Opinión

Ineptocracia del escaño

Hay errores que no pueden justificarse con la sempiterna excusa sobre la condición humana que acompaña al que se equivoca. El que aconteció ayer en el Congreso es uno de ellos. PP y Vox firmaron una ley que permite a cuarenta etarras, entre ellos el asesino de Miguel Ángel Blanco, salir libres gracias a una estrategia perversa del Gobierno, un hecho que debería acabar con la toma última de responsabilidades, más allá del perdón público, de quienes debieron denunciar y oponerse a la enésima felonía de esta izquierda cómplice con el terrorismo y la delincuencia. La incomparecencia profesional y legislativa de la derecha política agravia como nunca a las víctimas y a sus familiares, al ver a los asesinos sonreír en libertad sin arrepentirse. A diferencia de estos, su dolor no prescribe.

Que Sánchez libera a etarras con la misma tranquilidad que suelta a violadores ya está asumido. Es un genio del mal. Ni siquiera sus triunfos parlamentarios necesitan ya del refrendo de su bien pagado equipo de opinión, que no obstante corrieron para justificar otra ignominia más. Sabemos que Pedro está conforme con una España donde los delincuentes reinan en las calles por voluntad propia, pero ver al PSOE colar una disposición adicional para que Bildu sonría y los comunistas aplaudan -los criminales tendrán los derechos que ya nunca disfrutarán sus asesinados-, debería avergonzar a quienes han avalado con su voto y favor dicha malicia.

La política actual navega entre la estrategia y el oprobio, con la misma facilidad con la que compadrean fuera del escaño los mismos tribuneros que hacen méritos en el Parlamento para ganarse la continuidad de pulsabotones. Miles de euros al mes le pagamos a gente que debería tomarse su trabajo más en serio, desde saber lo que votan hasta leerse los informes que explican el sentido de su posición política. Las disculpas a posteriori no lavan su conciencia ni arreglan el estropicio, porque de cara al votante, todo seguirá igual. No hay mérito ni perdón en la continuidad mediocre del que no está a la altura de su responsabilidad.

Esa imagen de la vergüenza de todo un hemiciclo liberando a Txapote retrata hasta qué punto el sistema está putrefacto y necesita una profunda renovación. Mientras no reformemos la ley para que los representantes políticos sean elegidos mediante el sistema de listas abiertas, estos episodios serán cada vez más comunes. La disciplina de voto impone rigor e impide libertad, generando una ineptocracia funcionarial cada vez más enquistada. La pereza del escaño les empuja a contratar, pero en vez de arrimarse a asesores profesionales, confían en militantes de partido y pulsera. Tanta negligencia incompetente a cargo del presupuesto público nos obliga a la vigilancia y denuncia constante.

De la izquierda política golpista y mentecata, conocedora del nivel acrítico de sus pastoreados votantes, no esperemos nada que no sea vivir a costa de lo ajeno, por lo civil o lo criminal. Pero de la derecha se espera más nivel, rigor y consecuencia. Después de este esperpéntico episodio, huyamos de toda esperanza. No se tomarán represalias por tamaña dejación de funciones. Tampoco donarán su sueldo -el menos, el del mes presente- aquellos que deberían haber hecho un esfuerzo de lectura e interpretación de la norma. Si salieran a la calle, verían la reacción de su electorado. Mientras la izquierda sociológica aplaude lo que sus partidos han vuelto a hacer, la derecha admite posiciones más férreas sobre principios y moral, y cuestiona con mayor gravedad actuaciones así.

En Génova y Bambú deben entender hasta qué punto la frase de Thatcher adquiere más sentido hoy: «No tengo dudas sobre lo que hay que votar en cualquier propuesta que venga de la izquierda: no a todo». Que Feijóo y Abascal entreguen a sus parlamentarios, y al nutrido grupo de contratados que los acompañan, las obras completas de la dama de hierro y de otro monstruo de la comunicación y el ingenio político, Ronald Reagan, para que sepan cómo responder al trilerismo progre y a la mentira zurda. Le hago un spoiler a don Alberto: las frases y sentencias de Thatcher y Reagan no son aptas para socialistas templados.