Opinión

Lo normal, blanquear en Navidad

Hace pocas semanas estábamos diciendo que era un enfermo, afectado por una metástasis de su patológica ambición, y, sin embargo, ahora ya le dispensamos la droga que le pide su incontenible adicción; que era un embustero, falsario de absurdas razones que mal justifican sus comportamientos, y ya le estamos comprando sus inaceptables mentiras.

Resulta que ahora la supuesta corrección democrática nos obliga a permitir que siga alimentando su ego; que ahora ya es necesario hacer política responsable y dejarle que continúe con un ejercicio pacífico del poder y que nos siga mintiendo en el nombre de la gobernabilidad del país y del interés de los españoles.

Quizá en el fondo somos cofrades de la misma sectaria vocación y nos hemos creído que de verdad impedir que gobierne la derecha justifica todo lo demás, o es que, en nuestra ingenuidad, creemos que, ahora ya instalado, Pedro Sánchez guiará sus pasos y los nuestros por el camino de nuestro verdadero interés. No es que hayamos sido inocentes o hayamos sido malintencionados, sino que nuestra candidez ha terminado llevándonos a la estupidez; y, por eso, viniendo del rechazo más rotundo nos contagiamos de un síndrome de Estocolmo al modo que decía Pessoa, «primero extrañas y después entrañas».

Pero hay otro camino: frente al relato, realidad, y contra el conformismo, convicción y determinación. La oposición no debe aburrirse de afearle a Pedro Sánchez su conducta, en el Congreso o en cuantas reuniones se celebren, y de repetirle una y otra vez, como Cicerón en el Senado romano, «¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?».

En el antiguo Banesto, un experimentado directivo, responsable de la territorial madrileña, aguantaba las arremetidas del incomparable Jesús Gil. «Mira Jesús, puedes venir a verme siempre que quieras, pero no me pidas que hagamos negocio, porque, cuando salgas por esa puerta, me habrás engañado y tú habrás ganado y yo habré perdido».

Esa misma prevención debe tener Feijóo, y tomar siempre precauciones hasta el punto que éstas sean tan efectivas que hagan que Sánchez, ante la imposibilidad de engañarle, desista de actuar.

Por ejemplo, ¿de verdad alguien que no tenga la intención de auto engañarse puede creer que Sánchez va a optar por una renovación equilibrada e independiente del CGPJ y una modificación de las normas de elección que enriquezca la separación de poderes? La realidad será que, aunque junto con la elección de los vocales se consiga cambiar el fututo método de selección, un BOE y una cúpula judicial adeptos se encargarán después de manosear el procedimiento para que futuras renovaciones no hagan peligrar su mayoría.

El domingo el Rey mostró que él no está por blanquear a nadie. El monarca respetará y aceptará lo que otros hagan, pero él no se cree un discurso de acercamiento y conciliación que unas veces dicen que lo adoptan por convicción y otras que lo asumen por exigencia. El Rey se posicionó tan claramente con la Constitución que su intervención solamente podía provocar el aplauso de los que la defienden y el abucheo de los que la atacan. Y el PSOE, en el proceso de blanqueo de estos últimos, ha tenido el cuajo de dar un falso like al discurso de Felipe VI, cuando sabe que la motivación del mismo no son las protestas de la oposición, sino la eiségesis que se hace de la Constitución en los acuerdos y leyes sanchistas.

Pero bueno, en el proceso de blanqueamiento en cadena no falta casi nadie: Bildu, ERC y Junts blanquean a los terroristas y a los golpistas, el PSOE y Sumar a todos ellos, y ahora la corrección política al presidente Sánchez en el nombre de los grandes acuerdos políticos y sociales que necesita el país.

Y no podía faltar, en tiempo de una blanca Navidad, el mensaje de reconciliación de la cúpula eclesiástica, la de aquí y la de Roma. Pero no reclamando la enmienda de los que actuando contra las leyes humanas actuaron contra las leyes de Dios, sino con la habitual equidistancia relativista. Que no olviden que ese Cristo, que en estos días se hace niño, nos recuerda nuestra condición penitente, pero también que el perdón solo será efectivo después de un arrepentimiento sincero y existiendo la firme voluntad de no volver a pecar. Si no es así, tras el lavado aparentarán pulcritud, pero no serán más que sepulcros blanqueados.