México mantiene la tradición de los sacrificios humanos

La violencia habitual en el país hispanohablante más poblado, con 130 millones de habitantes, se ha disparado desde que la nueva izquierda entró en el gobierno en 2018. En el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000), se registraron 80.311 homicidios. En el de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), la cifra fue de 199.619, un poco menos que la población entera de la ciudad de Almería.
El salto de los homicidios cometidos con armas de fuego en México coincidió con la expiración, en 2004, de una ley federal en Estados Unidos que prohibía la venta de armas de asalto y con la declaración de guerra a los cárteles por parte del presidente Felipe Calderón, en diciembre de 2006. En el sexenio de Calderón, miembro del PAN, partido de centro-derecha, el número de homicidios, casi 122.000, se dobló respecto a los de su predecesor, Vicente Fox.
A partir de entonces, la delincuencia no ha parado de crecer, así como la penetración de los cárteles en el Estado, las fuerzas policiales y el Ejército.
El izquierdista López Obrador, elogiado por el socialista español Rodríguez Zapatero, llegó con una estrategia de seguridad denominada Abrazos, no balazos. Su sucesora, Claudia Sheinbaum, de su mismo partido, Morena, la mantiene. Y las consecuencias son igual de sangrientas. En el primer cuatrimestre de su sexenio (octubre-enero) los homicidios fueron 9.677; una cantidad menor en un 6,2% a la del anterior cuatrimestre, el último de AMLO.
En España, los homicidios anuales son poco más de 300. A toda esta lista de horrores, la semana pasada se unió un nuevo episodio. La asociación Guerreros Buscadores de Jalisco, formada por familiares de desaparecidos (en ese estado, se han denunciado 18.000 desapariciones en los últimos seis años) reveló la existencia de un campo de entrenamiento y exterminio del Cártel Jalisco Nueva Generación. Se trata de un rancho en el municipio de Teuchitlán, a una hora de la ciudad de Guadalajara, en el oeste del país, donde el cártel entrenaba a nuevos soldados y sicarios, la mayoría de ellos captados mediante ofertas falsas de empleo.
Una vez que las autoridades penetraron en el lugar, se encontraron en el cercado y los edificios tres fosas clandestinas con restos humanos, más de 200 pares de zapatos, montones de ropa, mochilas y carteras, tres hornos crematorios rudimentarios, casquillos percutidos, cargadores de armas, esposas metálicas, restos de droga y un altar a la Santa Muerte. Según contaron algunos de los huidos del rancho, en uno de los cuartos, apodado La carnicería, los matones asesinaban a los que se resistían o no pasaban las pruebas y luego los desmembraban.
Ha aumentado la indignación de los mexicanos saber que en septiembre pasado la Guardia Nacional irrumpió en el rancho y detuvo a diez delincuentes, a la vez que liberó a dos secuestrados. Después quedó bajo el control de la Fiscalía de Jalisco, que lo registró en busca de pruebas de más delitos. Sin embargo, fueron unos particulares los que, arriesgando sus vidas, descubrieron este espanto. ¿Incompetencia o complicidad?
Aunque la violencia se concentra en cinco estados del norte (Guanajuato, Tabasco, Nuevo León, Baja California y Sinaloa), donde se cometen la mitad de los asesinatos, la situación de inseguridad y corrupción se extiende a todo México. Aparte de los muertos y el quebranto económico, otro efecto asociado al narco es su repercusión en Estados Unidos. Los cárteles pelean por el controlar el tráfico de drogas al vecino del norte, al que extienden sus redes y de donde obtienen dinero y armas. A cambio, dejan también cientos de muertos, tanto en tiroteos y asesinatos como en adictos, sobre todo por el fentanilo.
El presidente Donald Trump firmó en enero un decreto que pasaba a considerar a los cárteles mexicanos como “organizaciones terroristas”. Y en febrero declaró que México está gobernado “en buena medida” por estas mafias, a la vez que ofrecía ayuda a la presidenta para combatirlos. Los mexicanos temen que Washington se ampare en estos motivos para inmiscuirse en su república. Durante la revolución mexicana, los ataques de las partidas de Pancho Villa condujeron a que el presidente Woodrow Wilson ordenase a su Ejército que atravesase la frontera. Así, entre 1916 y 1917, varios miles de soldados de EEUU permanecieron en México.
Quien debería ser la más interesada en poner orden en México es Sheinbaum. Sin embargo, la presidenta se dedica más a la propaganda que al gobierno. Sus últimos actos propagandísticos fueron sendas ceremonias de homenaje a Cuauhtémoc, el último emperador azteca, asesinado por Hernán Cortés en 1528, y, durante el Día de la Mujer, al dios Tláloc, deidad a la que se ofrecían lágrimas y llantos de niños, algunos de los cuales luego eran sacrificados. Los sacrificios humanos, que pararon los españoles, han regresado.
A Sheinbaum le importan mucho más los muertos de hace 500 años que los que se están produciendo bajo su mandato. De la misma manera, exige al Rey de España que se disculpe por la conquista cuando puede estar gestándose una nueva intervención de Estados Unidos.
Los europeos deberían mirar a México, porque existe el riesgo de que parte de sus países se transformen en feudos de las mafias. En España, en un arco que se extiende desde la ría de Huelva a Melilla, pasando por el Campo de Gibraltar, Ceuta y la Costa del Sol, los narcotraficantes están consiguiendo imponerse al Estado, y no porque éste carezca de fuerza, sino porque los políticos y funcionarios hacen la vista gorda por motivos que todos sospechamos.