Opinión

Liberales, reuníos

Siempre se ha dicho, con maldad socialdemócrata, que los liberales en España caben en un taxi. Donde no caben, parece, es en la política nacional, de donde salen disparados, o expulsados por el comisariado, para no incomodar con sus ideas demasiado libres. En España vivimos en un continuo liberalismo soviético, donde los cimientos de la democracia parlamentaria se socavan por el continuo intervencionismo de un gobierno autócrata que ha rendido todos los poderes del estado a su servicio y unos partidos, que, desde un supuesto liberalismo, abrazan el protectorado ideológico que la izquierda antiprogreso marca.

La mayor parte de representantes que pueblan las cámaras de bilis y argumentos chuscos acreditan una trayectoria consolidada como pulsabotones y escapan a una realidad que golpea a los ciudadanos en forma de siniestro: nos encaminamos a un futuro de plena democracia popular, que es la romántica manera que tiene el socialismo de llamar democracia a la dictadura. Y ante ese escenario que el pueblo no termina de vislumbrar, quizá por exceso de propaganda buenista o retórica tranquilizadora, el Estado sigue creando súbditos en forma de funcionarios y generando dependencia en forma de ayudas, con los incentivos llamada para que vengan de fuera a cobrarlas. Repasen los números de los últimos años y prepárense para lo peor.

¿No han reparado por qué no ha habido ninguna medida en el Gobierno en cuatro años que haya ido a paliar la situación del autónomo o del pequeño y mediano empresario? Mas al contrario, todos los esfuerzos de Sánchez y asociados se ha destinado a quitar del bolsillo del que crea riqueza casi todo lo que tiene para dárselo al que siempre espera. Y el que siempre espera va sumando en la bolsa de votantes agradecidos hasta aceptar cualquier cosa de su gobierno, desde el perdón a delincuentes hasta sacrificar la privacidad en aras de una protección ficticia y repulsivamente autoritaria. Hemos asumido que de esta saldremos más pobres y parece que nos da igual. Quietos, anestesiados, amarrados a un devenir sentenciado desde que Sánchez y las élites pactaron la decadencia.

Lo que la propaganda lleva años vendiendo como medidas de protección social son en verdad acciones encaminadas a perpetuar el socialismo en las instituciones y en la mentalidad colectiva. Los datos son inequívocos y refuerzan la idea: desde 2008, más de medio millón de autónomos y asalariados han dejado de cotizar en España y su lugar lo han ocupado empleados públicos, un dato inquietante si no fuera porque obedece a un plan establecido por los burócratas que nos gobiernan. Cuanto más Estado en las casas, menos libertad del individuo para decidir cómo quiere enfocar su vida. Cuando el dinero no lo controlan las familias, sino esos burócratas, el proceso que lleva a la servidumbre sólo depende del tiempo de resistencia de los ciudadanos.

De todo esto, se deduce que la batalla actual se sitúa en un plano sin etiquetas ni nostalgias ideológicas. O defiendes una sociedad pro Estado o defiendes una sociedad pro individuo. Y ahora que el plurinacionalismo, ese concepto tan falso como perverso, ha despertado los peores instintos del reino de taifas y protectorados, es pertinente la defensa de los ideales de emancipación individual, del progreso económico basado en el libre intercambio de bienes y servicios, de un Estado mínimo pero lo suficientemente fuerte como para garantizar que se cumpla la separación de poderes, el respeto a la ley y la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, sin privilegios personales ni territoriales. No veo ahora quién puede representar ese espacio político en España, pero sí observo en cambio a millones de españoles deseando que alguien abandere, con la firmeza de las ideas, la radicalidad de unos principios insobornables y la decencia de denunciar sin preeminencia de colores ni siglas políticas lo que está pudriendo la democracia, ese espacio de libertades y derechos hoy conculcados por el estatalismo a izquierda y derecha.

La ingeniería social que globalmente va laminando espacios de libertad exige respuestas contundentes de una sociedad civil que parece conforme con lo que hay. Del rebaño que escucha la llamada del muyahidín de turno para que se manifieste en defensa de la causita del día no hay que esperar nada. Han firmado su condena como ciudadanos libres. Pero de quien está cansado de ser pastoreado por los mismos poderes que cada día frenan su autonomía, diciéndole cómo pensar y vivir, se estima una rebeldía acorde a ese hastío. Pero necesita un asidero moral, intelectual y de liderazgo político para ello. Es momento del salir del taxi y conformar una alternativa coherente a la decadente realidad nacional que padecemos. A la España de los extremos, de tontuna socialdemócrata y pedigrí conservador, le hace falta verdad y libertad. Y sin demora.