Opinión

Better together

Rajoy se lo pudo decir más alto pero no más claro a sus ministros en una extraña mezcla de sensatez e impotencia: “Los que no tienen la responsabilidad de tomar una decisión sobre Cataluña tienen muy clara la decisión y los que hemos de tomarla no la tenemos tan clara porque éste es un asunto en el que no se puede fallar”. Vamos, que lo que vino a decir el arrendatario de La Moncloa es más-menos lo que el aserto castizo: “Es muy fácil ver los toros desde la barrera”. Sea como fuere, el camino hacia la independencia emprendido por el jefe de una banda de ladrones llamada CDC es técnicamente un golpe de Estado. Lo que en Francia e Inglaterra se conoce como “coup d’État”, en Alemania como “putsch” y por estos lares como “golpe” no es ni más ni menos que el intento de subvertir la legalidad desde el poder establecido. Eso es lo que está llevando a cabo Artur Mas, por cierto, beneficiario de varias cuentas en Suiza y Liechtenstein. Podemos sostener, por tanto y sin temor a caer en la hipérbole, que éste es el trance más complicado para la democracia española desde 1978. Tan sólo comparable a ese 23-F que terminó bien gracias a la presión externa —básicamente, estadounidense—. Reagan, que llevaba un mes y tres días en el cargo, no quería que un aliado de la importancia geoestratégica de España regresara a la oscuridad.

Vencer a unos tipejos que habían secuestrado el Congreso y sacado los tanques a la calle en Valencia no era, obviamente, coser y cantar. Máxime cuando la Brunete y demás fuerzas de choque calentaban motores y cuando hasta la mismísima televisión única había sido invadida por un sinfín de uniformes que tomaron Prado del Rey con una orden: “Paren las emisiones y pongan música militar”. El Gobierno de España quedó en mano de la Comisión de secretarios de Estado y subsecretarios que llenó de manera magistral el monumental vacío de poder. Paco Laína, luego reconvertido en exitoso empresario de la noche madrileña, fue durante 14 horas que se le antojaron eternas el jefe del Ejecutivo. El TAC abulense tuvo que resolver en una madrugada lo que a Rajoy le tocará dirimir en muchos o pocos meses pero, en cualquier caso, mucho más tiempo.

Y Laína ganó la partida, con la tardía pero decisiva ayuda de Zarzuela, porque fue tan astuto y prudente en las formas como contundente en el fondo. Claro que el a la sazón jefe de la Seguridad del Estado en el Gobierno de Adolfo Suárez estaba rodeado de un elenco de mentes privilegiadas, con un dream team que deja chico a cualquier partido actual, incluido un PP que en lo que a cuadros se refiere da sopas con honda a todos sus rivales. La lista habla por sí sola: José Barea, Sánchez Harguindey, Villar Arregui, Liberal Lucini, Mariano Rubio, Pepe Terceiro, Cobo del Rosal, Eugenio Nasarre, Rosa Posada, Robles Piquer, Matías Rodríguez Inciarte y un Arturo Romaní que terminó sepultado en las ruinas de Banesto. Desde el primero hasta el último todos ellos números 1 de la vida. Por eso seguramente salió bien el peor trance que han sufrido nuestras libertades… con permiso del que llevan años pergeñando dos grandes patriotas suizos: Jordi Pujol y Artur Mas, antes llamado Arturo Mas.

Mariano Rajoy no está tan bien rodeado porque ese Gobierno de los mejores que fue la UCD ya no es posible. Ahora a la política van pocos de los mejores y muchos de los peores porque no está bien pagada en relación con el sector privado y porque, para colmo, muchas veces representa la catapulta al sufrimiento cuando no al desprestigio. Aunque el PP no es cualitativamente la UCD, cualquier comparación con los demás partidos del arco parlamentario o extraparlamentario no es odiosa sino más bien escandalosa. Ni el presidente ni los que le rodean son una banda de buscavidas que no saben de nada modelo Podemos. Tal vez por eso, el santiagués de Pontevedra se está desenvolviendo razonablemente bien a mi modesto entender, que no es precisamente el de buena parte de los grandes opinadores del centro y el centroderecha patrio. Lo digo porque lo pienso aunque he de reconocer que suscribiría lo mismo aunque no estuviera tan convencido por aquello que decía el gran Cánovas del Castillo: “Con la patria se está, con razón o sin ella”.

Todo ello por no hablar de la madre de todas las perogrulladas: a Mariano Rajoy no se le pueden imputar 35 años de cesiones constantes en las que se dejó en manos del corrupto yoda la Educación, es decir, el futuro, la Sanidad, las Obras Públicas, buena parte de la fiscalidad y la Justicia, e incluso las competencias ¡¡¡de Interior!!!. Treinta y cinco años en los que fueron dejando el terreno de juego al rival y el rival, echando mano del menottiano achique de espacios, nos fue encerrando en un área en la cual en estos momentos queda poco más que salir de puños o pegar un patadón rumbo a la grada.

En un envite de estas características en el que se puede romper la nación más antigua de Europa el acaloramiento, las venadas y los puñetazos encima de la mesa tienen efecto bumerán. Y coincido con el primer ministro español y con prácticamente todo su entorno en el hecho de que haber frenado el referéndum de la señorita Pepis del 9-N o suspender la autonomía antes de tiempo hubiera disparado ese martirologio que no es ni más ni menos lo que buscan los golpistas y, consecuentemente, el número de independentistas. Poner a la Policía o la Guardia Civil a desalojar la Generalitat de elementos golpistas o a retirar urnas en los colegios de Cataluña hubiera conseguido lo que ellos buscan: el enfrentamiento civil, la imagen de un pueblo oprimido en las televisiones de todo el planeta.

