Opinión

Ana Julia mató con alevosía

La inocencia pierde nitidez cuando asumes haber matado a un ángel. Con anterioridad a la celebración del juicio, la acusada ya había descubierto su crimen. Así fue el caso de la cruel asesina Ana Julia. Durante el traslado del cadáver de Gabriel, de una coartada a otra, dio ánimos a su plan de fuga, confesando: “Tranquila, Ana, que no vas a ir a la cárcel”, sin apercibirse de que la Guardia Civil había escondido tres micros en su coche, un Nissan Pixo gris. Tan gélida exculpación, fue grabada la mañana del 11 de marzo de 2018, momentos antes de ser detenida la hidra por la Benemérita y hallado, junto a ella, el cuerpo inerte del niño. Por algo, Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, cuando la vio en la sala con ese aire de no haber matado una mosca en toda su vida, clavó sus ojos en los suyos y le espetó: “Eres rematadamente mala”.

El jurado habría de decidir si dicha salvaje, la tal Ana Julia, era una vil homicida o una macabra asesina, pero, en cualquiera supuesto, no dudó un instante, que se trataba de una persona “rematadamente mala”, como aseguró la madre del sacrificado. Un criminólogo la clasificaría entre los psicópatas y yo me atrevo a incluirla entre los seres que sufren cáncer de alma y nutren su conciencia meramente con maldad. De no existir la hipocresía de lo políticamente correcto, que impide decir lo que hay que decir, den por hecho que a esta mala pécora de los manglares dominicanos, le desearía, aparte de la cárcel, otros infiernos. Y “no por mujer, negra e inmigrante” como dicta la sentencia, que condena a prisión permanente revisable a tan “abyecta asesina”, al pronunciarse el jurado por unanimidad.

Escalofriante crimen el cometido por la Quezada, tras lanzar a un niño de 8 años, 1,30 metros de altura y 24 kilos de peso “contra el suelo o pared de la habitación del cortijo, de forma intencionada, súbita y repentina”. Hay que ser cafre y estar loca para ensañarse con una criatura que atendía por “el pescaíto”, según le apodaba tiernamente la madre debido a su fragilidad. No más oír la sentencia, rompió en llanto tan amargo como sano y agradeció a todo el mundo que había ayudado a detener, juzgar y condenar a la infinitamente malvada, desde el juez a las personas que componían el jurado, hasta los inspectores y guardias de la Benemérita que le echaron el guante a la asesina. Y lapidaria y sonora fue la frase con la que Patricia Ramírez selló su angustia: “¡Esta bruja no pisará más la calle!”.

También tuvo dulces palabras para sus abogados y para el pueblo en general. Sin embargo, lo que nadie podrá borrar de su cerebro, ni de los nuestros, es el componente de perfidia y descomposición mental absoluta que anida como una larva en el hierático y frío corazón de Ana Julia. La salvaje criminal no pestañeó al escuchar su condena. Estaría relamiéndose, ufana, pensando en las cosas que todavía le ayudan a reír y a seguir viva. Como esas dos maquiavélicas frases que captaron los micros de la Guardia Civil: “¿No quieren un pez? ¡Pues les voy a dar uno por los cojones!”. Patricia expresó bien qué clase de mujer es la que mató a su hijo: “Eres rematadamente mala”.