Opinión

Cuando el «no» a Abascal parece un «sí» a Sánchez

Era muy joven pero no lo he olvidado. No he olvidado el involuntario harakiri que se hizo Manuel Fraga a cuenta del referéndum de la OTAN en marzo de 1986. Felipe González, el político más brillante que ha parido este país, lo cual no equivale a eficaz, dijo “Diego” donde cuatro años atrás había pronunciado un “innegociable” “digo”. El ADN que más escaños ha logrado nunca jamás (202 en 1982) se la jugó a las primeras de cambio presionado por sus socios occidentales en general y por los Estados Unidos de Ronald Reagan en particular. Ni corto ni perezoso, convocó un plebiscito en el que había que responder a algo tan sencillito como era la permanencia o no en la “Alianza Atlántica” —que no en la OTAN, ya entonces eran unos pillos—, la comunidad defensiva del mundo libre.

Felipe hizo una campaña a cara de perro en pos de ese “sí” que le libraría de un apocalipsis cuando no se habían cumplido ni tres años y medio de su espectacular llegada a Moncloa. Una llegada a Moncloa, la de los perdedores de la Guerra Civil, que representa la culminación de nuestra modélica Transición de la dictadura a la democracia. O ganaba o tenía que coger los bártulos y pirárselas por donde había venido. Algo parecido a lo que ocurrió 30 años después a David Cameron con el Brexit en esa suerte de todo o nada que son los plebiscitos. El líder de la oposición, Manuel Fraga, al que un genial Felipe practicaba con éxito el abrazo del oso y la escena del sofá, que tanto gustaba a un tipo pagado de sí mismo como el fundador de AP, planteó un debate de puertas adentro con esa guardia de corps en la que figuraban tipos tan brillantes como Fernando Suárez, Miguel Herrero de Miñón, José María Ruiz-Gallardón o el ahora juguete roto Jorge Verstrynge.

El sanedrín se lo pensó mucho. Demasiado. Al punto que llegaron a la peor de las soluciones: la abstención. Y no precisamente porque algunos no advirtieran que constituía un suicidio en toda regla. El “sí”, sostenía Fraga, era un aval al Felipe González del rodillo. El “no” suponía alinearse con esa ultraizquierda que hoy representa Podemos. Por eso, al final optaron por la abstención. Y González se salió del mapa con un 52% de “síes” de una parroquia que antaño estaba mayoritariamente por el “no”. Consecuencia: esa decisión contra natura de AP dejó a González expedito el camino para retener el poder en las generales de tres meses después. Obtuvo 184 diputados, que no está nada mal teniendo en cuenta que son ocho cómodos asientos por encima de la mayoría absoluta.

Fraga quedó como un apestado. No lo querían los suyos, ni dentro de España, ni allende nuestras fronteras. El mundo libre capitaneado por Reagan le dio la espalda y ahí quedó sentenciado para siempre por votar en contra de lo que su partido había sostenido proverbialmente. El mundo de la empresa, pequeña, grande y mediopensionista, tan cercano históricamente a los de la calle Génova, no comprendió tampoco tamaño feo al primo de Zumosol. Los pocos que se atrevían a llevarle la contraria le habían advertido del suicidio que suponía ponerse de perfil y no apostar por los principios por mucho que González fuera un camisa nueva del atlantismo. Era algo que ni entendía ni iba a entender nunca esa derecha sociológica que veía y ve a los Estados Unidos como un país amigo y que contemplaba a la entonces aún vigentísima Unión Soviética como una amenaza para las libertades de Occidente.

El ataque a los principios más elementales devino a título particular en tiro en la entrepierna. El que el León de Villalba se pegó por atolondramiento a la hora de votar. Un movimiento que nadie entendió y que en sus memorias reconoció como uno de sus mayores errores en 50 años de servicio público, si no el ERROR con mayúsculas de toda una controvertida pero no menos honrada vida. Consecuencia: ocho meses más tarde dejó la Presidencia de esa Alianza Popular que fue el antecedente legal del Partido Popular.

Tres cuartos de lo mismo ocurrió a las mentes más liberales de la UCD en 1981 al suscitarse el debate, en plena caída a plomo en las encuestas, acerca de la conveniencia de integrar avant match en el gran partido de la Transición a la Alianza Popular del catedrático gallego. Los Moscoso, Fernández Ordóñez y cía, secundados por los más jóvenes del lugar, encabezados por Eduardo Zaplana, Pedro Pérez y Javier Arenas, se resistieron con uñas y dientes a la fusión “con el partido de un ministro de Franco”. Olvidaban, entre otras muchas cosas, que la propia UCD estaba trufada de algunos de los tipos más aperturistas de la dictadura, pero miembros de la dictadura al fin y al cabo.

