«Me alegro de que me haga usted esa pregunta»
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Sevilla tenía que ser, una vez más. Si es que aquí pasa todo lo bueno. Resulta que el presidente de España ha escogido esta ciudad de gente cristiana, muy cristiana, para estrenar su campaña. La misteriosa conformación hispalense exalta la imaginación, tierra de encantos escondidos, amoríos arrebatadores, traviesas lagartijas huyen por las grietas de los paredones, riéndose sin parar. Está claro que quería embellecer su primer paseo con «la gente». Aquí mi crónica del asunto. Como sevillana, perdonen si mi punto de vista está algo desvirtuado, pero nadie es demasiado objetivo con lo suyo.
Se viste de rosa. Nada es gratuito. La escena, a vista de pájaro, es así: una alfombra roja de unos cien metros con altos muros insonorizados que desemboca en un estrado lleno de místicas creaciones invisibles, pero palpables en el ambiente. Empieza el espectáculo: «Mi gente, tenéis mucha suerte de que yo esté aquí». Clamor popular, aplausos, lágrimas de emoción. «Podéis preguntarme lo que deseéis. Mi equipo ya os ha dado la lista de preguntas, escoged la que queráis». A sus palabras le sigue una sonrisa de oreja a oreja, se siente generoso, bondadoso; no está imponiendo, está dando a elegir. Sabe, siente que es una buena persona, por eso se viste de rosa. Dulzura, ante todo.
Una señora con rulos en la cabeza, con batín de guatiné y con un niño en brazos toma la palabra: «Presidente, ¿podré lavar a mis niños con agua caliente este otoño?». Sánchez ríe con la suavidad de la máscara que lleva hoy. «Sí es sí, querida súbdita. No sólo a los niños, podrás incluso lavarte tú el pelo cuando te quites esos rulos que tanto te favorecen». Un ruido ensordecedor provocado por aplausos, ovaciones, gritos de «¡presi guapo, presi te queremos, presi eres el mejor!» sube la tensión emocional. Sánchez sabe que lo está bordando. Mira a las cámaras sonriendo, une sus manos y las levanta, mientras dice: «Las derechonas no van a poder con nosotros. Nada de melenas rubias lisas, nada de colegios privados, nada de viajes en jet privados, nosotros somos gente normal, de la calle, sencilla». El asesor traga saliva, mientras le dice al cámara con gestos que corte, que no emita ese trozo.
Todo sigue en alza. De pronto, uno de los muros de derrumba. La ficción ha terminado. La gente de verdad, no «la gente» de su eslogan da la cara. «Fuera actores, todo esto es un fraude, empiecen ahora a grabar, esto es el verdadero mitin», se oye a lo lejos. La señora de la bata de guatiné se pone nerviosa, se acerca al guardia de seguridad: «Oiga, ¿dónde cobro por mi actuación? Me prometieron que pagaban en el acto». El guardia, superado con el devenir inesperado de los hechos, le contesta: «Aparte, señora, tire el muñeco, ya no le va a hacer más falta, le aconsejo que salga corriendo y se esconda». Los escoltas se llevan al presidente encapuchado, le ponen unas esposas y lo hacen pasar por un preso de ETA. Deciden crear espectáculo hasta el final, no pierden de vista que son «el Gobierno de la gente».
Toma la palabra María Jesús Montero: «Muchas gracias a todos por la asistencia. Esto ha sido un verdadero éxito. El presidente ha arrasado con su honestidad, una vez más. Es imposible haberlo hecho mejor. Gracias de nuevo, mi tierra. Antes de que finalice el año, volveremos a este lugar tan maravilloso. Felicidades, presidente, eres pá comerte». Levanta las manos y se aplaude a sí misma. La gente de verdad ya ha tomado el estrado, que cae a pedazos. Montero pierde el equilibrio. No deja de sonreír, mientras hace el gesto de la victoria con los dedos. El presidente ya está en el furgón camino del siguiente mitin. Está contento, todo ha ido de maravilla.
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