Opinión

¿Elecciones anticipadas en Andalucía?

Hablo con un consejero de la Junta de Andalucía, importante consejero, y me transmite la preocupación de su presidente, Juanma Moreno, y también del propio Gobierno, sobre el nocivo efecto que ha podido causar en la estabilidad política de su región, hasta ahora impecable, el deplorable episodio acaecido con la abstención del PP de Ceuta en la votación para declarar “persona non grata” al líder de Vox, Santiago Abascal. De entrada, manifiesta su sorpresa y su disconformidad con la postura del presidente de la ciudad autónoma, Juan Vivas, y además, subraya que, pese a todas las presiones que está recibiendo, éste no tiene la menor intención de modificar su postura. Me dice algo más: “Juan Vivas está sobrepasado desde la invasión marroquí”. Y añade: “Él es un hombre tremendamente moderado que tiene muy en cuenta la realidad demográfica de su territorio en el que, al menos, el cuarenta por ciento de sus habitantes son musulmanes y de ellos casi otro cuarenta por ciento votan al Partido Popular”.

Por tanto, y según esta opinión, el conflicto Vox-PP no sólo va a continuar en Ceuta, sino que ya se ha extendido, y se extenderá todavía más, al resto de España. Por eso, para contestar ya a la pregunta del titular: dada la situación, y visto que, por ahora, Abascal no va a apoyar -dice- los cuartos Presupuestos de Juan Moreno, ¿éste se verá abocado a convocar elecciones anticipadas? El presidente de Andalucía huye de esta posibilidad. Además, su consejero de Presidencia, Elías Bendodo, hombre fuerte sin duda de la Junta, ya ha profetizado que las urnas se abrirán en esa región “no antes de noviembre de 2022”, es decir: cuando toca. Es el propósito pero no existe seguridad alguna que se pueda cumplir. Por lo pronto, Moreno tendrá que solventar un enorme obstáculo que se le viene encima: la aprobación de los cuartos Presupuestos de su mandato. Por el momento, Vox ya le ha comunicado que “con nosotros no cuente”. Otra vez aquí predomina la resaca de Ceuta. Ahora Abascal reviste su inicial oposición con una exigencia técnica: “Os cargáis los chiringuitos o no hay nada que hacer”. Y los perillanes de los chiringuitos, los socialistas derrochadores, intentan el abrazo del oso y ofrecen su apoyo para las Cuentas. ¡Serán miserables! ¿Qué idiota les va a creer? Con estos ni a recoger una herencia.

Volvamos al caso: la objeción de Macarena Olona, con ser adecuada y con venir, a mayor abundamiento, de los acuerdos que los dos partidos, PP y Vox, suscribieron para apoyar la investidura de Moreno, llega tarde: hace sólo unos días que Juan Marín, vicepresidente, presentó a la consideración general el inmenso entramado de empresas públicas, sociedades interpuestas, enchufados por miles, chiringuitos de toda índole en fin, que la Administración socialista de cuarenta años de “hago lo que me viene en gana”, dejó como herencia envenenada a los nuevos gestores del centroderecha. Pues bien, estos ya presumen de haber eliminado nada menos que un centenar de estas ficticias ocupaciones, ochenta y tres para ser más exactos ha reconocido la jefa política de Marín, Inés Arrimadas, en un intento lógico de atribuirse algún tanto en un ambiente en el que Moreno parece ser el único artífice del buen trabajo que está realizando el Gobierno de coalición. Por esto, y según parece, la exigencia de Vox en este campo es únicamente el disfraz de sus auténticas intenciones.

Que no son otras que las confesadas por ellos: impedir que Moreno cumpla con el global de la legislatura. El presidente -lo reconoce- tiene un modelo muy claro: el de José María Aznar que siempre se negó, y le vino francamente bien, a adelantar sus comicios. La impresión concreta en los medios informados de la región es que Vox cree, y a lo mejor no se equivoca, que cuanto más se tarde en clausurar el Parlamento, más disminuyen sus expectativas electorales. Abascal pretende aprovechar por  un lado la oleada antiPP que se ha levantado tras la episodio de Ceuta, y, por otro, socavar en consecuencia los pronósticos que las encuestas prevén para el PP de Juanma Moreno. Y es que el último sondeo fiable de Andalucía no engorda las perspectivas electorales de Vox: tuvo 12 escaños en 2018 y, al parecer, tendría los mismos ahora, o sea, no aprovecha para nada la caída abrumadora de Ciudadanos, que, según esta muestra, pierde catorce diputados, de los cuales la mayoría viajan al cómputo general del Partido Popular. Ahora mismo, Moreno se quedaría a sólo tres o cuatro escaños de la mayoría absoluta.

Estamos pues instalados en uno de esos rifirrafes que tanto agradan al centroderecha español y, sobre todo, al PSOE. El duelo es casi a primera sangre: Vox amenaza con romper, aunque últimamente es “romper pero no romper… del todo”, y el secretario general del PP, García Egea, responde: “A ver si os atrevéis de verdad a hacerlo”. Es decir: una arriesgada jugada de ajedrez que puede terminar (¿o no? diría Rajoy) con el mate a uno de los dos retadores. En puridad, esto debería servir para que ambos partidos reconsideraran sus posiciones, pero, ¿saben lo que pasa? Pues algo tan escolar como lo siguiente: que la antinomia entre los dos es de campeonato, empiezan a surgir (si es que no han surgido ya) odios que impiden incluso el diálogo. Es curioso: los dos parecen ignorar quién es su verdadero rival político. Por eso Sánchez está contento, aunque no quiere ver ni por el forro una convocatoria anticipada de elecciones en el Boletín Oficial de la región. Y es que quedaría sepultado: la encuesta referida le otorga 28 escaños, cinco menos que en 2018.  A lo mejor Moreno podría recaer en este pronóstico y obrar en consecuencia.