Opinión

Escrivá y la temporalidad de la crisis

El ministro Montoro, en el Gobierno del presidente Rajoy, propuso a José Luis Escrivá, procedente de la banca, entre otras ocupaciones pasadas, como presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), institución que la Unión Europea obligó a crear como consecuencia del MoU financiero que España tuvo que firmar. Dicha propuesta se basó en la amplia experiencia que tenía el señor Escrivá en distintos temas económicos. Desde dicha institución, la AIReF trató de hacer gala de su razón de ser y espoleó al Gobierno de la nación, entonces del PP, en aquellos aspectos en los que consideraba que se desviaba de la ortodoxia técnica o en los que creía que podía haber un peligro para la sostenibilidad de las cuentas públicas.

Aunque es cierto que la sucesora de Escrivá en la AIReF, Cristina Herrero, mantiene una línea de ortodoxia en las opiniones de la institución, el ahora ministro Escrivá, aupado al ministerio de Seguridad Social -una parte del ministerio de Trabajo extraída del mismo para multiplicar los puestos con los que dar cabida a todo el Gobierno de coalición- parece haber olvidado la ortodoxia y la seriedad de la que antes hacía gala y que, en mi opinión, no debería haber abandonado ahora que es ministro.

Alguien le ha debido de decir al ministro Escrivá que tiene que ser cercano en las entrevistas, hacer gracietas y chascarrillos con los que encandilar y atraer a los ciudadanos, y explicar las cosas para que las entienda todo el mundo, por complejas que sean. Es mejor no hacer caso a esas recomendaciones, porque cuando se está en un puesto de alta representación debe mantenerse la dignidad del mismo, no sólo por el titular, sino sobre todo porque se representa a la institución, al tiempo que los ciudadanos no quieren un animador gestionando, sino una persona seria, responsable, solvente, técnica y fiable, como es el señor Escrivá, pero que no ejerce de tal manera en su desempeño como ministro. Esto es sumamente importante en cualquiera de esos puestos, y más todavía en el ministerio de Seguridad Social, cuya materia precisa de reformas y no de chistes.

Sin embargo, el ministro ha debido de hacer caso a algún asesor de comunicación y comenzó por reír las bromas y ocurrencias que su compañera del ministerio de Trabajo hizo a cuenta de la explicación de qué era un ERTE. Posteriormente, en un programa de televisión, llegó a decir que la recuperación sería, en su opinión y “por decir algo”, en forma de lámpara de Aladino. Todo ello muy desafortunado para quien llegaba al Ejecutivo para dar marchamo, junto a las ministras Calviño y Robles, de seriedad dentro de la coalición populista firmada con Podemos y apoyada en independentistas y el antiguo brazo político de ETA.

Ahora, ha dado un paso más, y en lugar de hacer gracietas, realiza bromas de mal gusto, como decir que “esta crisis es temporal y no debería haber graves daños en la economía”. No acierta el ministro Escrivá, o no dice la verdad, o ambas cosas. Es cierto que la crisis económica podría haber sido temporal si se hubiesen tomado medidas tempranas, como el cierre de fronteras con China a finales de enero, incluso con Italia, y se hubiesen implantado medidas suaves que minimizasen el contagio del virus, en lugar de tomar medias tardías y muy duras, paralizar la actividad productiva y arruinar por decreto la economía, provocando la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo.

Si no se hubiese cerrado la economía, si se hubiesen lanzado señales de prudencia para luchar contra la expansión del virus pero se hubiese mantenido la actividad económica en pie, como Noruega o Suecia, entonces cualquier quebranto que tuviésemos sí que sería pasajero, pues la recuperación habría comenzado ya y sería sólida y robusta. El problema es que nada de eso ha hecho el Gobierno, sino que ha gestionado mal ambas crisis, la sanitaria y la económica, ha generado inseguridad jurídica con sus decisiones, incrementada al desistir de sus obligaciones, dejando a las regiones a su suerte, que han emitido una catarata absurda de diferentes normas, y ha sembrado el pánico entre consumidores e inversores al alimentar todos los días el desasosiego sin contar la realidad tal y como es, alejándose del enfoque que, desde la prudencia, impulsaría la total reactivación económica. Todo eso lo sabe el ministro Escrivá sobradamente, pues, como digo, tiene formación y experiencia acreditada para ello, pero que desgraciadamente no ejerce desde que fue nombrado ministro.

Por ejemplo, en el último año la creación de empresas ha descendido un 55,9%; la cifra de negocios de la industria cae un 33,1%; el sector servicios desciende un 33,6%; las pernoctaciones de turistas se hunden un 95,1%; la ocupación hotelera cae un 71,5% y su rentabilidad media diaria retrocede un 37,8%; la firma de hipotecas de viviendas cae un 27,6%; la inversión extranjera disminuye un 64,2%; el PIB desciende un 22,1%; el número de parados va camino de los cinco millones -al incluir al millón de inactivos que no podían buscar trabajo durante el encierro-; queda un millón de personas en ERTE que no sabe que va a ser de su futuro; hay 132.093 empresas menos que hace un año, según los códigos de cuenta de cotización de la Seguridad Social; y la deuda se dispara en junio por encima del 115%, hasta alcanzar el 115,22% del PIB. Juzguen ustedes si esto no puede estar provocando graves daños en la economía.

Todo es temporal, claro, pero es diferente si el tejido productivo no se destruye, porque la recuperación será rápida y fuerte, que si la ruina es completa y las empresas cierran masivamente y, con ello, el empleo se destruye a borbotones, porque entonces esa temporalidad de la crisis a la que se refiere el ministro Escrivá será mayor, por larga y profunda.

El Gobierno debe rectificar y empezar a gobernar con ortodoxia que permita recuperarnos sólidamente o el drama social que sufrirá España será mucho mayor que el del coronavirus. Mientras tanto, el ministro Escrivá puede ir a hablarles de lo temporal de la crisis a las miles de personas que, desgraciadamente, tienen que hacer fila en las colas del hambre a la puerta de los comedores religiosos o de ayuda social que se ven por todos los rincones de España. En Martínez Campos, no muy distante de donde se asienta en Madrid la oficina del ministro, tiene uno de ellos. O el Gobierno rectifica de una vez por todas y asume la ortodoxia económica o la crisis económica -que muchos políticos parecen querer ignorar- va a suponer un horror que nunca antes hemos visto, al menos desde la Guerra. El ministro Escrivá debe volver al sendero de la técnica y la experiencia en gestión, dejarse de juegos de palabras e insistir en la vuelta a la ortodoxia. Es el mejor servicio que puede hacer a la economía española.