Hombrada ante el Atlético
Yo soy más del partido a partido que repetía Cúper. Simeone también lo predica, pero no con el ejemplo. Esperó al Mallorca pensando en el Oporto y aunque es cierto que el partido del martes puede dejar a su equipo fuera de Europa, si rebajas la tensión del primero con la mente puesta en el segundo sueles perder ambos. Y eso que estuvo a punto de ganar, pero cuando los de Luis García Plaza perdieron el miedo, más que el respeto, a su anfitrión, hasta hoy imbatido en su estadio, demostraron que no tienen por qué temer a nadie y se llevaron los tres puntos porque, sencillamente, se propusieron ir a por ellos.
En las grandes orquestas suele haber, además de un director que lleva la batuta, un músico que dirige a sus compañeros desde dentro. Koke ya no está para tocar el violín, pero el Mallorca, sin Salva o con Galarreta fuera de partitura, tiene a Dani Rodríguez que evita cualquier falta de afinación. Valjent para, Baba templa y el gallego manda, una verdad que no apareció en los compases iniciales, aquellos en los que la grandeza del escenario y del rival minan la confianza. Después de dos sustos al principio, la respuesta de Abdón y por dos veces Kang-in Lee, era un aviso de lo que podía ocurrir.
El técnico había intercambiado posiciones. El coreano y Antonio Sánchez en las bandas, este último para cerrar a Llorente, un buen extremo reconvertido en un mal lateral, y Lee tratando de hacer lo propio con Lodi aunque más con sus desdoblamientos que con su relativa capacidad defensiva. Dani, esta vez como media punta, nunca puso el motor al ralentí, al contrario que sus oponentes, reiterativos en sus ataques por la derecha y en manos del barullo antes que de la inspiración.
Y parecía irles bien cuando Reina midió mal el pase de la muerte de Correa y Cunha abrió el marcador. Quedaban veintitrés minutos, prolongación aparte, y mientras Simeone tiraba de resiliencia, siempre pensando en Europa, García Plaza optó por quemar sus naves. Con el luminoso en contra, mandó a sus hombres al campo de batalla, metió en liza caballos de refresco y vio que si había una ocasión para ganar allí y pasar por encima de la entidad del enemigo, era esta. Se la jugó, arriesgó y ganó. Le fe mueve montañas, eso dicen. Yo no sé si tanto, pero si puedo certificar que con ella se ganan partidos.
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