Opinión

Civilización o barbarie

El nacimiento de Jesús es un acontecimiento histórico que enmarca el pasado y presente de la civilización occidental. Un hecho que vivimos desde que vamos a la escuela, cuando observamos, en edad precatequética, los retazos de un tiempo donde la oración y la caridad no eran conceptos prohibidos ni secuestrados. Su pervivencia futura depende de que seamos conscientes de lo que supuso esto para la Europa que insiste en dejar de reconocerse. La simbología que tras un pesebre resume siglos de avance y continuidad corre hoy peligro de rebelarse ante la dictadura globalista que ha impuesto un recambio a todo aquello que conformó lo que somos hoy. Un reemplazo que no sólo es demográfico, sino que viene de la mano de nuevos valores culturales y morales, tan distantes de la cultura europea como Jesús lo estaba de quienes crucificaron su cuerpo.

En otoño de 2015, la ex canciller alemana Angela Merkel pronunció la frase que construyó el problema que abrigamos en la actualidad: su irresponsable «lo lograremos» presumía de acoger a un millón de refugiados en las calles teutonas, una decisión que arrastró el devenir de un continente que, de nuevo, paga con los años la irresponsabilidad de la nación que dice ser locomotora de Europa, cuando siempre fue su mayor lastre. Aquella boutade política, propia de una derecha torpe y entregada a sus enemigos, fue celebrada tanto por las élites que patrocinan mano de obra barata y trafican con carne humana como por esa izquierda cómoda en el odio a su cultura y la servidumbre a una agenda cuyo objetivo mayor es destruir lo que hace más de dos mil años edificó la civilización que nos acoge.

Han dejado entrar a escoria incivilizada que odia nuestras raíces, y ahora, tenemos al enemigo viviendo en nuestras calles, barrios y comunidades. Han abierto las puertas del infierno a aquellos que sólo entienden la vida a través de la muerte y dejan su sello asesino en nombre de Alá y de un fundamentalismo medieval de que no podemos escapar a menos que reaccionamos. El terrorista saudí que atentó en un mercado navideño de Magdeburgo es otra secuela más de la rendición de los gobiernos de Europa ante sus enemigos. Nos asesinan en Navidad mientras las autoridades protegen su proyecto, que no es otro que nuestra desaparición.

Mientras esperamos a que una nueva cruzada en defensa de los valores grecorromanos se termine de cocer en las calles cristianas que nos ven pasear, una prueba concluyente evidencia que todo esto lo han patrocinado, al alimón, las élites globales millonarias y la izquierda cómplice y bien pagada por aquellas: la similitud del relato que busca el culpable de la violencia y el terrorismo en la consecuencia de esos actos y no en la causa que los justifica. La ultraderecha a la que refieren los medios comprados por esas élites y los politólogos de partidos que venden su independencia por cuatro monedas, no existe como problema, sino que adquiere connotación de respuesta ante los agravios que los eurócratas de Bruselas han generado. Porque nos gobiernan en la UE los que perdieron las elecciones europeas, desoyendo las exigencias de los ciudadanos como alternativa a una política suicida y complaciente con quienes desean la destrucción de nuestros cimientos y patrimonio moral y cultural.

Merkel ejecutó aquel 2015 lo que Soros le ordenó tiempo atrás. Epítome de un periodo desestabilizador que empieza y acaba en las fronteras del sur de Europa y tiene en Alemania al principal causante de todos los males contemporáneos. Hay que empezar a pasar factura a quienes llevan causando irreparables daños desde que se les entregó las llaves del continente, y por tanto, las decisiones que afectan al conjunto de los ciudadanos que habitamos en él. Guerras mundiales, inmigración masiva, entrada de terroristas y fanáticos por sus fronteras, agenda 2030, desindustrialización de España, destrozo del sector primario, etc.

Aznar siempre tuvo razón cuando se empeñó en virar la política exterior de España hacia un eje americano, con Estados Unidos de aliado principal e Hispanoamérica de corazón hermanado. Ahí estaban nuestros intereses como nación histórica y ahí residía nuestra competitividad futura, y no en la entente París-Berlín, tan perjudicial siempre para España. Pero Zapatero, rendido a quienes odian o perjudican al país que presidió, tenía otros planes. Con él, retornamos a la barbarie, y con sus políticas, empezó el declive de toda esperanza civilizadora.