Opinión

El ejemplar PSOE sanchista: de ‘Tito Berni’ a Koldo

«Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible». Se discute si la autoría de esa famosa sentencia pertenece el mítico torero Rafael Guerra Guerritao, incluso a Charles de Talleyrand, aunque sin duda, ambos acreditaron ingenio suficiente en su respectiva actividad para ser los autores de la misma. En cualquier caso, lo que estamos viviendo en estos últimos días en la política nacional confirma esa tajante afirmación.

Después del 23J en las que Sánchez fue el primer candidato a la reelección como presidente del Gobierno en ser derrotado en las urnas, esta semana se cumplen ya los 100 primeros días de su Gobierno. Lo hace envuelto en un muy grave caso de presunta corrupción con tentáculos que van desde Baleares a Canarias pasando por diversos Ministerios con epicentro en un personaje que resulta difícil entender tuviera rango de asesor y persona de máxima confianza del ministro de Fomento, Transportes y consejero en Adif y Puertos del Estado. Ante tal ruido podría parecer que la amnistía fuese cosa ya pasada, cuando en realidad está pendiente de comenzar su segunda y definitiva tramitación parlamentaria para someterse a la voluntad de Puigdemont, de quien depende la legislatura, aunque no sólo de él.

Las elecciones gallegas han dejado al sanchismo tocado pero todavía no hundido, y el inmediato futuro no lo tiene como para tirar cohetes. En menos de dos meses hay elecciones en el País Vasco, donde sus dos aliados, Bildu y PNV, podrían disputarse el apoyo del PSE para poder gobernar, y bastaría que uno de los dos- muy en especial si fuera el PNV el damnificado- dejara de ser aliado incondicional suyo para hacer caer al Gobierno.

Esa será la próxima meta volante, a la que seguirán las elecciones europeas votando en toda España, donde para entonces -si sigue vivo el sanchismo- puede repetirse lo que sucedió en las elecciones al Parlamento Europeo de 1994, que fueron la antesala del fin del Gobierno de Felipe González, entonces tocado por los GAL. Este somero recorrido por la actualidad es para poner de manifiesto que lo que no puede ser- pretender gobernar España apoyado en los votos de quienes quieren destruirla-, acaba por resultar imposible.

En cualquier caso, sólo pretendería hacerlo alguien para quien su deseo de poder no tuviera líneas rojas ni de ningún otro color que le cerraran el paso para saciar su incontenible ambición. Es evidente que cumple con ese perfil el actual inquilino de La Moncloa, a la que accedió -según se atrevió a proclamar desde la tribuna del Hemiciclo- para «acabar con la corrupción del PP» que ponía en «grave riesgo la calidad de nuestra democracia». Es dramático comprobar que la ha colocado él en una situación de deterioro jamás imaginado, que puede requerir de una reforma constitucional o, cuando menos, de una reforma legislativa profunda para impedir la colonización de las instituciones al servicio de un poder personal como está sucediendo.

Es reflexión obligada reconsiderar la ley electoral por las minorías nacionalistas, el reglamento del Congreso para evitar el fraude en la conformación de los grupos parlamentarios, la ley de financiación de los partidos políticos, así como la del poder judicial para garantizar su independencia. Es patético el espectáculo de un partido socialista convertido en una mera plataforma de poder a la orden del líder que, sin límites éticos ni respeto alguno a la verdad, es territorio idóneo para que florezcan Titos Bernis y Koldos.

Que personajes así accedan a puestos de responsabilidad pública es la prueba irrefutable de que nuestro sistema político, con el PSOE en cabeza, requiere de reformas serias. Otro análisis nos llevaría a discernir acerca de la sociedad y el país que tenemos cuando todavía siete millones de personas votan a este partido. Aunque los gallegos han reforzado nuestra confianza en el pueblo español dando una respuesta a este interrogante en las urnas, colocándolo en su sitio, y junto a él, a la «Suma cero».

Ante esta situación, Sánchez hace balance de estos cien días: «Más empleo, más derechos y más convivencia». Increíble pero auténtico. Por cierto, Koldo y los tractores no facilitan esa particular convivencia sanchista. Y tampoco su estrecho aliado Aragonés, que no recibe al Rey en Barcelona.