Lula y la decadencia de la democracia
Los brasileños han elegido a Lula da Silva como su nuevo presidente para los próximos cuatro años. Los brasileños han elegido a un ex convicto, a un político que pasó año y medio en la cárcel acusado de corrupción. La progresía internacional, incluidos los pelotas mediáticos del sanchismo, tratan de colar que fue exonerado por el Tribunal Supremo brasileño hace ya un año. Sin embargo, conviene aclarar que la condena fue anulada por razones técnicas, pero nunca se probó la inocencia de Lula, acusado, por tanto, de lavado de dinero y corrupción pasiva.
Resulta preocupante que la sociedad de un país elija de presidente a un individuo, por muchos derechos políticos restablecidos que tenga, que ha estado entre rejas por haber defraudado no sólo al fisco de su país sino haber engañado a los electores que le habían depositado su confianza. Cuando la democracia fue instituida en Atenas hace 2.500 años, su gran hombre, Pericles, defendía siempre el gobierno de los mejores, de los más capacitados, del orgullo de todos los ciudadanos y envidia de los adversarios.
Por supuesto que Lula da Silva no sólo no es ejemplo de nada para sus ciudadanos, sino que encima es un mal modelo que pervierte la propia esencia de la democracia. Los dirigentes políticos en cada país deben ser siempre una referencia para sus habitantes, gente que antepone el interés general al interés egoísta personal. De todo ello, como digo, no resulta ejemplar el nuevo presidente brasileño. Para qué estudiar se preguntarán los niños de las favelas si al final para llegar alto da igual ser un delincuente que una persona honrada. Para qué tratar de ganarse la vida honradamente se interrogarán los adultos si medrando y escalando en un partido político puedo llegar a vivir de la política.
Pero no hace falta irse a Brasil para comprobar de cerca la decadencia de nuestro sistema político que cada vez provoca un mayor hartazgo en la ciudadanía. Cojamos el caso de Pedro Sánchez, un político que no sabe en qué país está, si está en Senegal o en Kenia, por partida doble; una persona cuya tesis doctoral fue un vergonzoso copia y pega; un político que entre lo que prometió y luego hizo, siempre se desdijo; un tipo para el que el delito es una cuestión subjetiva que depende siempre de la militancia política del delincuente.
Pocos en España podrían imaginar que un personaje como Rodrigo Rato pudiera encabezar una lista electoral a unas elecciones electoral . Por supuesto, lo mismo tendría que valer para José Antonio Griñán, pero como la izquierda navega siempre en las aguas de la impunidad de medio pelo, no me extrañaría ver que algún día proclamase a un convicto a menesteres tan loables que poco tendrían que ver con la naturaleza del sujeto. De momento ya utilizan como propagandistas a tipos que se permiten el lujo de aleccionar pero que han sido, por ejemplo, condenados a pagar por defraudar a Hacienda, como el Gran Wyoming o Jorge Javier Vázquez.
En EEUU cualquier convicto pierde su derecho a ejercer el voto dentro y fuera de prisión. Y no sólo eso. Está inhabilitado de por vida políticamente hablando. Los brasileños se merecían que Lula hubiera sido inhabilitado a pesar de las maniobras del Tribunal Supremo por exonerarlo, que todo sea dicho, ocurrió bajo el mandato de Jair Bolsonaro, quien precisamente siempre fue acusado por las terminales mediáticas progres de haber retrocedido la calidad democrática de su país.
Cuánto cinismo. Lo dicen los mismos panfletos que luego defienden los indultos de Sánchez a golpistas o cuando Sánchez no hace cumplir las sentencias judiciales en Cataluña para que los estudiantes aprendan español. Qué tiempos más malos corren para los niños españoles y sus homólogos brasileños.
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