Opinión

Montero: la mano que mece la cuna

Al más puro estilo shakespeariano se suceden los actos de la tragedia. Ambición, traición e intrigas de poder son ingredientes imprescindibles en las obras del dramaturgo inglés. Pero si se presta la suficiente atención seguro que encontrarán coincidencias en la tormentosa fase previa al congreso de Vistalegre II. ¿Qué me dicen de Macbeth? Toda una declaración de intenciones sobre los peligros que entraña la ambición política, rasgo principal del carácter del protagonista, de su esposa y causa última de su ruina.

Irene Montero, la mujer que ocupa en estos momentos el corazón del líder de Podemos, se resiste a su papel principal y cultiva el halo misterioso que la rodea desde que hace un tiempo saltara a la escena de la mano de Pablo Iglesias. Ella es buena muestra de que las puertas entre vida personal y ascenso político no son muy herméticas. Sus objetivos, sus ambiciones, su verdadero papel y las redes que maneja le sirven, desde entonces, para desenvolverse con comodidad y cada vez más soltura en el núcleo central del proyecto de extrema izquierda. Aunque no le guste, ni la mayoría de las veces trascienda, algún día tendrá que admitir que ya no es sólo la joven “alumna” aventajada, conocida en el mundillo del activismo y experta en psicología comunitaria y del lenguaje.

La influencia de Montero es evidente e innegable. Se ha mimetizado tan convenientemente con su compañero que hasta en las intervenciones televisivas recurre al mismo tono de voz, expresiones y tácticas de interpelación. Dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición, dice el siempre acertado refranero español. Pero, más allá de la anécdota, Irene utiliza su posición privilegiada para procurar que avancen los temas más adecuados a sus intereses personales. No en vano, el mismísimo Errejón aseguraba escaldado que la campaña de la que fue víctima hace unas semanas en redes sociales se promovió por el entorno más cercano a Pablo, en clara referencia a su jefa de gabinete. ¿Recuerdan cuando Macbeth ordena en el Acto III, matar a su amigo Banquo? ¡Pobre Iñigo! Ha sufrido en carne propia las secuelas de osar enfrentarse al amado de la mano que mece la cuna.

En esta guerra de movimientos internos que asola Podemos, en esta maraña de tácticas psicopolíticas que caracterizan las luchas de poder tan propias y recurrentes de las formaciones comunistas —aunque no sean de cargos, sino puramente ideológicas— en este asalto al cielo que se ha bifurcado en posiciones de idéntica dirección pero sentidos contrarios, la estrategia oficial tiene sello de mujer. Han volado ya algunos cuchillos previos en formato “advertencia” modo hasthag —donde, por cierto, en un gesto vergonzoso y no suficientemente denostado por propios y extraños, el secretario de organización, Echenique, cuya misión debería ser en todo caso y circunstancia mediar desde la más exquisita objetividad, se ha posicionado sin pudor con uno de los bandos. No se extrañen con las purgas que aplicarán una vez finalizado el congreso. En un escenario en el que todo son estrategias y en el que las palabras se alejan con descaro de las verdaderas intenciones, la más joven y aparentemente inocua de todas ellas, usará su poder para —con el gesto dulce y sibilino de quien parece no haber roto jamás un plato— actuar con tranquilidad pero sin clemencia.