Opinión

Damasco ha caído: y ahora, ¿qué?

Rusia, el gran aliado del régimen, estaba ocupado en su avance en Ucrania

Siria ha caído. Y con la toma de Damasco por parte de los rebeldes que se lanzaron esta semana desde Idlib, la provincia noroeste controlada por Turquía, hacia la rapidísima conquista de Alepo son muchas cosas las que caen.

Cae el único país que logró resistirse a las olas de “primaveras árabes” que se abatieron sobre Túnez, Egipto o Libia. Caen los Al Assad, una dinastía iniciada por el padre del ahora expresidente Bashar, Hafez al Assad, y el último bastión del partido panarabista Baaz, del que fuera figura destacada Saddam Hussein. Cae un aliado crucial de Rusia, que posee en Siria su única base mediterránea, Tartus. Cae una pieza clave del llamado Eje de la Resistencia contra Israel liderado por Irán. Cae el más antiguo enemigo de Israel en la zona. Y también el único Estado no confesional, con fuerte presencia cristiana.

Siria lleva años sumergida en una prolongada guerra civil que, en su momento más intenso, provocó la oleada migratoria que llevó a Angela Merkel a lanzar un llamamiento de acogida a todos los refugiados, que solo en Alemania superaron muy pronto el millón. Rusia salvó en ese momento al régimen de Al Assad con una intervención contundente de su fuerza aérea.

¿Qué ha pasado, cómo se ha podido hundir en días un régimen que ha resistido años? Parte de la respuesta está en un alto el fuego “a la coreana”, del mismo tipo que muchos ahora proponen para acabar con la guerra en Ucrania: en Idlib, tomada por los insurgentes bajo la tutela de Turquía, se acababan los tiros. Esto permitió a los grupos contrarios a Al Assad en la zona y a sus aliados reorganizarse y, sobre todo, armarse hasta los dientes.

La ocasión la pintaban calva. Rusia, el gran aliado del régimen, estaba (y está) ocupado en su avance en Ucrania y Damasco había bajado la guardia, centrado en la estrategia iraní contra Israel.

Los rebeldes del Hayat Tahrir al Sham  [Organización para la Liberación del Levante] que han protagonizado el ataque no son una banda de desharrapados. Disponen de armamento moderno, de divisiones de tanques, de comandantes cualificados.

El ejército sirio se ha derrumbado como un castillo de naipes. Hayat Tahrir al Sham viene a ser un cajón de sastre salafista formado por los restos del Frente al Nusra y un puñado de terroristas yihadistas de todo pelaje. El grupo lo lidera Abu Mohamed al Jolani, entrevistado ya por la CNN. Detrás tienen a Estados Unidos, Israel y, aunque Erdogan trate de hacerse el loco, Turquía.

En fin, nada que no hayamos visto ya por todas partes en la época de las célebres “primaveras”. Pero el panorama internacional es muy distinto.

¿Qué destino le espera a Siria? Hay tres escenarios posibles, que expongo de menor a mayor probabilidad.

Primero está el que todo el mundo desea, el escenario tunecino. El nuevo poder celebra unas elecciones, se estabiliza el país y se convierte en una democracia más o menos corrupta pero estable, y en paz con Israel. Las probabilidades de que algo así ocurra en Siria son prácticamente cero. Para empezar, Siria está en el meollo de la zona más caliente del planeta, a diferencia de Túnez. Para seguir, la diversidad étnica y religiosa de Siria es de locos: suníes, chiíes, drusos, alawíes, cristianos ortodoxos, cristianos católicos, kurdos. Las posibilidades de que todos ellos convivan en armonía como una familia feliz son casi nulas.

Luego está el escenario egipcio, tampoco muy probable: una victoria electoral islamista seguida de un golpe de Estado laico que estabilice el país en línea con Estados Unidos y en amistad o, al menos, paz con Israel. Se aplica lo anterior. Improbable.

Por último, el escenario libio: el país entra en una espiral de caos político y religioso crónico, con facciones en lucha manteniendo feudos territoriales y matanzas regulares. Algo más probable. Probablemente haya un cuarto, el que salga, porque la historia siempre ha jugado a sorprender a los analistas y profetas. En cualquier caso, Siria está neutralizada, seguramente para los restos, como pieza clave de la estrategia iraní contra Israel.