Tipos con los redaños pelaos como Rodolfo Martín Villa, Miguel Herrero de Miñón y mi entrañable Rafa Arias-Salgado, el mayor sabio político que conozco, les corrigieron: “Al final, sus votantes son intercambiables con los nuestros sociológicamente hablando. Si nos fusionamos con ellos, luego todo se desdibujará en la gran estructura del partido y la polémica morirá. Es la única forma que tenemos de retener el poder”. Los listillos no les hicieron ni puñetero caso, se impusieron y, año y medio después, la UCD se quedó en 11 diputados frente a los 168 que ostentaba y Alianza Popular pasó de 10 a 107 escaños. El pez chico se merendó al grande. Y del grande nunca más se supo. Fue la mayor hecatombe conocida en la política europea, si no récord mundial.

El defecto de la abstención en el referéndum de la OTAN hubiera sido la virtud el pasado jueves a la hora de decidir qué botón se pulsaba

“Los que hicimos el tonto hace 40 años observamos con preocupación que lo haya hecho Pablo Casado con la moción de censura. Una cosa es no apoyar a Abascal y otra bien distinta, y mil veces menos comprensible, es votar “no” a una iniciativa parlamentaria contra el presidente más mentiroso, incompetente y ruin, el personaje que ha destrozado todos los consensos de nuestra historia democrática”, suscribe uno de ellos, excelentemente bien relacionado con la actual nomenclatura de Génova 13. Menos aún entienden y defienden “los ataques personales a Abascal” o ese alineamiento, siquiera formal, con Podemos, Bildu y ERC a la hora de votar. El defecto de la abstención en el referéndum de la OTAN hubiera sido la virtud el pasado jueves al mediodía a la hora de decidir qué botón se pulsaba.

Sentí vergüenza ajena al contemplar no sólo como los de Casado votaban lo mismo que gentuza como Iglesias, el partido de ETA, Bildu, o esa formación (ERC) que dio un golpe de Estado en Cataluña hace tres años exactitos, sino también al escuchar las loas a Casado procedentes de la bancada del mal. Que un tridelincuente como Iglesias te llame “brillante” e “inteligente” y afirme que “intelectualmente” eres “respetable” es para pensar más allá de toda duda razonable que vas por el camino equivocado. Que todos los medios podemitas, socialistas o socialpodemitas te inunden de alabanzas es para hacértelo mirar. Y que entres en Twitter y seas trending topic con hashtag del tenor de “Traidores”, “Pablo Cagado” o “Adiós PP” es para entrar en modo pánico por muchos trolls y bots de Vox que anden sueltos.

La furia desatada por Casado contra Abascal sólo albergaba una mínima lógica: la presentación de la moción de censura era gasolina para un Sánchez que saldría victorioso de ella sí o sí. Era el lugar pero no el momento. Tan cierto es que hay más razones de peso que nunca para el impeachment al presidente del Gobierno por sus mentiras, su totalitarismo sus pactos con el diablo y su inempeorable gestión económica y sanitaria, como que las mociones de censura agigantan al defensor del título si sale vivo. Abascal se la podía haber ahorrado a la espera de mejores tiempos.

Dicho todo lo cual, y teniendo en cuenta este pecado de partida de Vox, lo que tú no puedes hacer es seguirle la corriente saltando a la arena y liándote a palos con quien es tu aliado natural. En lugar de teatralizar para salir airoso de la trampa que le habían tendido Sánchez y Abascal, absteniéndose y optando por un mucho más inteligente “a otra cosa, mariposa”, el presidente del PP se lio la manta a la cabeza. No reparó en el elemental hecho de que Sánchez es infinitamente peor que Abascal. Que moralmente Iglesias representa todo lo que una persona decente detesta. Que Rufián es un golpista. Y que Otegi directamente fue el jefe de esa banda terrorista ETA que, por mucho blanqueamiento que le hagan los circunstanciales compañeros de voto de Casado, seguirá siendo la que asesinó a 856 compatriotas, mutiló o quemó a miles, extorsionó a otros tantos y provocó el éxodo de 250.000 vascos.

Abascal estuvo bastante mejor en las réplicas y contrarréplicas que en la presentación del preceptivo programa de Gobierno. Sobraron las frikadas del virus “chino”, su “éste es el peor Gobierno de los últimos 80 años” cuando la mitad de ellos fue una dictadura, la comparación de una UE “federalizante” con “la República Popular China o la Unión Soviética” o la equiparación de la Europa a 27 con “la soñada por Hitler”. Teniendo en cuenta que nos van a regalar 70.000 millones para salir a flote del desastre socialcomunista o que han parado el golpe de Estado Judicial, no era el momento. Para mí, no lo es nunca, pero para Abascal, que se autocalifica como euroescéptico, no debiera haber sido ahora.

