En Bildu hay asesinos, en Vox, no
Recordar estos datos es imprescindible: actualmente hay 225 etarras que no han mostrado el menor arrepentimiento, muchos de ellos con delitos flagrantes y espantosos de sangre; el cálculo más ajustado especifica que ciento cincuenta mil vascos siguen todavía ahora exiliados de su tierra perseguidos en su día por la banda criminal ETA; el llamado «impuesto revolucionario», un vil chantaje económico a empresarios y profesionales, llenó en los momentos más crudos las arcas de los facciosos con ciento sesenta mil millones de euros; aún quedan 358 asesinatos por resolver, muchos de ellos de mujeres (59) y de niños (20), una constancia acreditada incluso ante el Parlamento Europeo; 3.760 políticos fueron amenazados de muerte («os limparemos el forro», era el doméstico aviso) y los asesinos ejecutaron a 16 militantes de Alianza Popular y del PP, 11 del PSOE, 7 de UCD y 2 de la Unión del Pueblo Navarro. Esta es la historia parcial pero brutal de una organización mafiosa, delictiva desde el principio al fin, que ahora permanece viva en sus postulados gracias a la estulticia con que el Tribunal Supremo legalizó Batasuna, y, desde luego, merced al ejercicio de blanqueo que desde hace cinco años ha realizado el todavía presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Ha llegado el PSOE a tal grado de abyección en su compadreo con ETA, que el delegado del Gobierno en Madrid ha asegurado que «Bildu ha hecho más por España y los españoles que los patrioteros de pulsera». Francamente repugnante.
¿Por qué rememorar todas estas miserables citas y cifras acusatorias? Aquí está la explicación. El pasado martes, un euskaldun-de-toda-la-vida de apellidos Esteban y Bravo, advirtió con la prosapia innata del nacionalismo vasco heredada del padre-fundador, Sabino Arana, que el Partido Popular de Feijóo había cruzado todas las líneas rojas pactando en la Comunidad Valenciana con Vox. ¿Ha acreditado quizá el PNV la presencia en el partido de Abascal de algún asesino? ¿Ha hecho ascos a pertenecer de figurante principal al Grupo Frankenstein, estalinista por los cuatro costados, que ha permitido la Presidencia de Sánchez durante un quinquenio? Una pléyade de preguntas de este jaez servirían para fijar esta conclusión: al PNV no le importa ir del brazo y por la calle con los sucesores, hasta protagonistas, de tanta maldad, de tan horrible humanicidio, pero le da asquito que un partido nacional, no nacionalista, como el PP, en uso de su libertad, trate de entenderse con otro perfectamente legal para componer gobiernos municipales y regionales.
Claro está que algunas posiciones radicales de Abascal y sus seguidores bordean el encaje constitucional, por ejemplo, y sin ir más lejos, su crítica, e incluso su deseo y objetivo de abolir la organización territorial de España, el llamado desde hace cuarenta años Estado de las Autonomías. Desde luego que ese diseño, construido a toda prisa y con alguna estulticia en la Transición, no sólo es perfectible sino incluso modificable, por ejemplo: ¿a quién se le ocurrió la transferencia de dos servicios esenciales como la Educación y la Sanidad? Sin duda, el día que Aznar transigió con ello debió estar haciendo abdominales y no pensando seriamente en la permanencia de España como estado unitario. Todo esto parece cierto y es compartido por una amplia capa de la ciudadanía de nuestro país, ahora bien: ¿ha anunciado Vox su determinación de terminar con este proyecto regional por las bravas y con las armas en la mano? Naturalmente que no. ¿Pretende Vox cargarse la Constitución entera y proclamar el desgajamiento de varias regiones de España? Pues claro que tampoco. ¿Persigue Vox el fin de liquidar la Jefatura del Estado en su actual conformación como Monarquía parlamentaria? Evidentemente ni se le ocurre, pues entonces ¿de qué vamos?
Pues vamos de que el PNV, en su descomunal hipocresía, adivina que un próximo Gobierno de centroderecha regido por Feijóo, no ejercerá sus funciones adelgazando el Estado y su Hacienda en beneficio de unos secesionistas imparables. Con los asesinos sí, con la derecha nacional, que no nacionalista, no. En esta España destruida por el malhechor Sánchez, no extraña nada tampoco que el partido de Arana, auxiliado por la peor calaña que se pueda suponer, intente rodear a Vox y en consecuencia al PP con esa martingala antidemocrática que se llama «cordón sanitario». En medicina al único cordón que se le denomina así es al umbilical, en política ya se ve que el mencionado adminículo no une, sino que separa y margina. El problema que sufrimos en esta España bobalicona aterida de tanta propaganda televisiva tóxica, es que una parte bastante grande del centro y la derecha han comprado la envenenada especie y sirven como imbéciles compañeros de viaje a la escoria mencionada, desde el PNV separatista al Bildu terrorista.
Sucede por lo demás, y eso es muy notable y perceptible, que Vox no lo pone nada fácil. Sus comportamientos reticentes con la libertad de expresión, su interés declarado en continuar con el hostigamiento, y aún derribo del PP, son incompatibles con unos acuerdos dignos e incontrovertibles con sus cercanos de Feijóo, pero al final estos son, como suelen afirmar los entrenadores de baloncesto, «detalles». Con Vox hay que hablar, negociar y desde luego, si a las urnas les apetece, cogobernar porque es lo que ha mandado la aritmética electoral, ¡qué le vamos a hacer! Feijóo que, dígase lo que se diga, es el más listo de esta clase política tan mejorable residenció desde el primer momento la responsabilidad de los posibles acuerdos en la autonomía de sus dirigentes regionales, por tanto estos están construyendo -vamos de nuevo con las matemáticas- una «geometría variable». Un mínimo análisis de la situación de cada territorio conduce a la certeza de que Valencia no es lo mismo que Murcia, y que Extremadura no es asimilable a Aragón. Entender esto es crucial, junto con la seguridad de que en la bicicleta Vox-PP no pedalean asesinos, en la de Bildu-PSOE sí, y de la peor calaña. Una vez, el formidable Luis Sánchez Polack, Tip, escuchó en el telediario que en España estaba disminuyendo el consumo de vino y muy apenado, proclamó: «Pues yo hago lo que puedo». O sea, trasladado al panorama actual, hay que hacer lo que se pueda con un solo fin: terminar con la pesadilla Sánchez. Es una cuestión de supervivencia nacional.