Opinión

Dos hombres y un destino

Esta aciaga semana ha deparado la imagen de dos hombres que a través de sus hechos reflejan cómo existe un único destino donde cualquier mortal aspiraría a perpetuarse. Es ese destino, a modo de altar, ara o presbiterio, al que solo acceden los héroes. Y fuera de este, en el otro extremo, agazapados cobardemente entre las tinieblas de la noche, quedan los miserables.

El destino del insigne tiene un nombre: Ignacio Echeverría, asesinado por defender nuestros valores, nuestra dignidad, nuestra libertad. Asesinado vilmente por preservar nuestra civilización.

Frente a él, en el desván de la ignominia y del oprobio, se sitúa Miguel Ángel Revilla, que resume y explica la barbarie ocurrida en Londres el pasado sábado afirmando burdamente que “El origen de todos los atentados yihadistas en Europa es la foto de las Azores”.

Ignacio Echeverría es el ejemplo del héroe, la persona que frente a los demás, realiza una proeza o hazaña valerosa, inmortal. Su actitud nos provoca emoción y admiración. Ignacio fue convocado por su fuerza interior y se rebeló frente a lo injusto, a lo cobarde, a lo timorato y apocado. Demostró que en sus sueños primaba lo mejor para los demás y su fin fue siempre dejar un mundo mejor que aquel en el que vivía. Representa mejor que nadie el ejemplo a seguir, el de quien de forma desinteresada se enfrenta al peligro y consigue salir airoso, triunfante. Aunque se encuentre en el olimpo de los elegidos, su dechado y ejemplo perdurarán eternamente.

Frente a él, la demagogia de Miguel Ángel Revilla, el populismo de ganga tantas veces coincidente con el de gran parte de la izquierda radical española y del falso y erróneo “multiculturalismo”.

Ninguna lección nos puede dar el señor Revilla. De afirmar en su momento, como delegado comarcal del sindicalismo vertical franquista, que había que «exportar y actualizar el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera», a meter en un mismo saco la guerra contra nuestra civilización con una reunión internacional muy torpemente explicada.

Que poca catadura moral reflejan sus afirmaciones. Son las mismas declaraciones que vomitaban quienes justificaron los asesinatos de ETA con el argumento de que esta solo luchaba contra la dictadura. Aprenda un poco, reflexione y si le tira airear su pésima imagen, prodíguese en Sálvame deluxe para hablar de intranscendencias. Es un traje mucho más a su medida.

Que nula capacidad de análisis quien no entiende o no quiere entender que los atentados yihadistas que hoy nos aterran suponen la agresión, reitero, hacia nuestros valores, hacia nuestra civilización, hacia nuestra libertad.

El señor Revilla no nos puede dar lección ninguna. Su bufo populista no deja de enmascarar el conjunto de escándalos y despilfarros que han adornado en todo momento su inefable gestión política. En 2004 gastó 35 millones de euros en un proyecto que acabó en la ruina y con 77 trabajadores en la calle. En 2007, creó una fundación para dinamizar el comercio regional y, tras gastar más de 20 millones de euros, solo 500 de los 9.000 comercios cántabros se afiliaron a la entidad. Tres años más tarde, en 2010, su hombre de confianza gastó 25.000 euros en comilonas y fastos, imputado todo ello a la tarjeta de crédito del organismo. Y dejó, en mayo de 2011, un agujero de 440 millones de euros en las cuentas públicas. Solo es un resumen de una larga lista de desvergüenzas y amoralidades.

Y se atreve a testimoniar y argüir sobre la barbarie justificándola con la “foto de las Azores”.

La figura de Ignacio Echeverría representa un modelo a imitar, casi inalcanzable, pero siempre necesario en momentos borrosos y sombríos como por los que ahora transita la humanidad.

La sombra de Revilla refleja la impudicia moral y la procacidad pública. Es el antihéroe.

Como dijo Thomas Carlyle, historiador y ensayista inglés, “Un héroe lo es en todos sentidos y maneras y, ante todo, en el corazón y en el alma”.