Gibraltar: Base militar, colonia y paraíso fiscal europeo
Hay unanimidad en considerar 2020 como un año aciago, y sin duda está perfectamente justificado. A nivel global, este pasado año será considerado como el de la pandemia del coronavirus, al igual que hace un siglo se habló -aunque indebidamente- del año de la epidemia de la «gripe española», o de 1347 como el de la peste bubónica.
Para España, no obstante, 2020 tiene otras características específicas en el ámbito político que agudizan más aún, si cabe, su consideración como annus horribilis. Es esta una expresión latina que se popularizó a nivel mundial con su utilización en 1992 por la reina Isabel II en el discurso que dirigió al país desde la city londinense. Las diversas y explosivas noticias que afectaban a miembros de la familia real, rompieron el muro de contención que la había protegido durante siglos, marcando un antes y un después en la historia reciente de Reino Unido. Ahora es frecuente que dignatarios utilicen esta expresión en discursos de balance del año para referirse a una anualidad claramente negativa para el país o la institución en cuestión.
Sin duda el ya fenecido 2020 merece este calificativo, que nos ha dejado en su postrero suspiro del último día del año, en su Nochevieja, un «acuerdo» -de hecho, una humillante claudicación- respecto a Gibraltar. Desde el Tratado de Utrecht en 1713 que dio por finalizada la participación británica en nuestra Guerra de Sucesión con la adjudicación a Reino Unido del Peñón y la isla de Menorca —posteriormente recuperada militarmente para España-, no ha habido Gobierno que no tuviera el objetivo de su reintegración a la soberanía nacional, por la vía militar o política. Tres siglos ininterrumpidos han jalonado esos esfuerzos, hasta llegar a 2020, en que el Gobierno de España se ha rendido con «armas y bagajes» y sin combate, renunciando a su soberanía y aceptando convertir Gibraltar en la única colonia en Europa, integrado además en el denominado Espacio Schengen, al que ni siquiera ha perteneció nunca Reino Unido cuando formaba parte de la UE, antes del Brexit.
Es de tal nivel la ignominia, que hasta los propios británicos están sorprendidos de lo conseguido: el eurófobo PM Boris Jonhson ha mostrado su «entusiasmo», y su valido en la colonia, Picardo, se ha reconocido «feliz» por el acuerdo, sin ceder nada «en jurisdicción, soberanía o control» respecto a Gibraltar. Para entender la dimensión de lo sucedido, es preciso recordar lo que es el Peñón en la actualidad: una base militar de la Royal Navy, rodeada de un pueblo de 35.000 habitantes, organizados en un auténtico paraíso fiscal. Así lo acreditan hechos incontrovertibles como las más de 44.000 empresas allí domiciliadas y los más de 100 bancos internacionales radicados. Solo Suiza y Mónaco tienen una renta per cápita superior al de los ‘llanitos’, que son mantenidos por varios miles de trabajadores españoles «transfronterizos», que cada día atravesaban la verja -que ahora desaparece- para trabajar en ese «espacio de prosperidad compartida», como afirma la ministra de Asuntos Exteriores, que se reunió el pasado mes de julio en Algeciras nada menos que con Picardo, para prepararle el terreno con ese encuentro al reconocerle implícitamente estatus de soberanía.
España había conseguido que, tras el Brexit, la relación de Gibraltar con la UE quedara sometida a nuestra aprobación última, lo que nos proporcionaba una histórica posición de ventaja para negociar el futuro de la colonia y exigir el cumplimiento de las resoluciones de la ONU sobre su descolonización. Ante la evidencia de un Gibraltar aislado totalmente del continente europeo por tierra, mar y aire, el escenario de una «soberanía compartida» dejaba de ser una utopía, para ser una palpable posibilidad.
Todavía estamos a tiempo de revertir este desaguisado en los seis meses que se prevén de ratificación de este acuerdo post-Brexit en el Parlamento Europeo. No dudemos que nuestro vecino Marruecos toma nota de lo sucedido, y que se prevén tiempos convulsos para la base de Rota y, lo que es más grave, para las ciudades españolas de Ceuta y Melilla. Sanchezlain —remedo del indigno Chamberlain— se ha superado ahora cual otro conde don Julián. Su conducta política no tiene calificativo.
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