Opinión

La Diada muestra el doble rasero de los Mossos

Buena parte del constitucionalismo catalán denuncia continuamente que parte de los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica que tiene la competencia de seguridad en esta región, se está convirtiendo en una policía política. Que ya no son la policía de todos los ciudadanos, porque los mandos, buena parte de ellos de ideología secesionista, hacen la vista gorda ante los excesos separatistas. Nada nuevo en España, ya tuvimos un buen ejemplo de este tipo de situaciones por parte de la Ertzainza durante los años de plomo del terrorismo de ETA.

La anécdota de la Diada se produjo cuando durante la ofrenda floral del Govern en el monumento a Rafael Casanova, ante las narices de Quim Torra, sonó a todo trapo el himno de España. Un par de catalanes libres de nacionalismo se encargaron de esta acción de resistencia pacífica desde un cercano hotel. Rápidamente, y en cuestión de minutos, los Mossos d’Esquadra les encontraron, les identificaron y les levantaron un acta. Todo un modelo de eficacia policial.

Lástima que esta ‘eficacia’ solo se produce cuando hay constitucionalistas de por medio. Alejandro Fernández, el presidente del Partido Popular catalán, que ha prometido asistencia jurídica a estos dos activistas libres de nacionalismo, difundió en Twitter un mensaje que resume el doble rasero de los Mossos: “Si organizamos un acto en Barcelona y nos montan una cacerolada es ‘sana libertad de expresión’ pero si ponen el himno español es ‘alterar el orden público’”.

Y el eurodiputado de Ciudadanos Jordi Cañas insistió en esta línea de denunciar el sectarismo de la policía autonómica catalana y anunció que “vamos a denunciar en Europa el abuso policial de los Mossos persiguiendo a ciudadanos por poner el himno de España. Les va a salir caro a sus mandos políticos usar la policía de todos como policía política. Palabra”.

En cambio, cuando son los chicos de Arran, u otros colectivos radicales, los que están de por medio la cosa cambia. Estarán de acuerdo conmigo que es mucho más grave quemar fotografías del rey Felipe VI, Macron o símbolos de partidos políticos en la vía pública que poner el himno de España a todo trapo. Pues en el centro de Barcelona, al lado de la Catedral, las llamas lucieron que daba gusto en un acto que era de público conocimiento tanto de lugar, como de hora. ¿Lo impidieron los Mossos? Estarían haciendo macramé, porque a los jóvenes separatistas les quedó una falla de lo más aparente. Y con un diputado de la CUP disfrutando del ‘show’ totalitario con cara de satisfacción.

Y ante el Parlament, cuando los CDR decidieron montar un intento de asalto para demostrar su talante ‘pacífico’ y ‘democrático’, otros ‘simpáticos’ radicales quemaron una bandera de España ante las narices de un buen número de Mossos d’Esquadra bien alineados y pertrechados con todo tipo de material antidisturbios. No consta que los agentes de la policía autonómica hayan intentado ‘identificar’ a los que ultrajaron la bandera de todos los españoles.

Los Mossos están destruyendo a marchas forzadas el escaso prestigio que atesoran. Les han pillado espiando a políticos y dirigentes cívicos constitucionalistas; se han dedicado a perseguir a ciudadanos que quitaban lazos amarillos de la vía pública, comportamiento avalado por una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, mientras hacían la vista gorda con los que los ponían; su diligencia para detener a radicales separatistas que han cometido delitos, que reivindican públicamente, roza el ridículo…

Hay miles de agentes de los Mossos que solo quieren ser policías, y hacer bien su trabajo. Pero no se han plantado, y permiten como día a día este cuerpo policial degenera. No sólo por sus mandos, sino por los miles de activistas separatistas que llevan uniforme y ponen por delante su ideología al respeto que deberían tener por las leyes de nuestro país. Todos tenemos en mente el compadreo que centenares de ‘mossos’ tuvieron con los organizadores y participantes de la consulta ilegal del 1 de octubre, y como dejaron tirados a los policías nacionales y guardias civiles que tuvieron que asumir en solitario la responsabilidad de cumplir las órdenes judiciales.

Los catalanes no separatistas estamos indefensos, cualquier día podemos acabar en comisaría por cualquier minucia y sufrir las consecuencias de una policía política que nos desprecia. Urge que el Estado nos defienda. En un Estado de derecho la arbitrariedad no puede existir. Y en Cataluña no todos somos iguales ante un cuerpo armado de más de 17.000 agentes, y dirigidos por unos radicales que presumen cada día de que no van a cumplir las leyes democráticas de nuestro país.