El peor momento de Casado sobrevino con una frasecita que dirigida a Otegi o a El Moñas sería incontestable y vendría como anillo al dedo, pero que vomitada sobre Abascal resulta una miseria moral imperdonable: “Nuestra patria es España. Y, por nuestra patria, este partido que usted conoce bien y que a usted le conoce muy bien ha pagado un tributo de sangre que vienen a pisotear personas como usted”. Ni siquiera el Mariano Rajoy que fomentó el adiós de María San Gil al PP fue capaz de llegar tan bajo. Lo más triste es que su sucesor sabe muy bien que el líder verde vive desde los 19 años con escolta, que le agredían tanto en la universidad como en los plenos y que la fachada de la tienda de la familia en Amurrio, Moda Abascal, fue calcinada por los cócteles molotov de los terroristas callejeros. A mí tampoco me lo van a contar. Su madre, Isabel, que por su juventud parece más bien la hermana mayor, me enseñó las huellas indelebles de la barbarie etarra que quedan en el escaparate.

Casado debería tener presente que Vox es una escisión del PP, que sus votantes son antiguos seguidores del partido azul

Estaba con una llamada cuando soltó otra de las perlas de una mañana para olvidar, “no queremos ser como ustedes”. Intuí que se refería a Sánchez, Iglesias o Rufián. Rebobiné y certifiqué que tampoco: nuevamente el dardo iba dirigido a la diana Abascal. El presidente del PP tenía motivos para dar un puñetazo encima de la mesa, un golpe de autoridad, claro que sí. Para decir que en la derecha manda él, algo incontrovertible aritméticamente hablando. El problema es que hay golpes sobre la mesa que acaban haciendo saltar por los aires todo lo que hay encima de ella. Eso es lo que aconteció el jueves por mucho que los medios del establishment aplaudan el esperpento por miedo reverencial a esa izquierda política y mediática que establece las reglas de juego. A excéntrica displicencia sonó también el “le hemos dado trabajo a usted durante 15 años”, una expresión más propia de un negrero de una plantación del Misisipi del siglo XIX cuando se dirige a un esclavo que de dirigentes democráticos.

Toda esta opinión la suscribe alguien que cree en Casado. De hecho, OKDIARIO fue el único periódico que apostó por él en medio de un tsunami mediático a favor de una Soraya Sáenz de Santamaría, la verdadera culpable de que la derecha esté así, a la que querían sacar bajo palio. Y, por supuesto, creo en el modelo de sociedad que defiende el Partido Popular. Pero Vox no es la ultraderecha que nos vende la retroprogresía patria, es más bien un partido de derecha tradicional, frente al liberalismo que encarna el PP y que encaja mucho más en mi ideario liberal. Casado debería tener presente que Vox es una escisión del PP, que sus votantes son antiguos seguidores del partido azul y que en un área clave como es la económica las diferencias son iguales a cero. Y, escuchando lo que escuchaba, la izquierda le tomó la palabra y le cogió con el paso cambiado cuando le preguntó lo obvio: “Si tan malo es Vox, ¿por qué mantiene los pactos con ellos?”.

Querido Pablo, estimado Casado, el enemigo era y es Sánchez, Sánchez y nada más que Sánchez. A ver si nos enteramos. Bueno, Sánchez y el tridelincuente. El “no queremos ser como ustedes”, el “pisotea el tributo de sangre que ha pagado nuestro partido” y el “cuanto peor para España, mejor para usted” deberías reservarlos para el próximo debate parlamentario con el tipo que ha roto todas las reglas de juego habidas y por haber: Pedro Sánchez. Un presidente que ha llegado donde ni siquiera osó acercarse ese Príncipe de la Frivolidad que es Zapatero. Atacando suicidamente a machete a Vox hizo más fuerte al presidente del Gobierno, tarea en la que había puesto el primer grano de arena Santiago Abascal con una jaimitada en forma de moción de censura. Cuando atacas a Vox con más ira que a los malos, cuando votas lo mismo que PSOE, Bildu, Podemos y ERC y cuando te ensalzan hasta el baboseo los periodistas podemitas, parece que estás dando un “sí” a ese Frente Popular que hunde la economía, excarcela multiasesinos etarras, prepara el indulto de los golpistas y ha provocado que España tenga más muertos per cápita por Covid que ningún otro país. Votar contra tus principios, aunque sea por motivos tácticos, acaba dando mal resultado a la larga. A Fraga no se lo vamos a contar, porque ya no está, pero no estaría de más que se lo recordases al cerebro de tu discurso, José María Aznar. Las cosas no son en este caso lo que parecen. El problema es que millones de españoles puedan llegar a pensar lo contrario.