Opinión
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Europa apuesta por un mandato breve y frustrado de Trump

Tras la victoria electoral de Donald Trump, Vladimir Putin comentó con ironía que, a pesar de todas las críticas hacia el nuevo mandatario por parte de sus socios europeos durante la campaña, todos ellos se someterían a la obediencia habitual al líder del mundo libre una vez que estuviera instalado en la Casa Blanca.

Como sabemos, Putin se equivocó en su profecía. Rompiendo con décadas de acatamiento a la guía geopolítica de Washington, Bruselas ha redoblado su enfrentamiento con la Administración Trump, que ha respondido con una hostilidad proporcional.

Ahora bien, Europa no puede permitirse navegar en solitario. Su peso en el mundo -económico, geopolítico, cultural- se ha reducido muy deprisa en los últimos años. Ya está enfrentada a muerte con Rusia, y China sigue siendo más un rival que un socio viable. ¿Cuál es el juego aquí?

Una pista podría haberla dado estos días un peso pesado del Partido Demócrata, el diputado Jamie Raskin, miembro del Comité Judicial de la Cámara de Representantes. Raskin se ha permitido amenazar a los países complacientes con Trump en el mejor estilo de la familia Corleone. “Si volvemos al poder —y volveremos—, no veremos con buenos ojos a quienes han facilitado el autoritarismo en nuestro país ”, dijo Raskin en Pod Save America.

Raskin se estaba refiriendo a un aspecto muy concreto, relativo a la deportación de ilegales, pero la advertencia semimafiosa al mundo entero insinúa una interesante explicación posible de la rebeldía europea.

En las relaciones internacionales, la costumbre es hablar de los países como si fueran individuos: Estados Unidos quiere esto, Francia teme esto otro, España aspira a lo de más allá. Y, ciertamente, suele haber cierta continuidad en la política exterior, al menos de las naciones de más peso en el mundo. Los analistas gustan de señalar que la política exterior norteamericana se ha mantenido constante bajo demócratas y republicanos, la misma con Bush que con Obama. Y es eso lo que ahora podría haberse roto con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

Resumiendo, la actitud europea hacia Estados Unidos, incomprensiblemente hostil, podría no ser tanto un cortar lazos con el líder del antaño mundo libre como una apuesta a medio plazo. Así, los líderes europeos estarían partiendo de la hipótesis de que el mandato de Trump no sería otra cosa que un hiato, una breve excentricidad, contestada, además, por un poder judicial decidido a descarrilar los grandes proyectos del presidente.

Si a la resistencia del ‘Estados profundo’ sumamos las elecciones legislativas de medio plazo, que podrían dar el control de las cámaras a los demócratas, tendríamos una administración maniatada, quizá incapaz de completar su mandato, después de la cual las aguas volverían a su cauce. En esta versión, Europa seguiría fiel a Estados Unidos, pero no a la Administración Trump.

Es una apuesta enormemente peligrosa, y no solo para Europa. Lo es, muy especialmente, para Estados Unidos, que vive por primera vez en su historia, desde la Guerra de Secesión, un feroz enfrentamiento interno que no respeta las más elementales formalidades institucionales.

Uno de los principios de cualquier democracia constitucional es la aceptación pacífica del ganador en las elecciones, y la lealtad institucional, especialmente de cara al exterior. Amenazar a los países que colaboran voluntariamente con el tuyo porque gobiernan tus enemigos nunca antes se había visto en Estados Unidos y no augura nada bueno. Como tampoco resultan tranquilizadoras estas palabras de Raskin en la citada entrevista: “Tenemos que convertirnos en líderes de un movimiento popular nacional para detener la caída del fascismo en Estados Unidos”.