No se puede construir sobre tierra quemada
El Partido Socialista sigue coleccionando capítulos en una de las crisis más graves que han soportado sus 137 años de existencia. Una formación con semejante bagaje histórico e incidencia en el devenir de España debe apelar a la congruencia para reconducir esta realidad convulsa que carcome sus estructuras. A pesar de las diferencias entre el aparato nacional de Ferraz y los barones críticos —algunas irreconciliables—, a pesar de la irresponsabilidad de Pedro Sánchez, agazapado bajo su silla sin moverse en pleno terremoto, los dirigentes de la formación han de tener el suficiente nivel político como para no acabar este enfrentamiento en una batalla campal que derive en decisiones viscerales o, como se ha llegado a sugerir en el entorno de los pedristas, en los mismísimos tribunales. Por eso, al menos a priori, resulta una buena iniciativa que un grupo de pacificadores traten de mediar entre ambas partes.
Es cierto que las posturas están muy enconadas. El tiempo y la obstinación han hecho del día a día socialista un ecosistema inhabitable. Pedro Sánchez no debería haber jugado tanto tiempo a la ambigüedad política con sus propios compañeros mientras el valor del partido menguaba de manera exponencial. Su sentido de Estado ha sido nulo pero, al menos, podría haber sido leal a su propio partido y dejar la formación cuando las vías de aguas evidenciaban un más que probable naufragio. Sobre todo porque en los últimos 10 meses ha perdido de manera consecutiva dos elecciones generales con los peores resultados en la historia del PSOE, algo que en otra época acarreó dimisiones ipso facto. Basta con recordar el caso de Joaquín Almunia, quien tras perder ante José María Aznar en el año 2000 —con 40 escaños más de los que tiene ahora Sánchez— dejó su puesto de secretario general.
No es menos cierto que los barones y críticos han tardado demasiado en pronunciarse con claridad. Esas 17 dimisiones en la Ejecutiva han llegado con demasiado retraso. Cuando la desesperación por el pasado se adueña del presente, al final, nunca suele anticipar un buen futuro. De ahí que ahora tengan que definir un proyecto y un líder concreto para regenerar el partido cuanto antes. En cualquier caso, y aunque el PSOE de Pedro Sánchez ya resulta inviable a todas luces, mientras llegan a una situación que propicie la nueva etapa, lo mejor sería que dirimieran sus diferencias por la vía del diálogo y no por el impulso egoísta o la mera vendetta. Al fin y al cabo, sobre tierra quemada resulta casi imposible construir un proyecto que enganche. Está en juego la historia de una formación imprescindible para la política nacional. La imagen de Ferraz es una parte esencial de la que proyecta la propia España política.
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