Opinión

Y ahora ¿de qué se queja la derecha?

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Durante meses fue este periódico, casi en exclusiva, el que predijo lo que podría ocurrir a España, ni siquiera “en España”, si el Frente Popular, tras las elecciones generales, se constituía en coalición y se aprestaba a mandar -que no a gobernar, porque eso no lo saben hacer- en nuestro país. Avisamos de que cualquier negativa de Sánchez a reconocer lo que tan bien tenía metabolizado, era una mentira clamorosa por más que, con la mayor de las desvergüenzas, prometiera una y otra vez solemnemente que él y su partido de acólitos analfabetos tipo Lastra, nunca se aliarían con los que por entonces llamaba, también sin recato alguno, chantajistas, mamporreros de Maduro o sociópatas. Tanto era el desdén, y el presunto temor que a Sánchez le causaba la cuadrilla leninista de Iglesias, que dejó para la historia una de sus mejores frases: “Yo no podría dormir teniendo de aliado a Podemos e Iglesias”.

Nos cansamos de avisar de que estos ejercicios prelectorales eran una monserga destinada a ser arrumbada en cuanto necesitara de los comunistas para continuar en La Moncloa. Pero -así debemos reconocerlo- muy poca gente nos hizo caso, no quiso enterarse de una constancia que ya en ese momento retrataban todos los sondeos: que el centro derecha dividido, incluso enfrentado, era el mejor aval para la próxima victoria de Sánchez y su objetivo de barrenar, más pronto que tarde, toda la épica y el pragmatismo de la Transición. Por quíteme de ahí esas pajas, el electorado de la derecha radical prefirió refugiarse en el presunto regeneracionismo patriótico y moral de las proclamas de Abascal y de la ahora desaparecida Monasterio (Espinosa de los Monteros es, ya lo verán, otra cosa), el llamado centro liberal optó por aún conceder otra oportunidad al veleta Rivera, y el partido mayoritario, PP, por más que intentara convencer a los ajenos próximos de la imperiosidad de un voto no a su favor, sino en contra Sánchez, no obtuvo éxito alguno.

Y Sánchez, frotándose las manos y encendido con esa sonrisa hipócrita que ahora aleja a la gente de sus telediarios, volvió a ganar. La derecha, el centro derecha o como le quieran llamar, le ofreció su tripartita cabeza en las urnas ¿Qué separaba a los tres partidos de un acuerdo? Casi nada. Ni siquiera el egocentrismo del liderazgo. No eran cuestiones indeclinables para un debate recio: que si “nosotros (VOX) no podemos votar a un partido que no ha abolido el aborto”, que si nosotros (Ciudadanos) somos liberales y apoyamos los vientres de alquiler” o que si “nosotros (Partido Popular) no podemos ceder puestos de primogenitura a sujetos que han sido nuestros tránsfugas”. Cosas así, importantes, pero no cruciales para impedir el pacto.

Y, ¿qué resulta ahora? Pues que Sánchez y su sarta de dinamiteros anuncian una revisión a fondo y a la baja de cualquier concesión a la moral cristiana. Que Sánchez y su banda de extrema izquierda está persiguiendo a los hombres y espoleando a las mujeres para que las feministas “enragés” en manifestaciones patógenas, denuncien la maldad secular de sus enemigos de género. Y que Sánchez y su vicepresidente iraní y venezolano se han quedado con los escaños que podían haber sido en conjunto para el centro derecha. Iglesias, agazapado como un conejo, maneja la pasta y con ella se apresta a asaltar los cielos del país. Un castizo definiría así la situación: ¡Un pan como unas tortas!

Nadie es tan imbécil como para asegurar que un Gobierno distinto, de diferente cariz ideológico, hubiera evitado la pandemia del virus Covid 19. Naturalmente que no. Pero, de entrada, hubiera tenido más respeto a los muertos, a las personas que nos han abandonado sin una mano familiar a la que asirse. El tipo incluso se niega declarar el luto nacional con miles y miles de muertos a sus espaldas. De entrada, también, no estarían mintiendo clamorosamente al país ocultando, disfrazando o alterando el número de defunciones que, borbotones se están produciendo en España. De entrada, tampoco, estarían volcando sobre los demás (¡hay que escuchar despacio los fulanescos insultos de Lastra a la oposición en el último pleno!) la responsabilidad de sus horrorosos errores. De entrada, nunca hubieran sido los gobernantes de tildados de “asesinos” como Sánchez vomitó en el Ebola contra Rajoy en una epidemia que tuvo sólo dos muertos importados. Y, de entrada, finalmente, esto no ha hecho más que empezar porque el Frente Popular de estos desaprensivos ya tiene organizado un cambio de régimen en toda regla en el que van a sufrir la propiedad privada, las libertades individuales y, desde luego, el derecho a la privacidad y a la intimidad. Con ellos seremos más pobres, menos libres y más inseguros. Esto es lo que perpetran para cuando Sánchez se canse de tenernos confinados hasta Dios sabe cuándo, bajo multa y e incluso prisión, en nuestras casas.

Esto es ciertamente lo que hay y lo que habrá. No hubiera sucedido si el centro derecha en vez de mirarse sus ombligos, se hubiera aliado para que un mentiroso crónico de ultra izquierda no ganara las elecciones pasadas. Ahora ¿de qué se queja esta derecha? Mucho me temo que sólo tiene una solución: forzar a toda costa unas elecciones en cuanto el último fallecido por el repugnante virus, haya sido debidamente enterrado. O, ¿tampoco esta vez entenderemos lo que hay que hacer? Por ejemplo, rechazar la innoble martingala de los pactos del bochorno. Por ejemplo.