No es por odio, ¡es por inútil!
Hace unos días se produjo un lamentable accidente en el entorno del parque nacional de Cabañeros en el que falleció un hombre al chocar la moto que conducía contra un corzo. Evitar o reducir este tipo de accidentes, que se producen con mucha frecuencia y que también con frecuencia tienen consecuencias trágicas (nos preocupan obviamente las personas y no tanto los animales, al contrario de lo que se comentaba en la noticia de agencia), es una de las tareas a las que debiera dedicarse el ministro del Interior como responsable último del tráfico y la seguridad vial.
En realidad, el ministro del Interior tiene infinidad de problemas que debería intentar arreglar y que o los tiene olvidados o, aún peor, los está agravando con su dirección y orientación sectaria. Piensen, por ejemplo, en la política penitenciaria con los etarras, la gestión (¿delictiva?) de las avalanchas de emigrantes o en las kafkianas situaciones generadas por los okupas. Sin embargo, es obvio que Marlaska ha decidido poner el foco en aquellos temas que, aunque no aparecen entre las mayores preocupaciones o problemas de los españoles, forman parte de la agenda progre-populista. Y estrella entre esos temas son los delitos por homofobia.
Nadie dice que no existan, pero nadie, que no sean los interesados en politizarlos, puede decir que en España son frecuentísimos, de gravísimas consecuencias y, como no, que están especialmente extendidos en la Comunidad de Madrid.
Los episodios de la semana pasada ponen de manifiesto, una vez más, la torticera utilización de las personas con orientaciones sexuales diversas en la estrategia de estigmatización de la derecha. Resulta chocante que estas personas no se rebelen ante los procesos de identificación o inclusión en colectivos sectarios que demuestran todos los días tener mucha más vocación de actuar políticamente que de defender a los que de verdad sufren agresiones o discriminaciones.
Porque eso es lo realmente importante: las discriminaciones, las vejaciones, los atentados a la integridad, los insultos … Lo importante son los actos delictivos y no los manoseados -y frecuentemente supuestos- delitos de odio, que solamente sirven para el navajeo político y la imputación de ideologías fascistoides.
Desde un punto de vista jurídico, e incluso desde el sentido común, se entiende claramente que el odio es un sentimiento y que es imposible construir únicamente sobre su aparente existencia la imputación de un delito. Los sentimientos, de amor, de odio o de lo que sean, se confiesan, se profesan e incluso pueden contagiarse, pero no son perseguibles per se; al contrario, sí lo son la inducción o comisión efectiva de un hecho delictivo, se haya hecho por odio, por amor o por cualquier otro sentimiento. Incluso los agravantes de un acto delictivo no se pueden elevar hasta el absurdo por la existencia de un supuesto odio o por haber sido cometido contra una persona o colectivo concreto sin que se dé lugar a discriminaciones inaceptables. Un ejemplo ayuda a comprenderlo: no se puede considerar más grave insultar a alguien de una minoría protegida que lesionar o matar a una persona cualquiera con intención de robarle.
Las leyes y sistemas penales, perfeccionados durante siglos con las aportaciones doctrinales y jurisprudenciales, determinan las personas que tienen que ser especialmente protegidas y enumeran los agravantes y el modo en que se pueden considerar. Bien sabe esto el ínclito Marlaska, que sin embargo está cegado por una manía persecutoria al colectivo homosexual y desatado en una crítica injusta e histérica a los adversarios políticos.
Querido Fernando, quizás ya te esté resultando difícil andar por la calle sin que te señalen con desprecio, pero no es por ser gay, sino por ser el peor ministro del peor gobierno. ¡No es por odio, es por inútil!
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