Opinión

Neruda ocupa la mano que apretaba el gatillo

El 22 de mayo de 2011 EH Bildu se hizo con el ayuntamiento de San Sebastián. Bastión batasuno desde el cual promoverían toda suerte de prodigios sociales para mejorar la vida de sus vecinos. Sobre todo, la de aquellos a los que habían dejado vivos. Purificar la ciudad de vestigios inquisitoriales españoles con las danzas tribales del Gudari Eguna, eclipsar aún más a los turistas de la bella easo con las argollas insertadas en los lóbulos de los Borrokas que las afanaban al ganado bovino del Gorbeia, y a pociones oníricas para lograr quimeras de emancipación. Sin embargo, los sueños de independentzia se diluían en el sopor, y los anhelos batasunos se conformaron con obligar a los donostiarras a dividir su basura cada noche en cinco grupos: el grupo orgánico para las uñas, el pelo, y la memoria a los 100 asesinados por ETA tan sólo en San Sebastián. El grupo del rechazo, para las cenizas. Las del cigarrito, claro. Y los pertinentes tachos para el vidrio, plástico, y papel-cartón. La paradoja la de la Euskadi batasuna. Clasificar buena parte de la basura y reverenciar por decreto al montón de mierda que Odón Elorza había dejado en el ayuntamiento de San Sebastián.

Entre tanto Arnaldo Otegi, dejado en el barbecho carcelario por intento de organización y pertenencia a ETA en calidad de dirigente, contemplaba con impotencia el fracaso de aquellos aprendices. Su ETA político militar convertida en una subcontrata de banalidad y estiércol. Se recicló estudiando derecho, se sometió a huelgas de hambre que asombrosamente le han engordado como un lechón, y, sobre todo, ensayó frente al espejo del trullo aquella falacia con la que le condecoraron Eguiguren, López y Zapatero. El primero, compañero de txacolís con Otegi y Ternera, era devoto amateur en eso de alabar la idoneidad de su colega como candidato a la Lehendakaritza cuando no partía la escoba sobre el espinazo de la señora Eguiguren. López anunció en su día que, “en aras de la correcta convivencia, convenía integrar a los autores del horror”, y Zapatero fue el que le dio la pátina pública de hombre de paz ante las generaciones vírgenes en eso del horror de la Parabellum y el Amonal.

Nadie puede extrañarse de la negativa del PSE a impugnar la candidatura de Otegi. Ya es tradicional el discurso y la teoría del empate entre víctimas y asesinos en el argumentario socialista. La derrota operativa de ETA conlleva la reverencia a los Milikis que brindaron por cada asesinato. Aunque la progresía orgánica sepa que, en el fondo no es igual aplicar la ley al sicario que dar servilmente las gracias por perdonarnos la vida. Eso sí, los socialistas languidecen en la demoscopia vasca como castigo. Porque nosotros nunca les dimos permiso para convertir un “alto el fuego” en un ejercicio de misericordia.

Gracias a ellos, los Otegis han descubierto que con el discurso de éter y la nada se puede vivir de la subvención pública. Y los “demócratas” del PSE nos ha convencido de algo infame. De que, mientras el criminal disponga la carga de moralidad en una mano y la primavera de Neruda en la otra, no tendrá ninguna mano libre para apretar el gatillo ni ninguna mano libre para empujar a ningún inocente al interior de un coche.