Opinión

Cuatro escaños y un funeral

Desde la perspectiva que dan cinco años podría pensarse que aquellas palabras no eran sino la homilía en el funeral de la Constitución, porque quien las pronunció gobernó después con todos los enemigos declarados del que así llamaron Régimen del 78. Expresión la de régimen con la que se viene a equiparar la España democrática con la dictadura franquista, del que sería un continuo enmascarado, como decía ETA precisamente en sus comunicados de los años de plomo.

Tal interpretación de nuestra pasada Transición está sancionada, por cierto, de manera oficial, al menos hasta 1983, con la Ley de Memoria Democrática pactada con Bildu. Algunos de estos prescriptores de memorias democráticas, aliados del presidente hoy en funciones, son los mismos que quisieron destruir entonces la democracia y ahora tergiversan la memoria de quienes pagaron con su vida su voluntad de defenderla.

Pero volvamos a esas dichosas palabras, no en el sentido coloquial y molesto, sino en el positivo de la primera acepción de la RAE, ofrecidas en aquellas camufladas exequias del pacto constitucional:

«Quiero comenzar mi intervención, señorías, reivindicando la vigencia de la Constitución que los españoles nos dimos hace cuarenta años, en 1978; reivindicar su fuerza moral, que descansa en un texto que nació del consenso entre distintas fuerzas políticas que teníamos opiniones y visiones sobre nuestra sociedad muy diversas. Esa Constitución ha ofrecido a nuestro país el mayor periodo de estabilidad política de su historia y supone la clave de bóveda de nuestra democracia».

La persona que pronunció estas palabras desde la tribuna del Congreso de los Diputados, un 31 de mayo de 2018, abría con ello su discurso como candidato a la Presidencia del Gobierno en la rocambolesca moción de censura contra Rajoy, incluida la morcilla del magistrado De Prada que el Supremo declaró primero indigerible y después tóxica, o viceversa. No sé si era también de Prada el bolso que ocupaba el escaño del después cesante, pero ahí quedó la cosa para los anales de mi partido.

Qué quieren que les diga, a mí siempre me ha gustado la expresión ufano, por no salirme del contexto. Y me refiero también al sentido positivo de la RAE: alegre, confiado, satisfecho… Así reivindicó el candidato de la moción de censura, Pedro Sánchez, la vigencia de la Constitución de 1978. Con un par de narices, pero en cuanto a longitud, o quizás con tres o cuatro, porque después no le importó cosechar los apoyos de todos los que intentan cargársela. Y ya con el carro de heno a tope, con los votos o abstenciones espigados primero para ganar la moción de censura y después para su investidura, no había más que ir separando el grano de la paja de aquel discurso primigenio, para quedarse con lo principal: el carro, como quien dice, el poder.

Pero hasta aquí hemos llegado precisamente con el 23J. A que se pare el carro al que se subía todo el mundo con la venia de Sánchez para tratar de hacerse con la parte de la cosecha que les correspondía por hacer que el carro se moviese, aunque fuera al viaje a esa ninguna parte de los sempiternos partidarios de la revolución pendiente.

Que han perdido los que han ganado y ganado los que han perdido es una manera de verlo, pero es mucho más cierto que quienes se sentían entonces ganadores con Sánchez ahora se sienten perdedores. La victoria de Feijóo, más su suma con Vox, UPN y CC, que queda a cuatro escaños de la mayoría absoluta, ha provocado una inflación descontrolada de los precios que el presidente en funciones pegado a una nariz tiene que comprometerse a pagar ahora a quienes le apoyen.

De todos los mensajes de los electores, a derecha y a izquierda, el mayoritario es precisamente el contrario del que desde Moncloa se ha ido cocinando en estos años. La Constitución es «la clave de bóveda de la democracia», decía Sánchez en su citado discurso en las Cortes, hace cinco años. Es que parece un chiste. «Saben aquel que diu…». Porque si lo fuera de verdad para él no habría hecho lo contrario en todas y cada una de sus cesiones a sus socios independentistas.

Pero, seamos optimistas. Hay muchos españoles que no aceptarán pagos anticipados ni a plazos para adelantar el funeral de la España constitucional. Ni que se les diga cándida ni condenadamente que los nuevos engendros salidos de un posible acuerdo a calzón quitado con los rupturistas siguen siendo la Constitución y la democracia. Y seamos también honestos y claros: la Constitución no se reivindica con palabrería hueca, como la de aquel candidato de la moción de censura de 2018, sino con el compromiso diario con la vigencia de sus valores y principios, lo que debería ser, ahí es nada, el programa de legislatura de cualquier gobierno democrático, solo o acompañado.