Opinión

Galicia es el futuro de España

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Así, como suena. Así de solemne y así de aprensivo. Si se me permite este adjetivo que viene a reconocer que el cronista no las tiene todas consigo, que se teme que este domingo Galicia no es que sufra de una enfermedad política, es que realmente la padece. Observando estos días cómo se las gasta el PSOE, y recordando, casi al completo, todas las elecciones que se ha dado en esa comunidad desde la aprobación de su Estatuto a finales del 80, hay que convenir que nunca, con mayúsculas por favor, se ha dado en Galicia una constancia ahora incontrovertible: un partido, el PSOE, ha estado trabajando para otro, coalición o lo que sea, el Bloque.

Es como si en el fútbol el Girona, que va a ir deshaciéndose poco a poco, ya lo verán, trabajara para el Barcelona en contra del Real Madrid. Un desatino, ¿verdad? Pues bien, esto es lo que ha ocurrido en esta campaña singular que termina en este momento. El miércoles, Televisión Española, de la mano de un gallego sectario y partidista, editó un presunto debate con un solo interés: demostrar que en el noroeste español otro Gobierno es posible. Había que ver, sin estupefacción alguna, ésa es la verdad, cómo el presentador animaba acicaladamente al Bloque y al PSOE marginal para que se pusieran de acuerdo para expulsar a los populares de la plaza santiaguesa del Obradoiro. No era como la youtuber que se emocionó hace unas fechas reconociendo en Pedro Sánchez al icono de su vida, pero casi. Se trataba de culminar una campaña en el que el objetivo no ha sido nunca ganar, sino impedir la victoria del contrario.

Al final ya se vio que el manipulado debate al que nunca debió asistir, como al final hizo, el buen candidato Alfonso Rueda, les ha salido a sus gestores como un tiro por la culata de su fusil. La manipulación fue tan burda que los interminables monólogos del conductor actuaron en contra de los fines que él mismo perseguía. Lo mismo que ha estado ocurriendo con la explotación del desliz primerizo de Alberto Núñez Feijóo.

El hecho es que este derrape propio de un novato ha tenido mayor acogida en el resto de España que en Galicia, donde en toda una semana los periódicos de las cuatro provincias se han dedicado a otros aconteceres, a noticias regionales y locales para uso de sus lectores. Quizá debamos aprender de la advertencia de los madrileños, de cuna o adopción, que damos por supuesto que lo que se ventila en la capital de España se exporta automáticamente a otras provincias o regiones; no, no sucede así. Este verano cumplido, un profesional importante de Cantabria me hacía caer en esta cuenta: «Cada vez que viajo a Madrid, me traigo la impresión de que vosotros estáis en otra liga, batiéndoos en una turmix que no se enchufa normalmente fuera del kilómetro cero de nuestro país». Puede que mi interlocutor tenga razón y que la campaña de Galicia refrende su apreciación.

Ahora bien: esto sucede para bien y para mal. Para lo primero, porque los ciudadanos de la periferia no parecen estar acosados por la terrible actualidad política que sufrimos en Madrid gracias al desgobierno felón de Sánchez. Para mal porque, volviendo al caso gallego, no es seguro (este domingo lo veremos) que los electores de las cuatro provincias estén siendo conscientes del partido que se juega en su territorio. Sin ambages: o gana Alfonso Rueda y su PP algunas veces descarrilado, todo lo que ustedes quieran, o este fin de semana habremos dado un paso de gigante en la definitiva demolición de España. El proyecto destructor de los filoetarras del Bloque jaleados por la miserable política del okupante de La Moncloa no es otro que unirse a la coyunda vasco-catalana que no sólo pretende volar la España constitucional del 78, sino siglos y siglos de historia de nuestra Nación. Y a propósito y únicamente como digresión necesaria: los analfabetos que siguen insistiendo que la trayectoria secular de nuestro país sólo comienza en los primeros años del 700, que lean los documentados tomos de don Claudio Sánchez Albornoz, a ver si de una vez se enteran de que nuestro recorrido empieza muchos siglos antes. ¡Qué decir de los que, con pocas lecturas en su biografía, señalan, copiando los postulados de Américo Castro, que nosotros no somos Nación antes del 1.500!

Todos -el cronista también- estamos incurriendo en esta miseria analítica, nos estamos fijando en estos días en lo que va a ser de Feijóo dentro de unas horas. ¿Saldrá terminantemente reforzado? ¿Se quedará, por el contrario, en protagonista de una biografía política eventual, perecedera? Nos movemos sólo en esta esfera circular en la que llevamos meses dando vueltas sobre el mismo meridiano político y no recaemos en una verdad: Sánchez y su Sancho Panza de ocasión, Largo Zapatero, en su huida hacia la lisis de la patria hispana, han acabado con el PSOE general de toda España. No tiene partido en parte alguna salvo en Cataluña, en las demás regiones es un páramo que este domingo puede retratarse totalmente si, como prevén las muestras sociológicas, el PSOE es barrido estruendosamente del mapa electoral gallego.

Algo que, por lo demás, les debe importar un bledo al dúo pirómano Sánchez-Largo Zapatero. Los dos pueden ser víctimas -quiéralo la Providencia así- de su rencor hacia sus odiadas derechas. Largo Zapatero se inventó un abuelito víctima de la incuria franquista cuando fue realmente un agente doble de los dos bandos enfrentados en la Guerra Civil y Sánchez se ha inventado un matrimonio con la peor escoria de la sociedad española. Ésa que intenta ahora mismo, en estos comicios, escribir otra demoledora página en el plan de acoso y derribo de España. Por eso, el cronista escribe en el título esta evidencia: Galicia es ahora mismo, en este minuto trascendental, el futuro de España. Si sale bien seguiremos en pie, si sale mal, a partir del domingo ya no habrá porvenir para una Nación tan milenaria como la nuestra. En el voto de los gallegos radica la apuesta por uno u otro bando: el separatista-comunista o el de centroderecha que, con todos sus errores, algunos colegiales, representa la apoyatura estructural de nuestro país. La única.