Opinión

La izquierda, la democracia y el poder

Hay en esta triada que titula el artículo una relación histórica que viene determinando el destino de España desde la configuración de los Estados nación en Europa tras el Congreso de Viena de 1815, que puso fin a la hegemonía imperial napoleónica y que no buscaba otro contexto que el de restaurar las ideologías del Antiguo Régimen. Fue el siglo de los liberalismos en nuestro país, marcado por una fratricida y frecuente disputa entre fernandinos, isabelinos, liberales moderados y exaltados y cantonalistas de toda condición que conformaron una centuria de conflictos, cambios de régimen y asesinatos de Estado.

Sin embargo, la complejidad de los sucesos y la gravedad de las alteraciones aumentaron de manera cuantitativa y cualitativa desde que la izquierda se hizo cuerpo, esto es, partido, y tomó conciencia de clase a fines del XIX, momento en el que las movilizaciones sociales y políticas fueron constantes. La participación de miembros de la izquierda política y social en los asesinatos de Cánovas del Castillo, José Canalejas, Eduardo Dato, antes de Prim y posteriormente de Calvo Sotelo, y ya en el ocaso de la dictadura franquista, de Carrero Blanco, representan todavía hoy una anomalía democrática en el conjunto de Europa. Magnicidios, todos ellos provocados con las mismas excusas que en estos últimos años también leemos y escuchamos: desigualdad social, mal reparto de bienes, demasiado librecambismo o mal proteccionismo, élites adocenadas, corrupción política y necesidad de cambio.

Bajo determinados pretextos, cualquier acción estaba justificada, incluida la de dar pasaporte al adversario político, ocupara el cargo que ocupara. La irrupción de la República en 1931 fue la oportunidad que la izquierda aprovechó para deconstruir España, tomar el poder por la fuerza de las armas y el control de las almas y situar una perpetua dictadura del proletariado, gobernado por el PSOE y sus filias comunistas, anarquistas y separatistas. No pudieron conseguirlo entonces. Pero pervive en su memoria el deseo.

Un siglo después, se busca repetir contextos, situaciones y propósitos. Bajo un año electoral que marcara el futuro como nación de España, la izquierda se prepara, parece, para perder el poder. Y esa es, quizá, la peor de las noticias. Porque la izquierda nunca está preparada para perder el poder. En verdad, nunca ha dejado de tenerlo, ya que, incluso cuando no gobierna, manda. Su capacidad para infiltrarse en las administraciones, empresas públicas, organismos del Estado, fuerzas y cuerpos de seguridad y medios de comunicación, le hacen inmortal entre votantes que no consideran otra cosa que no sea apoyar las siglas de siempre. La historia siempre dice que cuando la izquierda no admite el consustancial hecho de la alternativa política, España sufre. He ahí los casos antes mencionados.

Determinados historiadores prefieren en la actualidad abrazar las consignas de los partidos de izquierdas, a los que su filia ideológica obliga, antes que incurrir en una honestidad intelectual propia de su profesión. Su capacidad para hurtar determinados hechos históricos vinculados a partidos autoproclamados y mal considerados como progresistas es proporcional al espacio académico y mediático que reciben para ello. No cabe mayor desdoro que el de sesgar la verdad histórica por obedecer a prejuicios y planteamientos de base y clase.

Ahora, como en la infausta República, el PSOE y sus socios replican proceder y comportamientos. Vemos actuaciones preocupantes, como ordenar la retirada de carteles de la oposición en espacios públicos en consistorios gobernados por el PSOE y Podemos, mientras asistimos a violentos asaltos a sedes y puestos callejeros de partidos del centroderecha democrático, y a una campaña de acoso y derribo al ciudadano Ayuso que recuerda a las vividas por las familias de miembros de la CEDA previas el golpe de Estado del 34 y al asesinato de Calvo Sotelo por los escoltas de Indalecio Prieto y Margarita Nelken en julio de 1936. La motorizada era el nombre que utilizan esos matarifes cuyos jefes dirigían el Partido Socialista. Diferentes actores bajo un mismo patrón, la sumisión de la mitad de España a sus totalitarios designios. Hoy, la izquierda democrática, ni está, ni se le espera. Como entonces, ocultado Besteiro, triunfaron los Negrín, Prieto y Largo Caballero; hoy disfrutan del caos y la división los Sánchez, Bolaños, Iglesias y Rufián, zafios representantes de la peor costumbre soviética de la purga y la defensa de una democracia popular abyecta. La diferencia es que aquellos querían cambiar la historia desde la calle; estos, buscan repetirla desde el escaño.

Por eso, los hechos reafirman la conclusión: la relación de la izquierda política con el poder es la misma que tiene un oso panda con el bambú: lo necesita para vivir y cuando no sale a buscarlo, sólo tiene que esperar sentado a que se lo traigan. Como el panda de los zoológicos, la progresía acomodada contempla sentada cómo el rebaño de fieles le trae su bambú. Debe mandar para poder sobrevivir y en ese maridaje consustancial con el poder, ejerce influencia, control y chantaje. Cuando no lo tiene, lo busca y persigue, hasta que lo alcanza y ejerce de aquella manera. Si no consiguen repetir la historia, al menos van a adulterarla para justificar en el futuro lo que quieren crear hoy.