conspiración cuando te lo confiesan todo con ese descaro. Es como ese otro perejil de todas las salsas, George Soros, a quien le gusta presumir de sus tejemanejes geopolíticos en las entrevistas.

El caso es que el plan sigue adelante. “Que ellos hagan las leyes mientras me dejen a mí los reglamentos”, dicen que decía el Marqués de Romanones, y estamos en algo parecido, en la letra pequeña de la historia. Llámenlo, si quieren, el Ataque de los Drones: en lugar de un misilazo que llame mucho la atención, miles, millones de pequeños aparatos voladores no tripulados como enjambres de abejas, cambiando la sociedad aquí y allá.

Las prohibiciones de la ministra Ribera sobre la limpieza de cauces y la destrucción de presas no fueron noticia de portada en ninguna parte. Pero sus consecuencias mortales, sí. Así funciona.

La semana pasada, el responsable británico de Sanidad propuso impuestos para disuadir en consumo de lo que él considera “alimentos poco saludables” y el establecimiento de esas prisiones a cielo abierto conocidas como ciudades de 15 minutos. Prepárense para borrar de su dieta diaria la carne roja, los lácteos y cualquier cosa apetecible que pueden asociar con las “emisiones de carbono”.

También en el Reino Unido se ha hecho obligatorio pedir un permiso para criar gallinas. En 2035 no se podrá comprar coches nuevos de gasolina nuevo en España -en toda la UE-, Gran Bretaña, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, México, Sudáfrica, California y otros once estados de Estados Unidos.

Mucho tiene que bajar el precio de los coches eléctricos para que el ciudadano promedio pueda comprarse uno, por no hablar de que la capacidad eléctrica, ya al borde del Gran Apagón, no podría aguantar millones y millones de personas cargando la batería del coche. Pero es que la finalidad no es que la gente normal tenga coche propio.

La universalización de la identificación digital, que tanto nos escandalizaba cuando solo existía en China, está ya a la vuelta de la esquina. La UE quiere establecer un “registro de activos” y un sistema de seguimiento biométrico a través de las fronteras. El anonimato en línea se está erosionando con cada “delito de odio” atribuido a la “desinformación” y al “discurso de odio”.

Mientras, nuestros gobiernos hablan abiertamente de imponer una “economía de guerra” y nos aleccionan para que nos preparemos psicológicamente ante la posibilidad de apagones, racionamiento de alimentos y el fin de los viajes aéreos para la plebe.

La bestia herida es doblemente peligrosa. No es una reflexión para desanimar a nadie, ni pretendo que no sean indicios alentadores los signos populares de protesta por todas partes. Pero no es el fin, ni siquiera el principio del fin, sino sólo el fin del principio.