Opinión

El Gobierno, de tanto ir en Falcon, sólo mira a las nubes

La economía no se impulsa a golpe de decreto ley tendencioso y atizando al orbe empresarial. En vez de tanto mariposeo decretero, bueno sería que nuestras autoridades porfiaran en el menester de remendar los entuertos que agrietan la economía española. Porque Bruselas advierte sobre las grietas de nuestra economía y nos recuerda la vulnerabilidad de España a causa de la elevada deuda externa contraída y que en importe bruto supera los 2 billones de euros, suma equivalente al 167,4% de nuestro producto interior bruto, y en términos netos el 84,1% del PIB. A ello, hemos de sumar la deuda interna tanto en su faceta pública como privada.

Si muchos son los que vaticinan que la próxima crisis se desatará como consecuencia de los altos volúmenes de deuda, España tendría que haber hecho los deberes en este sentido desde hace tiempo. Sin embargo, el descuadre de nuestras cuentas públicas en forma de déficit es lo que alimenta esas cifras desorbitadas de deuda que suponen una seria vulnerabilidad por el montante, por cómo encadenan a nuestra economía, por la sensibilidad a flor de piel ante cualquier variación al alza de los tipos de interés y por la previsible tendencia del endeudamiento en los próximos meses máxime con un Gobierno entregado a los efluvios embriagadores del decreto ley social y electoralista que azuza con vivacidad el gasto público son tener correlación, por el momento, en los ingresos.

Las vulnerabilidades de España, según Bruselas, no se limitan al espectro de la agobiante deuda. Seguimos con una tasa de desempleo exageradamente alta, por encima del 14%, algo que ningún otro país de la Unión Europea (UE), excepción hecha de Grecia (18,6%), presenta, con una temporalidad muy elevada de los contratos laborales y con un 60% de los trabajadores temporales que son jóvenes. A ello, se agrega el excesivo volumen de contratos a tiempo parcial de personas que querrían trabajar a jornada completa. Esa aberrante tasa de paro de España, que dobla a la de la zona euro  (7,9%) y exagerada respecto a la de la Unión Europea (6,6%). Hace que sigamos encaramados a un desempleo hiriente, affidávit que ratifica la flojedad de nuestra economía y que las cosas no tiran. La calidad del empleo, con una alta precariedad, constituye otro punto negro.

¿Cuál es la causa del problema? Nuestro modelo productivo se concentra en servicios de bajo valor añadido (hostelería, comercio…), el peso de la industria manufacturera –columna vertebral en cualquier economía mínimamente potente– apenas tiene un peso del 12,6% sobre el PIB español en 2018, los servicios de alto valor añadido brillan por su ausencia y nuestra estrategia competitiva se basa en ajustar costes laborales. La productividad no mejora por el lado de los ingresos, sino a costa de los salarios y el Gobierno con el nuevo salario mínimo ha descargado un dañino torpedo al empleo. Además, tecnológicamente andamos rezagados y poco digitalizados, en tanto la política económica del Gobierno, quizás por volar en Falcon, mira hacia las nubes, con 3,3 millones de parados y una tasa de desempleo juvenil del 33%, la más alta de Europa. Éste, desde luego, no es el camino a seguir.

Bruselas, en esa reprimenda que nos hace coincidiendo con el adiós del mes de febrero, alude a la lenta implementación de políticas para el crecimiento potencial de nuestra economía con desafíos pendientes en investigación, innovación, en la regulación empresarial de servicios –acá está todo el entuerto de las VTC con la deplorable imagen que Barcelona ha ofrecido al mundo entero durante la celebración del Mobile– y a la baja inversión en digitalización de las empresas y servicios públicos. Corolario: ¡menos guiños electoralistas con uso y abuso del decreto ley y más ponerse al tajo!