La culpa sí es del cambio climático
Después de un mes durante el que España está siendo arrasada por los incendios forestales, Pedro Sánchez se ha quitado el bañador y las chanclas y ha abandonado por unas horas su palacio junto a las playas de Lanzarote para proponer «un gran pacto de Estado para la mitigación y la adaptación a la emergencia climática del país» con el que pretende diseñar «una estrategia que anticipe una mejor respuesta ante el agravamiento y la aceleración de los efectos de la emergencia climática en nuestro país». Y eso lo va a conseguir Sánchez mediante «un gran pacto de Estado por la emergencia climática que deje la emergencia climática fuera de la lucha partidista, fuera de las cuestiones ideológicas, que nos centremos en la evidencia científica y actuemos en consecuencia». Me perdonarán ustedes la reiteración, pero cuando debería estar contándonos cómo va a aumentar la prevención y los medios para la extinción de los incendios forestales, Pedro Sánchez sólo ha repetido una y otra vez como un mantra la expresión «emergencia climática».
Existen dos tipos de expertos opinando sobre este tema a la vez, poniendo de manifiesto dos teorías empíricas no sólo divergentes, sino contrarias. Por un lado, tenemos a los expertos a los que, para entendernos, podríamos llamar urbanitas y que engloban tanto a políticos del consenso progre de casi todos los partidos como a científicos formados en universidades en las que se difunden los dogmas de la religión climática, de las que son expulsados todos aquellos otros científicos que no se doblegan ante unanimidades no basadas en la evidencia, pero inmensamente sufragadas por fondos públicos. Estos expertos urbanitas que le deben todos sus ingresos a la Agenda 2030 son unánimes al señalar al cambio climático como el factor determinante en los incendios forestales.
Y luego tenemos a los expertos que podríamos denominar rurales para distinguirlos de los anteriores, y cuya forma de vida no depende de los inmensos fondos públicos dedicados a extender la religión climática, sino que viven de lo que toda la vida han sido capaces de obtener dominando a la naturaleza. Dentro de este colectivo no sólo se encuentran ganaderos, agricultores, cazadores y, en general, habitantes del mundo rural que se está quemando, sino que entre los rurales también tenemos a ingenieros forestales, biólogos y todo tipo de científicos que no se han dejado sobornar por la presión y el dinero del consenso progre y luchan por difundir lo que ven en el campo cada día y que no es otra cosa que abandono y ausencia de prevención.
Pero si lo analizamos bien ambos colectivos de expertos están de acuerdo en que la culpa de que el bosque se queme es del cambio climático. Para los urbanitas la temperatura media del planeta que ellos dicen que ha subido entre 0,5 y 1 grado de temperatura en los últimos 20 años por culpa del hombre, es la razón de que ahora, cuando un pirómano provoca un incendio, sea tan difícil apagarlo. Por el contrario los rurales afirman que ese medio grado de temperatura no es tan significativo como que, en aplicación de las nuevas leyes climáticas aprobadas por el consenso progre en atención a los dogmas climáticos, se les han impuesto tantísimas trabas administrativas para hacer cualquier trabajo en el monte que han acabado teniendo que abandonar este entorno que antes ellos limpiaban y mantenían.
Son los dogmas del cambio climático que impiden que el bosque se mantenga y que han expulsado a la población que antes vivía en esos entornos rurales, aprovechando lo que de ellos se podía obtener y conservándolos para su beneficio propio, los que provocan que aumente tantísimo la cantidad de combustible vegetal que ahora alimenta los incendios forestales. Son los urbanitas que quieren una casa rural a la que ir de vacaciones y protestan contra las explotaciones forestales, de madera, resinas o de setas, que no quieren que se limpian los caminos para que pase el ganado, o se construyan carreteras; los culpables de que sea tan difícil apagar un incendio. La culpa de los incendios forestales es del cambio climático, de todos sus dogmas que impiden mantener y conservar los bosques y de todos los urbanitas que se forran con la religión climática.
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