Melody: la alegría como resistencia

Melody no ha venido a ganar Eurovisión: ha venido a ganar el lunes, el martes y el día del juicio final con una canción ruidosa, ingenua, grosera e irritante que imagino que quedará fatal. Sin embargo, defendida con tanta convicción que cuesta decidir si estamos ante un acto musical o un fenómeno espiritual donde Melody, que leyó todos los libros de autoestima de la estantería, ay, no es una chica cualquiera.
Melodía Ruiz Gutiérrez es una alegría sin fisuras. Y eso, en estos tiempos, tiene su mérito y es muy de diva. La niña prodigio que no se resignó a desaparecer.
Melody es intensa, cansina, a ratos, difícil de digerir, pero es imposible no tenerle simpatía, no desear que le vaya bien. ¿A alguien le cae mal esta mujer? Olvidemos la canción y sus sentencias motivacionales, ella se lo cree, con divismo anacrónico y la convierte en algo que tiene sentido. Un sentido interno, suyo. No universal, pero real y así se ha ganado el afecto nacional, a base de insistencia, cantando con tanta ilusión que casi convence.
No hay ironía en su forma de estar en el escenario, tampoco hay pose, ni cansancio, ni escepticismo. Melody se toma en serio lo que hace como lo haría liz Taylor, mucho más. Y esa forma de entregarse, sin cinismo, sin doblez, es precisamente lo que la salva. «Tengo un cuerpo de mujer pero emociones de niña», confesaba Taylor. En cuanto a nosotros, mortales (y eso excluye a Melody) el único camino es madurar; no pensemos que somos un regalo divino para la humanidad, al contrario, echemos mano de la autocrítica y mantengamos al monstruo de la vanidad bajo control.
España ha enviado muchas cosas a Eurovisión, pocas veces música memorable…Oh, pero cuando lo ha hecho…. En 1966, Raphael inauguró una nueva forma de intensidad con Yo soy aquél: una balada dostoievskiana, desbordada de dramatismo, mirada Raskólnikov fija a cámara en traje de gala… En 1973, Eres tú de Mocedades (me flipa desde niña) se convirtió, con derecho, en himno europeo: delicada, vocalmente impecable, elegante sin narcisismo, armonías limpias, contención emocional que sigue funcionando medio siglo después. En 1983, Remedios Amaya llevó una genialidad poética ¿Quién maneja mi barca? A un escenario que no estaba preparado para ella. Se quedó en cero puntos por su modernidad gitano dadaísta impecable, por su vanguardismo radical. Lean la letra, elevadísima, arte.
En los noventa, Bandido de Azúcar Moreno dinamitó el modelo eurovisivo desde dentro: tecnología y raíz en diálogo, dos morenazas hirsutas de rompe y rasga que entendían el ritmo como lenguaje ¡que dos señoras! Bailar pegados de Sergio Dalma (nunca me ha vuelto a interesar nada que provenga de este artista) devolvió la dignidad al romanticismo masculino con voz rasgada, traje claro y vulnerabilidad milimétrica ¡Me encanta! Lo mismo que Nina Nacida para amar, ¡qué voz, cuánta belleza! Y ya en nuestros días SloMo de Chanel, el nombre más cateto, trajo la excelencia coreográfica, la ambición sin complejos provocadora, insumisa, energizante, oportuna, torerita tanga… En cualquier caso, divertidísima, desdramatizando, arrolladoramente sexy y levantando el power mujeril como una bestia.
En efecto, Melody no es Chanel, ni es Mocedades. Hay representantes que impresionan. Otros que avergüenzan. Melody, al menos, resiste. Y es bastante.