Felipe VI, sí; Monarquía… ya veremos
Y anuncia Sánchez, o sea, lo que queda del PSOE, que su Congreso valenciano de este fin de semana, el cuadragésimo, va a detenerse especialmente en un punto crucial de la vida institucional española: el modelo de Estado. La denominación no es gratuita, pero sí conscientemente ambigua. Las Juventudes del partido, que son un trasunto lanar del jefe de La Moncloa, ya han anunciado que apostarán fuerte y claro por un cambio radical en la forma de organización política; de la Monarquía, a la que consideran obsoleta y hasta fascista (sic) a la excelente III República, que pretenden instaurar como hija heredera de aquella II que acabó en una tragedia nacional. A estos pollos sin cabeza no vale la pena contradecirles, que se vayan al cuerno: sólo una recomendación, que se dediquen a leer y a estudiar y no a ser mecenas del botellón y patrones de ese nuevo cuerpo social que se ha alumbrado en nuestro país: “Ninis”, ni estudian, ni trabajan. Como no harán el menor caso porque lo suyo es trepar en la propia organización para, si llega el caso, ocupar la subdelegación del Gobierno en Cuenca, pongamos por caso, y que me perdonen los conquenses que seguro que no se merecen la presencia en su provincia de tipos de este jaez con mando en plaza.
Las Juventudes son las correas de transmisión de Sánchez, por lo que la iniciativa es sólo una ideíca del ocupante de la Presidencia. Éste tiene clara su posición sobre el modelo de Estado: por ahora, Felipe VI, sí, entre otras cosas, porque únicamente le depara pequeños disgustos, es decir como Juan Carlos I a Felipe González, pero la Monarquía hay que dejarla en un comprometido “veremos”. Es decir, que la revisaremos día a día según nos venga en gana. Si se somete a nuestros criterios, bien, si no, a Cartagena como hicimos con Alfonso XIII. El conducator no gasta una palabra de afecto para defender la Corona de las agresiones sin cuento que perpetran sus conmilitones y sus socios del marxismo leninismo. Se limita a manifestar un tibio apoyo al Monarca actual al que, parodiando una frase mítica de Sabino Fernández Campo: “Le han puesto tan bajo, tan bajo, que un día no se le va a ver”. ¿O se le ha visto estos días con ocasión de la universal campaña antiespañola? Sí, la que están patrocinando dos jefes de Estado, y toda la ralea de gobernantes ultraizquierdistas de la antigua Hispanoamérica: el solo recuerdo de ese nombre causa erisipela de las malas a tipejos como Obrador, Ortega, Fernández o Castillo. Sobre estas fobias, estos ataque analfabetos, no hemos conocido una mínima declaración del “Rey de las Españas”. Seguro que a Don Felipe le hubiera gustado hacerla (esto no es opinión, es información) pero una vez más su jefe de Gobierno se lo ha impedido.
Se celebra ya este fin de semana el Congreso Federal del PSOE. Aparte de la ponencia mencionada, convertida en objetivo de obligado cumplimiento, tiene por discutir otros menesteres: uno, muy principal, que consiste en aprobar una estrategia de acoso y derribo contra la Comunidad de Madrid, el Ayuntamiento de la capital de España, y sus respectivos protagonistas. Para ello, como son tan cursis y tan embusteros, disfrazan el fin con un título que no puede ser más hortera: “Desconcentración de estructuras”, lo que no puede ser otra cosa que una operación de desmantelamiento de Madrid y sus alrededores para dejarles en las raspas. Esa es otra ponencia. La tercera, que también se las trae, es la fijación de la semana laboral en 35 horas, lo que viene a ser siete horas, de lunes a viernes, para lograr que los empresarios, tan chulos ellos que se permiten desafiarnos, tengan que cerrar sus establecimientos porque la contrata se les va a venir abajo. Y, para colmo, queda por mencionar otra orden convertida en debate: se refuerza a la nueva definición de la España Constitucional, transformada en una estupidez ágrafa que atiende por “multinivel”, como si nuestras autonomías fueran las estrías de una mina. Al final, no se engañen: esta melonada no consiste en otra cosa que no sea dividir a España en clases: nuestras regiones socialistas y, claro, el País Vasco y Cataluña, de primera; las del PP, de segunda. O sea, que los marxistazos inventores de esa crueldad que se llama “lucha de clases”, proceden ahora a reinventar otra: la lucha de ciudadanos, pueblos, capitales y regiones entre sí y todos contra todos. ¡Vaya atrocidad!
Y todo eso trufado en el Congreso de las cuatro “equis” de moralina modo “nosotros venimos a salvaros del mal, de la concupiscencia y del machismo”. Así que pretenden estas acémilas cargarse la prostitución, lo que no logró ni siquiera Franco. La prostitución es un oficio viejo, tan respetable como el orgullo gay. ¿No afirman ellos, cuando se ponen progres, que cada uno haga con su cuerpo lo que quiera? Pues ahora resulta que no, que en vez de higienizar el puterismo se lo laminan, cosa que va a hacer la vida menos grata a algunos senadores y diputados del puño y la rosa que se lo pasan chupi en Madrid cuando abandonan la casa de la parienta. ¡Bobos!
Cada vez que la izquierda, para el caso la ultraizquierda y sus compinches, llega al poder no se conforman con gobernarnos, que de eso no saben nada, es que nos quieren salvar, transformados en el cura prefecto de nuestros añorados colegios de curas. Para esta obsesión, tratan de liquidar todo lo que ellos no encierran en su pérfida y vetusta mochila ideológica. Y aquí vuelve la Corona: Felipe VI por ahora, sí, la Monarquía… dejémoslo en veremos.
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