La incógnita Levy marcará el debate
El próximo 9 de junio habrá un debate político con mujeres y de mujeres. Sí, como suena. Como se ve. Como si fuera la madre de todas las informaciones. Como si hubiera que darle un tratamiento especial al hecho diferencial de que las mujeres debatan. Haciendo de nuevo de lo normal la excepción. Haciendo de la política el show del que todos huyen pero muchos viven. La noticia, la única, la real, es que habrá debate más allá del que tendremos de candidatos a la Presidencia del Gobierno. Y nada más. La existencia del debate político sustenta una democracia, pero la persistencia del debate sobre la conveniencia de que haya o no debate la pervierte. Y haciendo de la normalidad circo contribuimos a la perversión.
Leo y escucho en los últimos días que un debate de mujeres será diferente al de hombres por la propia condición de las candidatas, porque pueden generar más empatía con el telespectador y porque —intuyen ciertos gurús del ramo— serán menos agresivas en el tono y las formas que si fueran hombres los oradores. Incluso he llegado a leer y escuchar que el debate femenino puede influir decisivamente en la intención de voto del 26J. A este respecto quiero hacer dos valoraciones:
1) Ni este debate ni el de candidatos a la Presidencia del Gobierno decidirá nada, ni influirá en cambio de voto alguno. Situar ambas contiendas mediáticas tan lejos del día de la votación deslegitima el posible influjo de lo que ahí acontezca. Una vez finalice el debate, pasarán tres semanas —dos en el caso del debate de machos alfa—, en las que surgirán nuevos focos que taparán los aciertos y errores de lo acontecido en 90 minutos de rifirrafe dialéctico televisado.
2) Por otro lado, presuponer que una votante del PP mostrará más simpatía por Carolina Bescansa o Margarita Robles que por Mariano Rajoy, o una votante de Podemos más identificación con Andrea Levy que con Pablo Iglesias es no entender nada. Se vota por sensaciones, por cómo me hiciste sentir al recordar esos momentos de elocuencia o fuego retórico. Pero la percepción general en la ciudadanía de hartazgo y desafección no la arreglará un prime time de cuota edulcorada.
Lo interesante del debate, a mi juicio, está en la propia estrategia a seguir por quienes serán avanzadilla de lo que veremos unos días después. Para empezar no se medirán las primeras espadas de sus partidos, a excepción de Inés Arrimadas, que, coincidencia o no, es actualmente la imagen más valorada de partido por militantes y votantes. De su carácter conciliador, su tono mesurado y su capacidad para desmontar argumentos sin elevar la garganta dependerá que el debate sea un todos contra Levy u otra cosa.
No olvidemos que el efecto underdog también puede influir en un debate de candidatas. Habrá que estar atentos a ese metadebate y a la conformación de alianzas según los diferentes bloques que se planteen, en las que Podemos iniciará la venta de la sonrisa como sustantivo que asalta las conciencias del famélico pueblo. Y en la que Robles (PSOE) en su intento por recuperar algo de espacio social, hará bandera de un feminismo de salón para evitar que la confluencia monopolice el último bastión de izquierda que le queda. La incógnita, y de ella depende la esencia y sustancia del debate, será qué hará, que dirá y qué sensaciones dejará Andrea Levy.
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