Opinión

Españoles contra España

En la democracia sensitiva que vivimos (vulgo dermocracia), todo es folklore y sonrisas, con los palmeros de siempre animando el cotarro, para que el pueblo, hambriento y desarmado, siga consumiendo pan y circo en el redil que le marcan desde el poder. La España sensata se reduce a la mínima expresión, en un verano caótico de propaganda gubernamental perversa y ventilador mediático siniestro. Todo está escrito y ensayado para que no miremos la luna que marca la decadencia, sino el dedo que impulsa la causa. De esta no saldremos más fuertes, como le encanta decir al socialismo de eslogan, sino más fanáticos, idiotizados y dependientes, como también gusta a la izquierda caviar tener a los ciudadanos. Se escucha en lontananza la voz de Bismarck avisando de nuevo sobre la indestructible España, incapaz de romperse a pesar del encomiable y persistente esfuerzo de sus súbditos.

Mientras nos ocupamos de lo insignificante, de picos a destiempo y de pactos traidores a la nación que representan, la pobreza social se dispara, la deuda que pagará nuestra descendencia se vuelve inasumible, el precio de los productos básicos (no sólo aceite), inalcanzable para un salario medio, no digamos bajo, y el falso Estado del bienestar que nos ha acompañado como remedio a vagos y maleantes, seguirá creciendo por el lado que menos debe. Cuando queramos reaccionar a la debacle, no habrá espacio público ni común que salvar, arrasado por el populismo dogmático que riega de sinrazón y subvención todo lo que toca, monopoliza y pudre.

En lo que queda de España, perdemos libertad con la misma velocidad con la que adquirimos derecho al privilegio. Ahora todo depende del capricho autopercibido de la persona perteneciente a un supuesto colectivo oprimido, que cambia normas y reglas de juego y las sustituye por nuevas leyes emanadas del criterio de frenopático que es la opinión pública. Y ésta, cuanto más pastoreada, más tendente a verter conclusiones absurdas y viscerales. Un país pendiente de un niño pijo que un día se hizo descuartizador y del beso eufórico de un socialista a una futbolista merece un futuro acorde a su desidia.

Porque -y ahora sí hablamos de lo serio- en el momento en que se conceda la amnistía a los delincuentes secesionistas y el autócrata de Moncloa y sus tribunales cándidos eliminen el delito que cometieron contra la nación, España dejará de ser, de facto, un Estado de derecho, y por ende, una democracia. Esto es lo que nos debería movilizar a manifestación, y no el arrebato gañán de un señor sin pelo hacia una señorita deportista que ha demostrado menos personalidad fuera de la cancha que dentro de ella.

Con la prensa que se dice independiente confiada en mantener su estatus ruinoso pagado con el dinero de todos y las élites económicas y financieras, firmes en su proverbial cobardía cuando toca defender lo mollar, a los españoles que nos sigue importando España solo nos queda la rebelión o el exilio. De la oposición política, torpe y atropellada, acomplejada y temerosa, poco o nada podemos esperar ya.