Desesperado, avinagrado, desleal y mentiroso
Pedro Sánchez ha convocado elecciones generales para el 28 de abril y lo ha hecho, sin rubor alguno, aprovechando el atril institucional de La Moncloa para dar su primer mitin de precampaña y pedir el voto a los españoles atacando a la oposición desde un lugar inapropiado. Una actitud reprobable que evidencia la desesperación del socialista por la pérdida de poder, al que ha tratado de aferrarse sin éxito hasta el último instante, y demuestra, además, el escaso respeto que el aún presidente profesa –y ha profesado– hacia la institución que la moción de censura y no las urnas le encomendó representar: el Gobierno de España.
Un avinagrado y largo discurso en el que Sánchez, haciendo gala de su narcisismo habitual, no ha dado la más mínima muestra de autocrítica. El presidente ha sacado pecho por las leyes que se han aprobado desde junio, la mayor parte de ellas, por cierto, a golpe de decreto ley, un instrumento diseñado únicamente para medidas urgentes y de excepcionalidad que, sin embargo, el Gobierno ha usado de manera indiscriminada ante la imposibilidad de gobernar con 84 diputados y de llegar a pactos coherentes con la amalgama de independentistas, proetarras y nacionalistas que lo llevaron a la Presidencia. Sánchez, a menudo rehén de su autocomplacencia, tenía demasiados diezmos que pagar a sus socios de Gobierno y esto, tal y como se ha demostrado, no ha sido más que una estrategia cortoplacista que ha puesto fin a una agitada legislatura que ya se vislumbraba breve desde el principio, aunque no por ello menos dañina para España.
No obstante, el jefe del Ejecutivo, que por supuesto se ha sacudido de cualquier responsabilidad, no ha perdido la ocasión de atacar a una oposición que, según él, se ha aliado de manera consciente y estratega para cosechar crispación y bloquear la toma de decisiones gubernamentales al tumbar los Presupuestos. Olvida Sánchez que sus cesiones a ERC y PDeCAT han erosionado la fortaleza del Estado, que el privilegiado tratamiento de jefe de Estado que se le ha dado a Quim Torra durante el pasado diciembre ha humillado a todos los españoles, que la conformación de una mesa de partidos con la figura de un relator ha sido una deslealtad y que sus intentos de interferir en la independencia del Poder Judicial para rebajar el delito de rebelión a sedición de los golpistas catalanes han debilitado el marco constitucional y han puesto en entredicho la legitimidad de la Justicia. No ha sido una connivencia entre la derecha y los separatistas la que ha acabado con Sánchez, sino las mentiras, la arbitrariedad y la soberbia de un presidente del Gobierno que, a tenor de los acontecimientos, jamás ha estado a la altura de su puesto.
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