Los más insolidarios de España están en la Carrera de San Jerónimo
España ha demostrado su solidaridad en innumerables ocasiones a lo largo de los últimos 30 años. Nuestros conciudadanos encabezan con su generosidad las estadísticas en transplantes, donaciones, ayudas al desarrollo exterior y ante cualquier desastre natural que surja tanto dentro como fuera del país. De hecho, y a pesar de la dura crisis económica que hemos dejado atrás recientemente, el número de españoles que colabora con alguna entidad benéfica ha aumentado en un 20% desde 2008 —hasta los 2,4 millones de personas en 2015— según la Coordinadora Española de ONG para el Desarrollo (CONGD). No obstante, hay un lugar donde parecen ser ajenos a esta sensibilidad: el Congreso de los Diputados. La iniciativa de Eurest y Cáritas para recoger alimentos básicos ha supuesto un rotundo fracaso en la Cámara Baja, ya que sólo han conseguido 30 kilos.
Los promotores de la campaña, que pedían alimentos básicos e imperecederos como arroz, pasta o latas de conserva, ni siquiera han visto atendida esta demanda concreta, ya que dentro del recipiente había productos de higiene personal y botellas de leche. Si tenemos en cuenta que en el Congreso trabajan 1.200 personas entre diputados, funcionarios, asistentes, personal de grupos y empresas externas —limpieza y cafetería— la cifra total resulta vergonzosa tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. La imagen de los trabajadores de una de las instituciones más simbólicas del país queda en entredicho. Sobre todo si tenemos en cuenta que el cajón de recogida estaba ubicado en la entrada de la cafetería, una zona muy concurrida. La solidaridad es un hábito privado que mejora la vida pública. Nadie está obligado a serlo ni a decir que lo es, pero en el caso de nuestros representantes públicos tendría que ser un requisito.
Especialmente si tenemos en cuenta que esta acción se ha desarrollado en la casa de la soberanía popular. La solidaridad no puede reducirse a los mítines, a los programas electorales, a las declaraciones en televisión o al mero rédito de los votos. Ellos deberían ser el paradigma de la sociedad y como tal tendrían que responder. Colaborar con Cáritas, más si cabe con campañas accesibles como ésta, es colaborar con una organización que hace un trabajo imponderable. Con unas cuentas transparentes y perfectamente auditadas, el año pasado invirtieron más de 328 millones de euros en programas y acciones de acompañamiento para ayudar a las personas más empobrecidas. Todo un ejemplo al que hay que responder con más ejemplo.
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