Opinión

Madrid, capital liberal europea

  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Fue el momento cumbre, aquello que todos esperábamos secretamente que sucediera. No bien la cofundadora de La Republique En Marche Astrid Panosyan cerró su intervención en el congreso de ALDE, el millar de delegados que abarrotaban el auditorio del hotel Marriott, en Madrid, prorrumpió en una ovación cuasi catártica. No era para menos. La también delegada de Acción Internacional del partido de Emmanuel Macron acababa de dar el sí a la alianza con los liberales. Y lo había hecho describiendo sin rodeos la amenaza a la que se enfrenta la Unión Europea: “Compartimos una visión y valores para Europa que nos diferencian claramente de los nacionalistas y de aquellos que desean coexistir con ellos”. Nacía así, tras una negociación pilotada desde ALDE por Luis Garicano, el frente liberal-centrista que ha de rescatar a Europa del anquilosamiento al que la han conducido conservadores y socialistas, y que también se halla en la base del avance del nacional-populismo. Tanto es así que por primera vez en la historia de la UE, unas elecciones al Parlamento Europeo medirán las fuerzas de quienes aspiramos a revitalizar las instituciones comunitarias con las de quienes no tienen otro objetivo que su descrédito.

Ya no se trata del frívolo euroescepticismo que, desde que la CEE diera los primeros pasos, veía en la integración una enojosa cesión de soberanía. Lo que ahora está en juego es la continuidad del proyecto, como evidenciaron el asalto a la presidencia de Francia del Frente Nacional, felizmente conjurado por Macron o, ni que decir tiene, la victoria del Brexit, que vino a consumar un largo proceso de desafección espoleado en su recta final por toda suerte de mentiras, de cuya diseminación, por decirlo todo, tuvo una parte de responsabilidad la calculada indolencia del líder laborista Jeremy Corbyn. Ello por no hablar del ascenso de personajes como Salvini, Orbán o Kaczyński. De hecho, 48 horas después de que ALDE y En Marche acordaran ir de la mano a los comicios de mayo, más de 200.000 nacionalistas polacos y de otros países europeos se manifestaban en Varsovia por el centenario de la independencia de Polonia. Hay, en suma, los suficientes focos de virulencia —que incluyen, claro está, la podemia y el soberanismo españoles— como para congratularse de la articulación de esa gran plataforma europeísta.

En ella, ha tenido un peso decisivo Ciudadanos, convertido, después de tan sólo 12 años de vida, en el socio de ALDE Party con mayores expectativas de crecimiento electoral. La elección de la capital española como sede del congreso sancionó, en cierto modo, la nueva condición de C’s como partido troncal de AP. Entretanto, el PDeCat, que trató de vetar su ingreso en esta legislativa y no ha dejado de ensuciar su buen nombre a base de insidias, se ve hoy en la calle, una vez que todos sus intentos por desligarse de Convergéncia han caído en saco roto. Un caso, sin duda, de justicia poética, que ha de tener su reválida a mediados de primavera.

A todo ello, el pasado martes tuvimos la visita en el Parlamento de la canciller Ángela Merkel. El suyo fue un discurso muy inspirador, donde puso en valor todo lo que nos une a los europeos. Fue también un alegato contra los nacionalismos y una apremiante advertencia ante las fuerzas regresivas que pretenden retrotraernos a épocas superadas y a ideologías superadas. El que las imágenes muestren a los diputados aplaudiendo puestos en pie salvo visibles flancos sedentes tanto en el lado izquierdo de la cámara como en el derecho, nos muestra gráficamente cómo los extremos se tocan. Nunca ha sido más necearía una presencia fuerte de los liberales y los centristas para colaborar con el resto de los europeístas en la defensa de esa Europa que se dibuja como única garantía para la paz y la prosperidad.