Opinión

El Jefe del Estado que España necesita

«Sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho».

 «Vivimos en un Estado democrático que ofrece las vías constitucionales para que cualquier persona pueda defender sus ideas dentro del respeto a la ley. Porque, como todos sabemos, sin ese respeto no hay convivencia democrática posible en paz y libertad, ni en Cataluña, ni en el resto de España, ni en ningún lugar del mundo».

 Cuando se cumplen seis años desde la llegada a la Jefatura del Estado de Felipe VI quiero recordar estos dos párrafos del discurso que pronunció el día 3 de Octubre de 2017 tras el envite golpista protagonizado por las autoridades y los poderes públicos de Cataluña. El Rey se dirigió a los catalanes demócratas para asegurarles que nunca estará solos frente a esas autoridades autonómicas que les someten y marginan como si fueran ciudadanos de segunda. Y les dio garantía absoluta de la protección de nuestro Estado de Derecho ya que sin acatamiento a ley no hay democracia, ni paz, ni convivencia… “ni en Cataluña, ni en el resto de España ni en ningún lugar del mundo”.

 Esas palabras tuvieron especial importancia para quienes viven en Cataluña y reconfortaron a muchos otros españoles que vivíamos con temor y preocupación lo que nos parecía una insoportable pasividad de los poderes del Estado ante el desafío de los separatistas catalanes. El Rey que amparó expresamente a los constitucionalistas catalanes cuando sentían que el Estado les había abandonado es el Jefe del Estado que España necesita

Yo era diputada cuando Juan Carlos I tomó la decisión de abdicar en su hijo, lo que me permitió participar en los debates y aprobación de la Ley Orgánica con la que había de formalizarse la voluntad expresada por Juan Carlos I. Fuimos capaces de superar las diferencias y la coyuntura para afrontar un momento excepcional, pues en los más de dos siglos de historia constitucional de España no ha sido muy frecuente asistir con normalidad al relevo de la Jefatura del Estado.

Pero incluso en aquella Cámara que hizo posible la normalidad democrática (miedo da pensar qué hubiera ocurrido si el debate hubiera llegado tan solo dos años más tarde…) hubo que recordar a los filibusteros que querían pervertir el fondo de la cuestión que  la democracia real, sustantiva, material, no se puede entender al margen del funcionamiento reglado y normalizado de sus instituciones. Porque ya entonces hubo quien pretendía que la abdicación del Rey Juan Carlos abriera  una crisis constitucional que obligara a replantearse la institución, lo que hubiera equivalido a anular la propia Constitución y diera paso a un periodo constituyente, como ese al que apela el Ministro de Justicia del Gobierno de Pedro Sánchez.

Ya entonces escuchamos argumentaciones propias de los parámetros históricos del siglo XIX. En pleno siglo XXI  no tiene ningún sentido plantear el debate república versus monarquía en términos de mayor o menor democracia. La forma del Estado no es tan importante: lo que importa es la calidad del sistema. En el terreno de los ideales políticos podríamos aceptar que es mejor la república que la monarquía; pero lo importante en el terreno práctico es la ciudadanía democrática, no la forma institucional del régimen que la garantiza.  Un republicanismo basado en principios identitarios, etnicistas, teocráticos o totalitarios –o sea, el que defienden todos los socios de Sánchez- es peor para ser ciudadano que una monarquía parlamentaria y democrática.

Si se cambiara la Constitución – siguiendo los pasos establecidos, y no de forma asamblearia en un referéndum ilegal – y se instaurara el republicanismo,  habría de hacerse con todas sus consecuencias, es decir, acabando con derechos y privilegios históricos, acabando con los  reinos de taifas con poderes pre-políticos y preconstitucionales, estableciendo un laicismo inapelable, la unidad educativa igualitaria del país, etc. Me temo que muchos de los que hoy se proclaman republicanos no compartirían buena parte de esas premisas;  entre otras cosas porque son los mismos que propugnan la fragmentación del Estado de Derecho.

A estos “republicanos de salón” yo les preguntaría si les parece que la República de Corea del Norte  o la República de Irán (en la que cuelgan a los homosexuales y lapidan a las mujeres); o Cuba; o la Bolivariana de Venezuela…  por el hecho de ser repúblicas garantizan más derechos democráticos a sus ciudadanos que la monarquía de Suecia, o de Noruega, o de Dinamarca, o del Reino Unido… Evidentemente que no es así y que las citadas monarquías europeas se encuentran entre las democracias que mejor funcionan del mundo. Lo que viene a confirmar que la forma del estado no garantiza nada, que lo importante es el buen funcionamiento de la democracia y de sus instituciones.

Los países más prósperos son aquellos que han sido capaces de afrontar  sus crisis desde las instituciones, haciendo los cambios y reformas necesarias pero manteniendo lo mejor de su sistema político y social. Otros países que han ido dando tumbos cambiándolo todo, desde su régimen político a sus constituciones, no les ha ido tan bien. España fue uno de ellos. A principios del siglo XX, cuando podíamos haber transformado nuestra monarquía constitucional en una monarquía parlamentaria democrática, no fuimos capaces de hacerlo. La clase política de entonces y el Rey no supieron dar el salto. Todo acabó con el golpe de Estado de Primo de Rivera y a partir de allí lo que ya conocemos. Para nuestra desgracia esto se llevó por delante a una serie de generaciones que eran las mejores que había tenido España en mucho tiempo y entramos en una fase negra de enfrentamientos y miseria.

Al Rey le corresponde encarnar las nuevas aspiraciones y respetar las nuevas exigencias de los españoles de hoy. Unos ciudadanos  que nacieron o llegaron a su mayoría de edad en democracia –como él mismo- y que muestran un enorme y preocupante desapego por las instituciones que les representan.

La sociedad española quiere más democracia y democracia de más calidad. El Jefe del Estado  ha de ser  el garante de la unidad de la Nación española y también de que la Nación sea ejemplo de una democracia de calidad en la que se garantiza el imperio de la ley, la prensa libre, la independencia de la justicia, la separación de poderes, la justicia social y la libertad e igualdad de todos los ciudadanos.

Hay en España mucha gente muy cualificada, muy vital, muchos ciudadanos que han hecho un gran esfuerzo en sus vidas y que ahora lo están pasando muy mal. La España real debe sentir que se puede hacer un país mejor si trabajamos todos juntos y no tiramos por la borda todo lo que tanto nos ha costado conseguir. Por todo lo que ha hecho y por cómo lo ha hecho desde aquel 19 de junio de hace seis años en que  tomó posesión como Jefe del Estado creo que no hay nadie mejor que Felipe VI, nuestro Rey, para liderar España en este momento.