Opinión

Historias de la desmemoria (4): María Teresa Tomé

  • Pedro Corral
  • Escritor, historiador y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

A Enrique Ossorio

Dicen que María Teresa Tomé Laguna fue siempre una mujer atractiva y de brillante conversación. Las cicatrices de la Guerra Civil las llevaba en el alma. Desde entonces, guardó luto en el corazón por su gran amor. Funcionaria civil del Ejército del Aire desde que en 1941 ganó la oposición de mecanógrafa, murió soltera en 2001, a los 90 años, en el Madrid de sus vidas truncadas.

La figura de María Teresa es la de tantas mujeres de España que vieron arrasados por la contienda sus mundos familiares, los íntimos hogares donde crepitan vivamente los afectos, los sueños y las esperanzas. Son los suyos nombres que tampoco habría que borrar de la Historia, sufrieran donde sufrieran la contienda fratricida y sus consecuencias, porque su entereza frente a la tragedia es también una profunda y conciliadora lección de libertad que ninguna ley podrá nunca emular: la de vivir según tu conciencia, resistiendo a los duros embates del destino, cueste lo que cueste.

La encrucijada del golpe militar de 1936 situó a María Teresa, que contaba 25 años entonces, en el bando de los perseguidos en el Madrid revolucionario, sin que ella ni sus allegados hubieran tomado ninguna decisión al respecto.

A su hermano Manuel, teniente aviador, de 30 años, se le había ordenado en la noche del 17 de julio acuartelarse en el aeródromo de Cuatro Vientos, donde era profesor de la Escuela de Mecánicos, sin mando en tropa. El día 20 le ordenaron marchar a su casa. Ocho días después fue la policía a buscarlo a su domicilio y, como se hubiera mudado a vivir a una pensión, él mismo se presentó en comisaría, donde lo detuvieron.

Manuel fue juzgado en la cárcel Modelo con otros oficiales de Cuatro Vientos por su supuesta implicación en el golpe militar, si bien la acusación no pudo determinar más que su «actitud equívoca, lo que dio lugar a que la oficialidad y tropas notoriamente leales al régimen la interpretaran como sospechosa». El 30 de septiembre fue condenado a un año de prisión por negligencia.

Para entonces, su hermana María Teresa había visto también entrar en la cárcel Modelo a su novio, Tulio Rincón Agudo, de 25 años, que estudiaba para ingeniero de Caminos. Como su familia vivía en Badajoz, Tulio residía en casa de su tía Blanca Agudo, en Covarrubias 35. Afiliado a Acción Popular, el principal partido de la CEDA, decidió no salir de casa en aquellos días de furia revolucionaria. Sin embargo, el destino quiso que residiera en el inmueble una mujer de origen francés, nacionalizada española, María Luisa Bataille, y su pareja, Francisco Tello Tortajada, militante del PSOE, que se había hecho tristemente famoso en 1934 por acribillar y rematar en el suelo, en el barrio de Argüelles, al estudiante Matías Montero, cuando vendía por la calle la revista de Falange.

Condenado a 23 años de prisión, Tello fue amnistiado por el gobierno del Frente Popular después de las elecciones de febrero de 1936. Nombrado comisario político de aviación durante la contienda, en 1937 fue destinado a Barcelona. En enero de 1939, antes del final de la guerra, Bataille y Tello salieron de España y se exiliaron en México, donde vivieron hasta el final de sus días.

En la declaración jurada que el portero y los vecinos de Covarrubias 35 realizaron después de la guerra, señalaron a Bataille y a Tello como posibles denunciantes de Tulio Rincón Agudo, que fue detenido en casa de su tía Blanca el 30 de julio. Puesto en libertad, fue apresado de nuevo el 10 de septiembre y conducido tres días después a la cárcel Modelo.

Ese mismo día, recibió la primera visita de su novia María Teresa Tomé, que tenía ya recluido en la Modelo a su hermano Manuel, entonces a la espera de juicio por la sublevación de Cuatro Vientos. De hecho, el azar quiso que, al poco tiempo de ingresar en prisión, Tulio fuera trasladado a la quinta galería, donde se encontraba Manuel.

Las visitas de María Teresa a su novio y a su hermano se sucedieron cada cinco días hasta el 1 de noviembre, en que se prohibieron las visitas a la cárcel de amigos y familiares. Cuatro días después se empezaron a rechazar los paquetes que sus allegados dejaban para los presos con ropa o comida.

El 7 de noviembre, María Teresa acudió temprano a la cárcel. Había una gran agitación. Afuera se alineaban autobuses urbanos de dos pisos y coches y camionetas con milicianos armados. Alguien dijo que iban a trasladar a los presos a Valencia. María Teresa se dirigió a toda prisa al Ministerio de Justicia para pedir a una amiga, que lo era también del director de la prisión, que le ayudara a evitar el traslado de Tulio y Manuel. Pero la amiga acudió tarde a la prisión, cuando ya no había nada que hacer.

Su hermano Manuel fue sacado de la Modelo a las siete de la mañana de aquel 7 de noviembre en una expedición de militares, mientras que su novio Tulio lo fue cuatro horas después en un convoy de paisanos. El destino de ambos fue un lugar solitario en Paracuellos del Jarama, donde los fusilaron como a otros miles de presos gubernativos, asesinados en aquellas sangrientas semanas.

El 9 de noviembre, María Teresa visitó de nuevo la cárcel, donde un compañero de celda le confirmó que Tulio había salido el día 7 en una expedición.

«Me dijo que iba contento con la idea de que los trasladaran a Levante, que se puso los zapatos, pues allí estaba siempre en zapatillas, un jersey gris que le había llevado yo hacía unos días, el traje negro y el mono, así salió el pobre para caer con todos sus compañeros a los pocos minutos después en Paracuellos del Jarama», escribió María Teresa en julio de 1939, una vez terminada la guerra, a la madre y la hermana de Tulio, quienes desconocían su suerte desde hacía tres años.

«Es horrible pensar esto, querida Isabelita -escribió también en esa conmovedora misiva-, y comprendo cómo estará tu madre para la que ya no puede haber consuelo en este mundo, pero no tenemos más remedio que levantar el corazón hacia Dios, rogándole nos de la resignación necesaria para sobrellevar tan dura prueba. El único consuelo que podemos tener es que tanto Tulio como Manolo estarán gozando de un Cielo hermosísimo y que desde allí nos contemplan y nos ayudan en los que todavía tengamos que pasar».

Hasta su muerte en 1952, la madre de Tulio, María Agudo, esperó el regreso de su hijo, confiada en que podría haberse salvado de las matanzas. María Teresa mantuvo vivos en su recuerdo a su novio y a su hermano hasta el final de sus días, cumplidos a los 90 años de edad, como viva mantuvo también la fe y la esperanza en su reencuentro con ellos en aquel cielo azul como el de los últimos versos de Antonio Machado.