Jacobinos y rojipardos asoman el hocico
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La joven y gran Leyre Iglesias ha descubierto a unos muchachos socialistas, ex comunistas y de centro/izquierda (Ciudadanos) que aprendieron en los textos de los padres fundadores que un movimiento de izquierdas que se precie no puede ir al rebufo de políticas identitarias, sean por territorios, sexos o condición alguna. ¿Recuerdan? ¡Arriba parias de la tierra! ¡En pie famélica legión…!
Se hacen llamar la izquierda jacobina (un Estado fuerte) y huérfana (sus padres ideológicos les han abandonado). La izquierda, escribe Leyre, no nacionalistas, racionalista, materialista, anti identitaria. Activistas de la izquierda posmoderna. Los acaudilla un tal Guillermo del Valle, no más de 30 años y con cara de haber leído.
Hartos ya de estar hartos con los diarios ósculos y abrazos de Sánchez, Iglesias, Díaz, Belarra, Montero, Garzón a sus amigos tales como Rufián, Aragonés, Puigdemont, Otegui y demás compañeros mártires de la causa del “Frankenstein”, quieren volver a las esencias de una izquierda que defienda a los desheredados, a los parias sin tener en consideración de dónde vienen o dónde van.
Andan por ahí estos jóvenes recogiendo voluntades y la recolección no parece ir mal, según cuentas. Son pocos y entusiastas y, sobre todo, están convencidos de la justeza de sus planteamientos en una vuelta a las esencias de la izquierda de la I, II y III Internacional. Especialmente, entre aquellos ex militantes y votantes del Partido Comunista de España (PCE) y de Izquierda Unida cuyas organizaciones se han diluido en aquel terremoto inicial que significó “Podemos”.
Escrito de otra forma: ser de izquierdas, nacionalista o independentistas es algo imposible y a la vez contradictorio. Beben en este sentido en las fuentes más cercanas de Julio Anguita, aquel califica que despreciaba el egoísmo de catalanes y vascos. Siempre entendió que su teórica superioridad territorial -de esto puedo dar fe en primera persona- era lo más arcaico, reaccionario y carca que se pudo producir en los estertores del siglo XX y los inicios del XXI.
Tienen escasos medios y menos organización, pero las causas justas no se paran en barreras. Aborrecen las concesiones “ad hominem” y desprecian el gen para hacer política en un mundo totalmente globalizado, máxime cuando esa globalización al fin y a la postre no supone otra cosa que el dominio cada vez más fuertes de minorías sobre inmensas mayorías sociales.
A Pedro Sánchez, probablemente, no le dará tiempo a ver plasmado su triunfo. Pero a los que le sucedan, sí.
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