Opinión

Hay gente degollando gente pero, miedo miedo, da la ultraderecha

La palabra woke, que literalmente se puede traducir como despierto, es un término en el que caben tanto los discursos de una tremendista climática como Greta Thunberg, los agravios históricos de comunidades «victimizadas» propias o extrañas, la idea del blanco racista y malvado por naturaleza, el feminismo más radicalizado o los dos mil géneros distintos que andan por ahí. El hundimiento de la Unión Soviética llevó a una parte de la izquierda a buscar un sustituto a su ideología fallida.

El izquierdismo desembocó en una cosmovisión híbrida que aplicaba las teorías socialistas del conflicto a las categorías de identidad. Seguíamos con que la sociedad se entiende como una lucha entre grupos opresores y grupos oprimidos, pero un freudismo muy asumido añadía a la demanda de igualdad y seguridad material la terapéutica de los sentimientos, incluso del rencor.

Hasta mediados del siglo XX, nadie a quien se le preguntase por su identidad habría mencionado la raza, el sexo, la clase, la nacionalidad o su religión. Pero necesitábamos llenar el hueco que habían dejado tanto la religión como la ideología. Y ha sido un exitazo. ¡Ya tenemos una nueva religión laica! La «justicia social», la política «identitaria» global y la interseccionalidad representan, para Douglas Murray, «el esfuerzo más audaz y exhaustivo por crear una nueva ideología desde el fin de la guerra fría».

No sólo niños y niñas bien se lanzaron a defender ideas sobre la justicia social y el racismo como si hubieran tenido al mismísimo tío Tom entre sus abuelos. Quien tenía un poco o, sobre todo, mucho tiempo libre pudo encontrar irresistibles banderas de compromiso y comunidad. ¿Midiendo bien su sentido común y consecuencias? No siempre. Thomas Sowell dijo una vez que el activismo es «una forma en que las personas inútiles se sienten importantes, incluso si las consecuencias de su activismo son contraproducentes para aquellos a quienes dicen ayudar y dañar el tejido de la sociedad en su conjunto».

Y el pensamiento woke busca exasperar y exagerar los sentimientos de victimización de sus minorías favoritas para exigir privilegios. Y su virulencia es proporcional a su vacuidad. Es el discurso favorito de una izquierda que se ha vuelto totalmente radical.

En TV3 saben mucho de esas «victimizaciones», pues han jugado durante decenios a una apología del procesismo que tiene mucho en común con lo Woke. En el imaginario propio, el malvado hombre ¿blanco? español coloniza y victimiza al autóctono.

En el global, es el hombre decididamente blanco, europeo u occidental, quien victimiza al inmigrante, preferentemente al musulmán. Una idea imbatible. Sólo hay que ver cómo han tratado en la televisión pública catalana los últimos atentados del Estado Islámico en Solingen, Alemania. Recuerden: un solicitante de asilo sirio de 26 años llevó a cabo una correría de apuñalamientos que causó tres muertos y ocho heridos. Y, en vez de hacerse eco del sensato y muy saludable horror de la ciudadanía ante esa nueva muestra de yihadismo en ciudades donde se ha dado refugio y sustento a tantos de ellos, giran el foco hacia el supuesto empuje que esto pueda dar… a la maldita «extrema derecha».

La «extrema derecha», amigos, es como un oportunísimo Hombre del Saco al que atribuir infinitos males que no por desconocidos son menos inminentes. Es el recurso de la, esa sí, «extrema izquierda» para desviar la atención de sus victimizados favoritos a sus detestados opositores políticos. El sesgo ideológico y la falta de objetividad en el tratamiento informativo de TV3 es proverbial, y no es precisamente una novedad que vaya a sorprender a nadie. Pero ha llegado un punto en que hasta a sus más fervientes incondicionales les parece excesivo.

Que den la noticia así: «Solingen respira más tranquila tras la detención del presunto autor de los atentados. El miedo ahora es cómo utilizará la extrema derecha la tragedia del viernes, en un momento de auge para partidos como Alternativa para Alemania» ha tenido una indignada respuesta en las redes sociales.

Quienes alimentan la «extrema derecha», ¿no serán quienes niegan que exista un problema con el islamismo radical y cierta inmigración? Cuídense del «periodismo woke».