A los que, como Jordi Évole, defienden desde el armario independentista-relativista del que se niegan a salir que los que apelamos a la ley somos una fábrica de independentistas hay que recordarles para empezar la demoscopia. Si bien es cierto que hace dos y tres años el número de rupturistas ganaba 50%-45% al de constitucionalistas, ahora no lo es menos que las cifras son diametralmente opuestas. El último barómetro del Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat sitúa las fuerzas 50%-42% a favor obviamente de los que quieren seguir formando parte de España. Y, como decía el economista clásico, “lo que no son cuentas, son cuentos”. Dicho lo cual hay que concluir que la aplicación de la ley, esa ley sin la cual no hay democracia, no es precisamente una fábrica de independentistas…

El Gobierno va a suspender la autonomía catalana. Eso está escrito en las estrellas. Pero lo que no va a hacer es entrar cual elefante en cacharrería. Parafraseando al ladrón de ladrones, Jordi Pujol, lo hará “cuando toque”. Ni antes ni después. Y no sólo por razones legales. La táctica y la estrategia no son cuestiones menores en esta batalla por la unidad de España y por la vigencia de una Constitución que en los últimos 37 años nos ha proporcionado mayores dosis de paz y prosperidad que en los 500 anteriores juntos. ¿Y cuándo tocará? Pues cuando haya una declaración unilateral de independencia. Mientras tanto, se irá recurriendo a un Tribunal Constitucional que cobra más sentido que nunca y que ahora goza del poder de inhabilitar a todo aquel que desde las instituciones ose intentar dar un golpe de Estado. Y también de sancionarle pecuniariamente, aunque para un bolsillo suizo como el de Mas la pasta nunca será un problema.

Y, mientras tanto, el Gobierno debe mirarse en ese espejo británico que dio la vuelta a las encuestas de la mano de la seducción y la inteligencia. Se trata, en definitiva, de recurrir a ese Better together (Juntos, mejor) con el que desarmaron una campaña, la de los Salmond, Sturgeon y cía, que apelaba a los instintos más primarios del ser humano para consumar la independencia del Estado con la democracia más sólida y veterana del planeta. Un Reino Unido del que han salido más genios por metro cuadrado (Newton, Churchill, Shakespeare, Darwin, Brunel, Tomás Moro, Cromwell, Chaplin, Livingstone, Fleming o los Beatles) que de ninguna otra civilización conocida o por conocer. Un Reino Unido que es un modelo en casi todo.

Y el better together hay que implementarlo por estos lares en una doble vía. La obvia, que pasa por recordar a los catalanes que la unión hace la fuerza y que salirse de España es salirse del euro y conducir a su comunidad a una duradera suspensión de pagos, a un empobrecimiento de entre el 20% y el 25% del PIB, a la ruina en definitiva. Si Cataluña abandona España se quedará sin el manguerazo del Fondo de Liquidez Autonómica, que le ha permitido seguir pudiendo pagar hospitales y colegios, y sin acceso al Banco Central Europeo en caso de apuros. La deuda de la Generalitat, de la que no menos de 3.000 millones han ido al capítulo de mordidas, es de 60.000 millones, más del doble que Madrid e infinitamente superior al PIB de muchos países. Al punto, que ya no pueden pagar los medicamentos de la Seguridad Social y las farmacias se niegan a dispensarlos porque les deben ¡¡¡330 millones de euros!!! Seducción, seducción y seducción. Ésa debe ser la hoja de ruta del spanish better together, para que los catalanes perciban que cogiendo el petate les irá infinitamente peor, entre otras razones, porque no tendrán a Papá Estado para tapar los agujeros que deja una gestión tan pésima como sucia.

La otra vía es la de la unión de las fuerzas democráticas constitucionalistas -y perdón por la redundancia porque sin ley no hay democracia-, escenificada esta semana en Moncloa deprisa y corriendo gracias a la iniciativa de un Pedro Sánchez con más reflejos que su anfitrión. La respuesta ante un golpe de Estado no puede ser la del Ejército de Pancho Villa sino similar a la que las fuerzas democráticas dieron antes, durante y después del 23-F, incluida esa manifestación que tuvo lugar el viernes siguiente en la que todos (desde Marcelino Camacho y Nicolás Redondo hasta Fraga pasando por los comunistas Sánchez Montero y Sartorius o el socialista y futuro presidente Felipe González) fueron de la mano tras una inmensa pancarta en la que se leía: “La libertad, la democracia, la Constitución”.

Bien por Sánchez, al que queda por aclarar qué va a hacer con los alcaldes o concejales suyos que se han sumado a la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI), y bien por Rivera, que en estas cuestiones es junto a Rosa Díez el más preclaro… y de largo. Lo que no entiendo es qué hacía Pablo Iglesias en Moncloa. Una vez más su arrogancia se impuso a la coherencia más elemental, que dicta que si estás a favor del referéndum independentista, votas a los independentistas en el Parlament y pones a ETA en el Ayuntamiento de Pamplona, no puedes ni debes ir de coleguita de los constitucionalistas ni de los demócratas.

Éste es el camino, Mariano, si no quieres que te suceda lo que a José María Aznar, que por despreciar la foto con Zapatero y compañía el 11-M se vio envuelto en una merdé que ensombreció el mejor legado de un presidente desde 1977. En una situación límite, la unidad te agiganta ante propios, extraños y enemigos. Cada vez que el golpista Arturo la líe, todos a una como en Fuenteovejuna. Fotos, fotos y más fotos. Dientes, dientes y más dientes. Together, stronger.