Émulo de Maduro
Pablo Echenique: émulo de Nicolás Maduro, discípulo de Hugo Chávez. Y, como ellos en Venezuela, obsesionado con amordazar a la escasa prensa independiente que aún queda en España. Carente de la más mínima capacidad crítica —algo que supone una rémora importante para la inteligencia— al secretario de organización de Podemos sólo le gustan los periódicos que hablan bien de su partido. Ni atisbo de pluralidad. Al igual que sus maestros venezolanos, la crítica le provoca rechazo. Eso sí que «contamina la democracia» —como él mismo dice— y no un periódico que, como OKDIARIO, no se pliega ante las presiones políticas. No obstante, la obsesión freudiana del político morado resulta muy llamativa.
No deja pasar una sola oportunidad para hablar mal de esta cabecera. Al final, tal es la obsesión, que va a resultar que está entre nuestros principales lectores. De otro modo no se explica que hable más de OKDIARIO que de los problemas que tiene España. Problemas que, gracias a Podemos y al Gobierno de Pedro Sánchez, atañen a todas las esferas del Estado: política, economía y sociedad. Al margen de exigirle una responsabilidad política de la que carece totalmente, habría que recordarle la frase en la que Arthur Schopenhauer decía que «predicar moral es más fácil que ajustar la vida a la moral que se predica».
Echenique debería mirarse a sí mismo antes de dar lecciones de ética que nadie le pide. No está para hablar con demasiada holgura en las palabras alguien que tenía un asistente y le pagaba en negro, sin darle de alta y, en definitiva, haciendo un ejercicio de absoluta explotación laboral. No sólo es denigrar a un trabajador, además supone un fraude a la Seguridad Social que si repitieran todos los españoles supondría una merma nefasta para los servicios fundamentales que por ley deben asistir a todos los ciudadanos. Por no hablar de que una persona ejemplar jamás sería expedientada por obras ilegales en su casa. Ése es el político que se permite dar lecciones morales y menospreciar a la prensa. Un émulo de Maduro. Un discípulo de Chávez. Y, como ellos, con la imponderable capacidad de superarse siempre en su infinita capacidad para hacer el ridículo.
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