Opinión

La democracia en la Cataluña de Junquerasmont

Daniel Innerarity acaba de publicar un reciente y pertinente libro sobre la democracia en Europa que ahonda en la necesidad de estructurar un relato convincente, dentro de la complejidad democrática, para salvar las instituciones de la Unión de tecnicismos grises y populismos insufribles. La inevitabilidad dicotómica en la que parece haber entrado Europa, recuerda mucho al estado de sitio político, mediático y en parte social que vive hoy Cataluña. Ciertos llamamientos a la calma institucional, al respeto legal y constitucional y al poder coercitivo y coactivo del Estado tienen como respuesta un mayor desafío al orden establecido, una sedición en prime time cubierta de oropeles nostálgicos por la patria sobrevenida que puede ser pero que muchos saben que nunca será. La insuficiencia de un relato integrador convincente sobre Cataluña ha llevado al Gobierno a gestionar una situación límite, estatus al que los secesionistas han querido llevar al país, con la connivencia política de parte y la ausencia de valentía  de todos a la hora de aplicar mecanismos constitucionales que en cualquier otra nación serían demandados y no sometidos al complejo permanente del qué dirán.

Una vez eliminada la persuasión como estrategia disuasoria del plebiscito ilegal, y cuando el tacticismo de Moncloa sólo ha llevado a enquistar más la situación, queda esperar a que la amenaza fantasma acabe por consumar el ridículo mundial al que verá sometido su butifarrendum, una herramienta de construccional nacional socialista, como tantas otras a lo largo de la historia. Un Estado totalizador que al día siguiente de conseguir la utopía cuatribarrada manejará los residuos del odio generado con el puño de hierro pertinente, porque no se luchó tanto ni contra tantos para permitir que una democracia como la española arruine la Cataluña una grande y libre de Junquerasmont.

Porque, y no nos cansaremos de subrayarlo, la Cataluña integradora de siempre ha dejado paso a la Cataluña que, desde el poder, suprime las libertades educativas, sociales y de representación, que mantiene con dinero público el mayor canal de propaganda en el mundo libre que jamás ha existido, que amenaza, persigue y castiga a quienes libremente en sus negocios rotulen en castellano, que impide el ejercicio público a quienes se expresen en una de las lenguas oficiales del Estado, que permite aquelarres callejeros con carteles que recuerdan, sí, a la Roma mussoliniana o al Berlín de las SA. Cuanto más fascismo, más victimismo. Así construyen los nacionalistas de toda corte y condición su narrativa emocional, su ropaje ideológico que oscurece cualquier rincón racional, cualquier espacio de discusión libre.

La crisis política del país ha permitido que se consoliden perfiles políticos que en modo alguno destacarían una vez ausentado el desafuero del debate. Cataluña es el mejor ejemplo de ello, donde toda decisión es contra natura y toda secuencia teatral se organiza alrededor de un conjunto de recuerdos de alto valor afectivo, tal y como definieron desde el psicoanálisis Laplanche y Pontalis el concepto complejo, que sirve para dibujar lo que representan unos como miseria moral y define a otros como esperpentos políticos. Esos vínculos emocionales, que abarcan diferentes terrenos de función psicológica como los afectos y las actitudes, acaban por otorgar una servidumbre voluntaria de la que muchos catalanes ya no podrán escapar jamás.

El putsch de Junquerasmont no tiene vuelta atrás. Si aún alguien cree que esto lo arreglará un cero más en transferencias de presupuestos o tres cafés de dialogante cortesía, seguirá ciego ante el nuevo totalitarismo populista. Valga como ejemplo la última decisión del sedicioso girondino: nombrar como nuevo director de los Mossos a un tipo que odia profundamente todo lo que huela a español, una versión del Röhm aldeano que, al servicio de la causa, movilizará a sus tropas en contra del enemigo en cuanto la ocasión tercie. Cataluña, en su complejidad, seguirá polarizada, pero mientras uno de los polos apela a la ley, a la seguridad del discrepante y a la libertad del ciudadano, el otro polo seguirá achuchando mientras la gasolina del odio no apague la solución final que aguarda detrás de todo delirio.