Opinión

Es la Corona y no el monarca, estúpido

Ante todo, para abrir boca -como se suele decir- voy a recordar que nadie es Rey porque lo pida, se nace Rey. También deseo aclarar que yo no utilizo el lenguaje inclusivo; las debilidades, los trastornos de sueño, los temblores no van conmigo, ya me entienden. Si digo «el hombre es un ser inteligente», yo voy en el lote, aunque sea mujer. Lo aclaro por si alguien no quiere seguir leyendo porque no vaya a entenderme. No soy de las que mantienen largas conversaciones con los estultos. Quizás ya aprecien que me he despertado de la siesta un poquito desnuda espiritualmente. Digamos que no llueve, que luce el sol; pero que, si lloviera, desde luego que caería agua. Se acabó el aperitivo.

La Reina Isabel II del Reino Unido, a sus 96 años, ha celebrado por todo lo alto y con un pueblo volcado sus 70 años en el trono. Por hacer una similitud con lo nuestro, el último Rey fallecido en España contaba 55 años y murió exiliado en Roma. Justo antes de fallecer, en la habitación número 35 del Grand Hotel, se produjo un instante de silencio profundo; hermosísimo silencio que Alfonso XIII levantó con estas palabras: «Pido a Dios perdón por aquellos a quienes haya yo ofendido y para quienes me han ofendido». A continuación, su director espiritual ayudó a decir las preces de gracias y, antes de retirarse, arrimó a los regios labios un crucifijo. Entonces salió la voz auténtica del hombre que conocemos: «¡Por España!».

Viendo la serenidad y la absoluta autoridad que emana de la Casa Real británica; su discreta y elegante manera de gestionar los escándalos; su natural adaptación a los tiempos, sin perder ni un ápice de esa pompa que la hace única, una entiende que se trata de una edición extraordinaria. La contemplo con admiración, pensando en los maravillosos telares emocionales que sabe tejer esa anciana de sonrisa impertérrita. En contraposición, mientras unos celebran orgullosos la labor de su reina, en España se emiten documentales sensacionalistas tan básicos como el propio sexo, acompañados de debates entre individuos que únicamente destacan por tener la suficiente poca vergüenza de exponerse. Estos ataques desproporcionados a un Rey español que aún vive, agonizando entre tanto desprecio, hace más llamativa aún la impecable capacidad de los británicos de valorar ese símbolo que identifica al Reino Unido, y que actualmente recae en una mujer casi centenaria, a la que nadie se atreve ni a soplarle.

Cada Rey es titular de una institución superior, la Corona, cuya función principal es la de ejercer de símbolo de la unidad de los territorios que abarca su reino y viene avalada por su permanencia a lo largo de los siglos, proporcionando estabilidad a cualquier comunidad política, que es siempre cambiante. Es tremendamente ingrato por parte de los españoles, y tan políticamente grotesco como oprobioso desde el punto de vista histórico, que el fallecimiento del padre del actual Rey de España tenga lugar fuera de los límites territoriales del país al que ha representado impecablemente durante casi cuatro décadas. Ha sido titular de una institución superior a su condición de ser humano. Como tal, ha cometido serios errores, faltaría más no reconocerlo. Su declive lo hemos vivido todos. Abdicó, es decir, reconoció públicamente que ya no estaba a la altura de la institución que representaba. Este gesto, que bien podía haberle honrado a la vista de todos, fue el punto y aparte de una campaña de desprestigio que ya está rozando unos límites de desvarío.

Entender y valorar la función simbólica de la Corona es clave para su manutención. Los seres humanos nos entendemos por símbolos. Un diamante tiene valor como símbolo de lo imperecedero, un corazón significa amor, la cruz es la imagen del cristianismo y la corona es la imagen del Rey, históricamente entendido como poder máximo. Que un país mantenga su monarquía (y su prestigio) significa que es un país serio, con una historia rica, lleno de tradiciones, de batallas ganadas, un suelo digno de ser pisado y eso, querido Watson, también repercute en la economía del país, que es lo que le importa verdaderamente a la mayoría. Volviendo al abuelo del Rey Juan Carlos I, el último Rey español fallecido: «Es lo clásico. Es nuestro modo de ser. Quiero decir el modo de ser de los que cuentan con un poco de bouteille, como dicen ustedes, y que nosotros denominados solera». Pues eso, su nieto ha tenido, tiene y tendrá infinita solera, a ver si algunos se enteran.